Durante la era victoriana – comprendida habitualmente entre 1837 y 1901, la duración del reinado de la reina Victoria, algunos expertos la hacen empezar algo antes – los gatos se pusieron de moda, sobre todo siameses y persas. El entusiasmo cruzó el Atlántico y también llegó a Estados Unidos.

El impresor Nathaniel Currier, cuyo negocio estuvo abierto de 1835 a 1907 – tiempo casi calcado al reinado de Vitoria –, no tardó en darse cuenta de que las litografías de gatos podían convertirse en un filón e hizo varias series. En general, los dibujos son de gatitos “monísimos”, muy acordes al gusto de la época.

Una excepción entre las decenas de litografías que hemos visto es “The Favourite Cat” (El gato favorito), fechada entre 1838-48, realizada por el propio Nathaniel Currier y coloreada a mano. En 1962, un año antes de su muerte, Adele S. Colgate la donó al Museo Metropolitano de Nueva York. Es el retrato un gato maravilloso, algo regordete, atigrado grisáceo, de bigotes blancos, que no tiene nada de mono. Es simplemente guapo. Quizá fuera el gato del grabador…

El gato favorito (1838-48)

La imprenta, fundada por Nathaniel Currier, estaba en Nueva York y se dedicaba al diseño y venta de litografías baratas pintadas a mano, en general basadas en acontecimientos de actualidad. No se llamó Currier and Ives hasta 1857 cuando se incorporó James Merritt Ives como socio.

Dispuesto a jugar

Nathaniel Currier nació en Roxbury, Massachusetts, en 1813. A los ocho años perdió a su padre y tuvo que hacerse cargo de la familia con su hermano Charles, de once años. A los quince años se colocó como aprendiz en la tienda de litografías de William y John Pendleton, en Boston. En 1833 se trasladó a Filadelfia para trabajar con M.E.D. Brown, un conocido grabador.

La pequeña Annie

Un año después se asoció con Stodart, un impresor neoyorquino, pero los beneficios de la empresa no acababan de satisfacerle y prefirió seguir solo hasta 1856 bajo el nombre de “N. Currier, litógrafo”. En 1835 creó una litografía del incendio que había devastado el edificio “Merchant’s Building”, situ en el 55 de Wall Street, de la que se vendieron miles de copias en muy pocos días. Entendió que había un enorme mercado para la representación de escenas de hechos del momento y cinco años después dejó los encargos para trabajar como “impresor independiente”.

La empresa Currier and Ives se describía a sí misma como “Editorial de grabados baratos y populares”. Para realizar los dibujos originales contaron con conocidos artistas de la época. Cada una de las estrellas de la compañía se especializaba en un tema: escenas de deporte, escenas de invierno, escenas de ciudad. Merece la pena mencionar a Frances Flora Bond Palmer, especialista en paisajes americanos, que fue la primera mujer estadounidense en ganarse la vida como artista.

Gatitos entre rosas

Todas las litografías se hacían con una matriz de piedra caliza en la que se dibujaba a mano. Podía tardarse una semana en preparar una matriz, y cada impresión era coloreaba a mano por unas diez o doce mujeres, la mayoría de ellas inmigrantes alemanas. Trabajaban como en una cadena de montaje, cada una encargada de un solo color, y cobraban seis dólares por cada cien copias.

El desayuno de Kitty
La cena de Kitty

Basta con fijarse en los gatitos que incluimos aquí para ver que son dibujos muy sencillos, con pocos detalles y pocos colores. Además de la excepción antes mencionada, hay otra: “La gatita vuelve a casa”. Se trata de un grabado muy detallado, con matices de colores, un ejemplo muy diferente de las “series” de gatitos blancos.

La gatita vuelve a casa

Currier and Ives fue la empresa de litografía más prolija y exitosa de Estados Unidos y su producción abarcó todos los aspectos de la vida americana: la caza y la pesca, la vida en la ciudad y en el campo, todo tipo de barcos, de trenes, momentos históricos, políticos, cómicos, paisajes nevados, naturalezas muertas y retratos.

Una familia juguetona

En realidad, los gatos no ocuparon un lugar muy importante en la empresa, pero estaban de moda y gustaban mucho; eran las perfectas litografías para decorar dormitorios de niños e incluso de jovencitas. Además, debían ser aún más baratas que las otras litografías de la empresa.

Mi gatito y canario

A partir en 1866, la compañía ocupaba tres pisos de un edificio en el número 33 de la calle Spruce, cerca el distrito financiero de Nueva York. En el tercer piso estaban las prensas manuales; los artistas y litógrafos trabajaban en el cuarto y, finalmente, las coloristas, en el cuarto.

Los ejemplares más pequeños se vendían por veinte centavos y los más grandes podían alcanzar los tres dólares. No solo vendían desde la empresa, sino a través de vendedores ambulantes, kioscos y librerías, al detalle y al por mayor. Abrieron tiendas en las grandes ciudades de Estados Unidos y en Londres. También vendían por correo contra reembolso y la sucursal londinense se ocupaba de las ventas internacionales.

La estrella del Norte

El público victoriano se entusiasmó con los productos de la empresa y las escenas de sucesos y situaciones recientes se vendían como panecillos. No cabe duda de que sus grabados fueron los más populares de la época y estaban en las paredes de un sinfín de hogares. En 1872, el catálogo se vanagloriaba de su éxito: “Nuestros grabados se han convertido en un artículo esencial en todo el país. De hecho, sin excepción alguna, todo lo que hemos publicado se ha vendido rápidamente”.

Catharine Esther Beecher y Harriet Beecher Stowe, las autoras del entonces famoso libro «American Woman’s Home: Or, Principles of Domestic Science: Being a Guide to the Formation and Maintenance of Economical, Healthful, and Christian Homes (Cooking in America)» cuya traducción sería «El hogar de la mujer americana: Principios de la ciencia doméstica: Una guía para la formación y mantenimiento de un hogar económico, sano, bonito y cristiano (Cocinar en América)», recomendaban la compra de los grabados de Currier and Ives por «expresar las ideas y gustos sinceros del hogar sin someterse al tiránico dictamen de algún crítico de arte o un vecino».

Currier falleció en 1888, e Ives se ocupó de la empresa hasta su muerte en 1895. Los hijos de ambos siguieron con el negocio, pero acabó cerrando en 1907; los gustos habían cambiado y las litografías ya no estaban tan de moda.

Hoy en día, una litografía que se vendía por 20 centavos, o seis por un dólar, si está intacta y bien conservada puede llegar a valer varios miles de dólares. Hemos podido comprobar que un lote de seis de la serie «Gatitos blancos» alcanzó no hace mucho los 1.600 dólares.

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