Hippolyte Taine, pensador francés nacido el 21 de abril de 1828 en Vouviers, región de las Ardenas, Francia, dijo una vez: «He estudiado con detención a los filósofos y a los gatos. La sabiduría de los gatos es infinitamente superior». Pero no le bastó con realizar semejante afirmación; decidió redactar «Vida y opiniones filosóficas de un gato», un texto corto, lleno de ironía y humor, donde describe la vida de un gato nacido en un corral y sus opiniones sobre lo que descubre a su alrededor. Apareció por primera vez como paréntesis, quizá para dar un descanso al lector, en la segunda edición de «Viaje a los Pirineos», publicado en 1858.
Este crítico literario, historiador controvertido y filósofo no escondía su pasión por los gatos, como lo demuestra una fotografía tomada en su biblioteca donde está sentado acariciando a uno. Escribió numerosos artículos filosóficos, literarios e históricos para dos grandes publicaciones de la época, «Revue des Deux Mondes» y «Journal des débats». En 1863 publicó «Historia de la literatura inglesa» en cinco volúmenes, que obtuvo un éxito enorme y no solo le permitió vivir de la escritura, sino ser nombrado profesor del Colegio de Bellas Artes y de la prestigiosa escuela Saint-Cyr. Incluso dio clases en Oxford en 1871 y fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1878.
A partir de 1870 hasta su fallecimiento en París el 5 de marzo de 1893, se entregó a su gran obra, «Historia de los orígenes de la Francia contemporánea», en la que denuncia la artificialidad de las construcciones políticas francesas, como por ejemplo el espíritu racional y abstracto de Robespierre, que contradicen de pleno el lento crecimiento natural de las instituciones estatales.

Caricatura por Félix Valloton
Pero pasemos a lo que nos interesa y a los comentarios del gato filósofo. No hemos encontrado ninguna traducción en castellano, y a pesar de ser un texto corto como dijimos antes, no lo es tanto como para traducirlo íntegramente aquí. Nos limitaremos a escoger algunos párrafos. Empieza así:
«Nací en un tonel al fondo de un pajar lleno de heno; la luz caía en mis párpados cerrados, y los primeros ocho días, todo me pareció de color rosa». En el capítulo II, el gato sigue diciendo: «Mis patas se habían hecho fuertes, salí y no tardé en trabar amistad con una oca, animal estimable pues tenía la tripa caliente; me acurraba bajo ella y sus discursos filosóficos formaban mi mente. Contaba que el corral era una república de aliados: el más industrioso, el hombre, había sido escogido para mandar, y los perros, a pesar de ser turbulentos, eran nuestros guardianes». Al poco, el gato presencia la muerte de la oca a manos de la cocinera.
En el capítulo V hace un comentario sobre la música: «La música es un arte celeste; sale de lo más profundo de las entrañas. Bien lo saben los hombres cuando intentan imitarnos con el sonido de sus violines». En el VI habla de la felicidad: «He reflexionado mucho acerca de la felicidad ideal». Y añade un poco más lejos: «El que come es feliz; el que digiere lo es aún más; el que se queda traspuesto mientras digiere lo es mucho más. El resto solo es vanidad e impaciencia de espíritu (…) Si el mundo es un gran Dios bienaventurado, según dicen los sabios, la tierra debe de ser una tripa inmensa ocupada eternamente en digerir a las criaturas y en calentar su piel tersa al sol».
En el VII menciona a los perros: «…si la obra maestra de la creación es el gato, no se entiende que otro animal le odie, se abalance sobre él sin que este le haya hecho el menor arañazo y le rompa la espalda sin tener ganas de alimentarse de su carne».
Y por fin, en el capítulo VIII, este gato filósofo sin nombre nos habla de su idea del mundo: «Es necesario abrir el espíritu a conceptos más amplios y razonar por vías más ciertas. La naturaleza se parece siempre a sí misma, y ofrece en lo más pequeño la imagen de lo más grande. ¿De dónde proceden los animales? De un huevo; por lo tanto la tierra es un enorme huevo roto. Basta para convencerse con examinar la forma y los límites del valle que representan al mundo visible. Es cóncava como un huevo, y los bordes más afilados que se unen al cielo son aserrados, cortantes y blancos como los de una cáscara rota (…) El mundo es un gran huevo revuelto».
Y acaba diciendo: «Alcanzado semejante grado de sabiduría, nada me queda por pedir a la naturaleza ni a los hombres ni a nadie, excepto algún que otro festín del asador. Solo me queda dormirme en mi sabiduría, pues mi perfección es sublime, y ningún gato ha penetrado en el secreto de las cosas tan profundamente como yo».
Incluimos dos de las ilustraciones de Gustave Doré que acompañaron el texto en su primera edición.