Amy Hwang empezó a hacer viñetas en 1997 durante su primer año en la Universidad Barnard (parte de la Universidad Columbia de Nueva York), pero entonces no pensaba que podría convertirse en su medio de vida unos cuantos años después. Se dio cuenta de que The Spectator, la revista de la universidad, publicaba una viñeta cada día y decidió probar suerte.
“Me presentaba cada fin de semana con un dibujo, y no solo lo aceptaban, sino que lo publicaban. Puede que no tuvieran bastantes viñetas y que les viniera bien, pero era muy agradable ver que se publicaban regularmente”, recuerda la artista. Al licenciarse, entró a trabajar en un estudio de arquitectura y dejó las viñetas a un lado.
Desde muy pequeña ya dibujaba. Su madre, una programadora, también pintaba y esculpía en cuanto tenía un momento libre. Pero en el colegio, en vez de escoger dibujo, se decantó por la música y tocó el chelo con la orquesta, a pesar de no tener un talento musical innato. Años después se arrepentiría de no haber ido a clases de dibujo.
Así siguió hasta cumplir 29 años, cuando se hizo la pregunta de si iba ser arquitecta toda su vida y tomó una decisión: mandaría viñetas regularmente a la revista The New Yorker. Eso significaba dejar de salir y disfrutar de la vida nocturna de Nueva York los fines de semana. Incluso entonces no pensó seriamente en dedicarse al dibujo.
Al principio no hubo respuesta, pero al cabo de muchas semanas, meses incluso, diez para ser exactos durante los que mandó diez viñetas cada semana, el editor del departamento de viñetas le escribió diciendo que publicarían uno de sus dibujos, y así fue… al año siguiente. Pero Amy Hwang no se rindió y siguió mandando dibujos. Aunque poco a poco publicaron más viñetas suyas, seguía trabajando en el estudio de arquitectura.
Pero era muy duro, sobre todo después de tener una hija y separarse de su compañero. A pesar de que este cuidaba de la niña los fines de semana, no disponía de bastante tiempo. Además, necesitaba contratar a alguien para cuidar de la niña cuando trabajaba, sobre todo porque requiere cuidados especiales. Un día se lanzó para concentrarse únicamente en dibujar y dejó su trabajo fijo. Y no se equivocó.
En 2019 ganó el Premio Reuben de Plata otorgado por la Sociedad Nacional de Viñetistas, y otras revistas le compraron sus trabajos. En 2021 participó en una mesa redonda organizada por la revista The New Yorker y titulada “Algunas mujeres muy divertidas” (Some Very Funny Ladies) con viñetistas de la talla de Liza Donnelly, Roz Chast y Liana Finck.
Nació en Arlington, un barrio de Dallas, Texas. Dice que se inspira en lo que observa e imagina. “Creo que intentar algo nuevo puede servir de inspiración, o meterse en situaciones algo incómodas”. Se ríe, y añade: “Pero suelo evitar las situaciones incómodas”.
“Normalmente, todo empieza con un concepto y muy pocas dudas. Las ideas suelen venir de mi vida, de lo que me rodea”, sigue diciendo. “Tal vez debería salir más para tener ideas diferentes…” Vuelve a reírse. “El siguiente paso es la frase, el chiste. Una vez escrito, lo dejo madurar y vuelvo al cabo de un tiempo para saber si realmente tiene gracia”.
A la pregunta de qué cuadros decoraban su casa, contestó que tenía carteles de pinturas de Edward Hopper, de una estatua de Duane Hanson (Mujer con perro) y varias viñetas de gatos de Sam Gross arrancadas del calendario del New Yorker. No sabemos si son los únicos gatos con los que convive, aunque si encuentra ideas en su vida, quizá tenga un gato y un perro.
Avanzamos la idea del gato y del perro porque numerosas viñetas suyas también giran en torno a perros, y algunas son auténticas joyas, como esta.
El sentido del humor de Amy Hwang es bastante cáustico y seco, sus dibujos son aparentemente sencillos, a base de grises, pero consiguen su objetivo. Algunas veces no se sabe si los gatos son gatos vestidos de seres humanos o viceversa.
Amy Hwang cree que en una viñeta, lo importante es la idea, no es necesario ser un ilustrador profesional. “A veces pienso que me dedico a las viñetas porque no dibujo bien, por eso mis dibujos tienen ese aspecto tan sobrio”, dice.
Cuando algún aspirante a viñetista le pide consejo, suele recalcar que “es importante tener una voz propia. Incluso si la viñeta es acerca de dos vaqueros, debe contener algo íntimo. Hace falta que se noten los sentimientos del artista a través del dibujo. Cuanto más hables con tu voz sin intentar ser una viñeta del New Yorker, cuanto más sepas quién eres, cuáles son tus puntos débiles, más fuerte será tu trabajo”.

















