Ya se sabe que no era fácil impresionar a Arturo Toscanini, uno de los directores de orquesta más famosos de principios del siglo XX, conocido por su impaciencia y mal genio, pero cuando escuchó cantar a Marian Anderson en Salzburgo en 1935 – él tenía 68 años y ella 38 –, le dijo que “poseía una voz que se oía una vez cada cien años”.
Marian Anderson nació el 27 de abril de 1897, y su extraordinaria voz, de una gran pureza, ayudó a derribar algunas de las barreras racistas y segregacionistas que imperaban en Estados Unidos. En 1939, después de que las “Hijas de la Revolución Americana” se negarán a abrirle las puertas del Constitution Hall en Washington DC, Sol Hurok, su representante, con la ayuda del presidente Roosevelt y su esposa Eleanor, consiguió la autorización para que cantara en la escalinata del Lincoln Memorial el 9 de abril, un Domingo de Ramos. La acompañó su pianista habitual, el finlandés Kosti Vehanen. 75.000 personas la escucharon en persona y millones más en la retransmisión radiofónica en directo.
En 1929 consiguió una beca de 1.500 dólares de la Fundación Rosenwald para estudiar canto en Berlín. A los pocos meses realizó una muy exitosa gira por toda Europa. En Escandinavia conoció a Kosti Vehanen, que se convertiría en su fiel pianista y la presentaría a Jean Sibelius. El compositor le dijo que “había sabido llegar al fondo del alma nórdica” y, a partir de ese momento, compuso y arreglo numerosas canciones para la cantante.
Debutó en Londres en 1933, dio recitales en la Unión Soviética y en todas las capitales europeas, y se convirtió en una de las cantantes favoritas de las principales orquestas y directores europeos. En 1934, Sol Hurok se convirtió en su agente y la convenció para regresar a Estados Unidos. El éxito fue inmediato. Numerosos teatros de ópera europeos le ofrecieron grandes papeles, pero Marian Anderson siempre los rechazó por su falta de experiencia interpretativa, aunque grabó numerosas arias en estudio.
Pero su fama no la protegía de las leyes “Jim Crow”, que no se derogaron hasta 1965. A pesar de dar unos setenta recitales anuales en todo el país, muchos hoteles y restaurantes le prohibían la entrada. En 1937, un hotel se negó a darle una habitación cuando actuaba en la Universidad de Princeton. Albert Einstein, al enterarse, le abrió las puertas de su casa, dando pie al comienzo de una larga amistad.
Marian Anderson eliminó discriminaciones raciales, atraía multitudes a sus recitales, fue la primera mujer afroamericana en pisar el escenario del Metropolitan Opera House de Nueva York, cantó en dos inauguraciones presidenciales, la de Dwight Eisenhower en 1957 y la de John Kennedy en 1961, fue delegada de Estados Unidos en la ONU, apoyó activamente el movimiento de derechos civiles en los años sesenta, en 1963 cantó durante la famosa Marcha a Washington por el trabajo y la libertad donde Martin Luther King dio su famoso discurso “Tengo un sueño”, y adoraba a su gata.
En 1963, la discográfica Folkways publicó un disco sorprendente titulado “Snoopycat: The Adventures of Marian Anderson’s Cat Snoopy” (Las aventuras de Snoopy, la gata de Marian Anderson), con catorce temas escritos y compuestos por Frida Sarsen-Bucky, a la que había conocido en casa de Einstein, y tres canciones clásicas americanas. Además, la cantante narra la historia de la gatita Snoopy. El disco dura unos 40 minutos (https://www.youtube.com/watch?v=wcqQtWS8m6U). Lo grabó el año que fue galardonada por J.F.K. con la Medalla Presidencial de la Libertad.
El álbum está dedicado a oyentes muy jóvenes, pero la cantante hace un trabajo maravilloso modulando su voz para dar vida a todos los animales con los que se cruza Snoopy una noche de luna llena. Antes de resumir la aventura de Snoopy, debemos aclarar que su nombre significa “Fisgona”, y Marian nos explica por qué llamó así a su gatita negra.
Empieza contando: “Snoopy Cat es mi gatita adorada. Es negra con grandes ojos brillantes y una diminuta nariz fría. Y con esos grandes ojos lo ve todo mientras fisgonea en todos los armarios, todos los cajones y todos los rincones, por eso la llamo ‘Snoopy Cat’ (Gata Fisgona)”. Un poco después sigue diciendo: “Quiero a Snoopy Cat y ella me quiere. Siempre está conmigo y escucha cada una de las notas cuando canto. A veces, incluso parece que intenta decirme: ‘Puedes hacerlo mejor, sabes que puedes’. Y si es una de sus canciones favoritas, ronronea sin parar”.
En 1943 se trasladó con su marido, el arquitecto Orpheus H. Fischer (con el que se había casado ese mismo año) a una granja en Danbury, Connecticut, donde permaneció hasta 1992. Conoció a Snoopy en la granja, un día que fue a saludar a la vaca, a los perros, las gallinas. Entró en el establo y entabló una conversación con Mama Gata, que no tardó en decirle que a todos les encantaba cómo cantaba. Allí se fijó en una gatita negra, y Mamá Gata le dio permiso para que se la llevara.
En cuanto llegó a la casa, empezó a fisgonear y esa noche, durante la cena, metió las dos patitas delanteras en la sopera llena de sopa ardiendo. Era tan curiosa que nunca dormía, pero Marian descubrió que si abría la caja de música, se adormecía, y que bastaba una canción de cuna para que se durmiera del todo. Hizo abrir una gatera en la puerta de la cocina para que Snoopy pudiera entrar y salir a su antojo.
Una noche de luna llena, los rayos de luna despertaron a Snoopy y la Luna la invitó a salir. Al llegar a la cocina, se dio cuenta de que todo parecía diferente, empezó a fisgonear y acabó cayendo en el contenedor de harina. Fue a ver a su familia, que no la reconoció, y su madre la echó. Se cayó a un lago y recuperó su color. Cruzó el lago sobre una amabilísima rana. Conoció a una tortuga a la que confundió con una piedra. Intentó cazar luciérnagas sin éxito y cuando ya estaba muy cansada, una lechuza la llevó de vuelta a su casa.
Al día siguiente se coló en el bolso de viaje de Marian y apareció en el escenario del recital que esta daba ante la sorpresa del pianista y del público. La cantante concluye diciendo que Snoopy la fisgona quería saber dónde cantaba.
Pero Marian Anderson no solo quiso a Snoopy. Hemos encontrado dos fotos suyas probablemente de principios de los cincuenta en compañía de un gato atigrado desconocido, aunque claramente muy querido también.
Marian Anderson falleció el 8 de abril de 1993 en casa de su sobrino, el director de orquesta James DePreist, en Portland, Oregón. Tenía 96 años. Había dejado las giras en 1965, pero siguió narrando la pieza orquestal “Lincoln Portrait” siempre que la dirigía su sobrino y en 1976 con la Orquesta de Filadelfia a las órdenes de Aaron Copland, el autor de la composición.

















Maravillosa cantante,
y más maravillosa su vida.
Gracias por su comentario.