La popularidad del famoso gato de la buena suerte, el maneki-neko japonés (literalmente “el gato que llama”), remonta al siglo XIX, aunque las diversas leyendas que dieron pie a su existencia pueden ser bastante más antiguas. En este grabado de Utagawa Hiroshige de 1852 se ve en la esquina superior izquierda un puesto en un mercado con maneki-nekos expuestos para su venta.
Diversos templos sintoístas y budistas se otorgan el honor de haber dado pie a la estatuilla. Uno de los más famosos es el templo Gōtuku-ji: el señor samurái de Hikone, Li Naotaka (1590-1659), pasó un día de tormenta delante del templo. Se refugió debajo de un árbol cuando vio a una gata blanca bajo otro árbol indicándole con la pata izquierda que se acercase a ella. En occidente, este gesto se realiza moviendo el índice de la mano con la palma cerrada vuelta hacia arriba. En Japón, la mano mira hacia la otra persona y se mueven todos los dedos.
El samurái, intrigado, fue hacia ella en el mismo momento en que un rayo caía sobre el árbol en el que se había cobijado. La gatita, que pertenecía al templo, le había salvado la vida. Otra variante cuenta que el señor Naotaka pasaba con su séquito y que una gata blanca le indicó que entrara en el templo justo antes de que estallara la tormenta. Agradecido, el samurái hizo una generosa donación al templo. Muchos años después, en honor a la gatita, se creó el maneki-neko.
La segunda leyenda concierne a Ōta Dōkan, señor de la guerra del periodo Muromachi (1336-1573), el primer constructor del castillo Edo (actualmente Tokio). En una de las batallas contra el clan Toshima, sus hombres fueron superados y Dōkan se extravió. Entonces apareció un gato y le indicó que entrase en el templo Jishōin, desde donde pudo cambiar la suerte de la batalla y ganar la guerra. En agradecimiento, donó al templo una estatua del gato.
En una tercera versión se habla de una anciana que moraba cerca de Imado y que abandonó a su gato al ser pobre y no poder alimentarlo. Una noche, este la visitó en sueños y le dijo que si fabricaba una estatuilla que le representase, le daría buena suerte. La anciana hizo una figura con la famosa arcilla de Imado, la vendió al santuario Asakusa y se hizo muy popular.
Una cuarta cuenta que Usugumo, una cortesana (oiran) de Yoshiwara durante la época Genroku (1688-1704), llevaba a su gato a todas partes. Pero corría el rumor de que la oiran estaba hechizada por un gato demonio (bakeneko), y el dueño de la posada Miuraya, lugar en el que ella solía trabajar, decapitó al gato. Incluso así, la cabeza mordió y mató a una enorme serpiente agazapada en el baño, salvándole la vida a Usugumo. La pérdida de su gato entristeció profundamente a la cortesana y para consolarla, un cliente le regaló una estatuilla de madera de su amado gato.
Y para terminar está la historia del pobre dueño de una tienda o posada que dio cobijo a un gato hambriento a pesar de no tener casi nada que llevarse a la boca. El gato demostró su gratitud sentándose al lado de la puerta e indicando con la pata izquierda que entraran los clientes, trayendo prosperidad al propietario.
Los maneki-nekos no siempre alzan la misma pata. La derecha atrae el dinero y la buena suerte, mientras que la izquierda invita a los amigos y clientes. Al principio, la mayoría de estatuillas llevaban un cascabel o un babero colgado del cuello; actualmente es una moneda, y las pequeñas figuras se parecen muchísimo, sobre todo en el mal gusto, debido a la fabricación masificada a partir de moldes de yeso en la época Meiji (1868-1912). Poco a poco pasaron a representar la prosperidad económica en vez del bienestar espiritual.
En la literatura japonesa se habla de gatos desde el siglo VIII, aunque los domesticados no eran numerosos y se les consideraba un bien preciado, hasta el punto de sacarles de paseo con correa para que no escapasen. Pero en 1602, un decreto real ordenó que los gatos fueran “liberados” para hacer frente a la plaga de ratones, auténtico desastre para la sericultura. De hecho, en esa época se vendieron numerosos grabados de gatos al creer que bastaba su imagen para ahuyentar a los roedores.
El dicho japonés “Mata a un gato y perseguirá a tu familia durante siete generaciones” (neko wo koroseba nanadai tataru) está basado en la creencia de que los gatos son vengativos y más longevos que los seres humanos. Pero también se dice que si cuidas de un gato, él cuidará de ti.
Katherine M. Ball, autora del libro “Animal Motifs in Asian Art” (Motivos animales en el arte asiático), publicado en 1927, describe los maneki-nekos como “sencillas formas de amuletos hechos de barro o papel maché”. Añade que suelen estar en la entrada de restaurantes y tiendas para invitar al cliente a entrar, lo que nos hace pensar que se refiere a unas figuras de cierto tamaño.
A medida que pasó el tiempo, los maneki-neko también llegaron a Hong Kong y Taiwán. Tradicionalmente, los altares en las casas de té de Hong Kong estaban dedicados a personajes legendarios como el genio militar Guan Yu, del siglo III, pero ahora muchos se decoran con los gatos de la suerte. Los maneki-nekos fabricados en los hornos de Kutani (prefectura de Ishikawa) se exportan directamente a China.
En cuanto a la elaboración de las figuritas, se cree que su origen está en la cerámica Imado que se vendía en Asakusa durante el periodo Edo, lo que concuerda con la tercera leyenda antes mencionada. Durante la época Genroku (cuarta versión) se fabricaban muñecas Imado (también había con forma humana) que pudieron dar pie un siglo después a los maneki-nekos.
Una de las primeras referencias a un maneki-neko aparece en el Bukō nenpyō (una cronología del periodo Edo) en 1852. En 1876, época Meiji, se cita en un artículo de periódico, y hay claras evidencias de que el gato (ahora vestido con kimono) se distribuía en un santuario de Osaka en esa época. Un anuncio de 1902 indica que los maneki-nekos ya eran muy conocidos.
























