En 2002, el conocido crítico de arte francés André Parinaud le llamó “brasileño global”. No es ninguna exageración, pues Adélio Sarro ha expuesto – casi siempre en solitario – en un sinfín de países, en ciudades como Pekín, Tokio, Melbourne, Moscú, Bratislava, Ginebra, París, Essen y Bruselas, sin mencionar las del continente americano.
Viendo la obra del pintor, nos llamó la atención que la mayoría de los animales vivos que incluía en sus composiciones fueran gatos. Hay aves – pero son mucho más simbólicas –, algún que otro perro y poco más. Los peces aparecen en bandejas, para ser vendidos. Se centra en mujeres y hombres solos, en pareja o pequeños grupos, y de vez en cuando – su obra es muy amplía – con un gato.
Siempre es el mismo gato o, mejor dicho, siempre lo retrata exactamente en la misma postura, da igual que le sostengan en brazos o que esté en el suelo. El gato aparece tumbado, con el rabo enrollado sobre una pata trasera, el cuello es largo y, en general, tiene pinta de estar extremadamente sorprendido por encontrarse en semejante situación.
Adélio Sarro nació el 7 de septiembre de 1950 en Andradina, estado de Sao Paulo, donde su abuelo materno tenía una pequeña plantación de café. Hemos leído que su cuna fue un cajón que había servido para transportar cebollas y al que adaptaron unos pies. Su madre era de origen italiano y su padre, portugués, ambos sin ningún conocimiento artístico.
Se crió en un cafetal y, desde pequeño, sus juguetes favoritos fueron el papel de envolver el pan y un lápiz. Cuentan que a los cuatro años trepó encima de un cajón y se quedó embelesado delante del Sagrado Corazón de Jesús del calendario. El sacerdote del pueblo predijo que sería un artista… pero también habría podido acabar siendo cura.
Sus padres se vieron obligados a mudarse en repetidas ocasiones en busca de una vida mejor. El abuelo paterno de Adélio vivía en Dracena y allí se trasladaron. Pero las dificultades continuaron: un hermano suyo murió al poco de nacer, su padre se cayó del tejado de una casa que reparaba y su madre tuvo que lavar ropa para llegar a fin de mes. En esa época utilizó su talento para dibujar anuncios para las tiendas de la ciudad y aportar algo al presupuesto familiar.
Ingresó en el seminario a los 14 años. Sobre todo dibujaba y pintaba figuras religiosas, dejando bastante claro desde un principio que eso le interesaba mucho más que estudiar el Antiguo o el Nuevo Testamento. Ante su falta de vocación, le mandaron de nuevo para casa. Al poco, la familia se mudó a Sao Caetano, una localidad muy cercana a Sao Paulo.
Un amigo suyo, Gilberto Macário, que dibujaba muy bien, encontró trabajo en una empresa de fabricación de letreros publicitarios y le hizo entrar con él. Aprendió serigrafía, una técnica nueva en Brasil, y lo consiguió a base de prueba y error. El azar quiso que conociera a un joven de Brodowski que le invitó a su boda.
En esa ciudad, visitó el museo dedicado al pintor Candido Portinari, del que nunca había oído hablar. (Incluimos los únicos dos cuadros de gatos realizados por Portinari que hemos encontrado). La visita se convirtió en una revelación; entendió que no podía seguir en publicidad y que debía entregarse a su verdadera vocación. Era el año 1971.
Compró libros sobre la obra del pintor y empezó a intentar copiar algunos cuadros, pero no era nada fácil. A pesar de carecer de conocimientos técnicos e incluso artísticos, mejoró poco a poco hasta descubrir la técnica de la transparencia, sobre todo con los azules y los rojos.
El siguiente paso fue exponer en la Plaza de la República de Sao Paulo después de conseguir un permiso de la prefectura. En la época casi solo pintaba los paisajes. Conoció a otros pintores, algunos con experiencia, otros tan noveles como él. Además de compradores locales, también venían turistas extranjeros que querían llevarse algo para su país.
Pero no fueron tiempos fáciles. Al no tener dinero, fabricaba sus propios bastidores con restos de cajas de madera. Durante el día trabajaba montando escaparates y haciendo carteles publicitarios para poder pintar por la noche e ir a la plaza los fines de semana. Y así hasta 1984, cuando su galerista le dijo que no podía seguir como “un pintor de fin de semana”.
En 1981, nada menos que seis instituciones japonesas mostraron sus obras. Al año siguiente expuso en los museos de arte de Sao Paulo y de Florianópolis, y a continuación fue descubierto en Italia: Milán, Roma, Bolonia, y después París, Buenos Aires, Miami y Lisboa. En 1988, la Fundación Rali adquirió cuadros suyos para el Museo Latinoamericano de Punta del Este, Uruguay. En los veinte años siguientes, el pintor recorrió el mundo con sus obras.
A partir de los noventa, sin dejar nunca de pintar, Adélio Sarrio empezó a crear murales de grandes dimensiones. Muchos se encuentran en Brasil, algunos en Alemania, otros en Francia.
Acabaremos como hemos empezado, citando al crítico francés André Parinaud: “Brasileño de hecho, por sus raíces, pero ciudadano del mundo por la calidad de sus obras y su poder de comunicación gracias a su amor por los seres humanos. Un conjunto que se presenta como la síntesis de las aspiraciones de un artista ejemplar a principios de este milenio y que da testimonio de la sabiduría de un pueblo”.