Hace casi diez años, al poco de empezar este blog – el tiempo vuela –, publicamos una breve reseña titulada “Gatos en la novela negra” en torno a Raymond Chandler y su gata, pero creemos que ambos se merecen algo más. El 19 de marzo de 1945 escribió una carta a su amigo Charles Morton dedicada íntegramente a su gata persa negra Taki. Al parecer, cuando Chandler no escribía novelas, escribía cartas, miles de ellas, y en muchas hablaba de Taki, su gran amiga.
Incluimos aquí unos párrafos de dicha carta: “Un hombre llamado Inkstead (Nota: En realidad, el fotógrafo es John Engstead, que retrató a muchas personalidades de Hollywood en los años 30 y 40) me hizo unas cuantas fotografías, una de ellas con mi secretaria sentada en mi regazo, no está nada mal. (…) Debería aclarar que la secretaria en cuestión es una gata negra de 14 años, pero la llamo así porque lleva conmigo desde que empecé a escribir, y suele sentarse en el papel que quiero utilizar o en lo que quiero revisar. (…) “Se llama Taki (…) y tiene una memoria mayor que la de cualquier elefante. En general, es educadamente distante, pero de vez en cuando le da la vena discursiva y puede hablar durante diez minutos seguidos. (…) He sido amante de los gatos toda mi vida (no tengo nada contra los perros, excepto que necesitan que se les entretenga), y todavía no consigo entenderlos. Taki sabe perfectamente a quién le gustan los gatos, nunca se acerca a quien no le gustan, y siempre va directamente a la persona, aunque sea la última en llegar y una perfecta desconocida, que sí le gustan (…)”.
“Nos acompaña siempre que vamos de viaje, recuerda todos los lugares en los que ha estado antes y suele sentirse cómoda en cualquier parte. Pero hubo un par de sitios que le molestaron, no sé por qué. No acababa de instalarse. Si dura mucho, nos damos por aludidos. Puede que un asesino en serie fijara su residencia por allí y más nos vale irnos cuanto antes (…)”
“A veces alza la pata y la contempla con mirada especulativa. Mi mujer cree que nos sugiere que le compremos un reloj de pulsera; pero no lo necesita por razones prácticas – sabe la hora mejor que yo –, aunque una joya nunca viene mal”. Las palabras de Chandler demuestran el profundo cariño que sentía por Taki, cuyo nombre real era “Take”, que significa “bambú” en japonés, pero su esposa Cissy y él se cansaron de explicar que debía pronunciarse “ta-ki” en inglés y no “teik”.
No recordamos a ningún gato en sus siete novelas. No vemos a Philip Marlowe, uno de los detectives más famosos del mundo, cuidando de un gato, pero… alguien sí lo imaginó, el director estadounidense Robert Altman en la película “Un largo adiós” (1973).
Es verdad que el gato – un pelirrojo – solo aparece al principio de la película, pero cuando al actor Elliot Gould, que encarna a un Marlowe muy diferente del de Humphrey Bogart, le preguntaron en una entrevista por la relación del detective con los gatos, contestó que era clave porque “No se le puede mentir a un gato”. Y añadió: “Claro que fue idea de Altman. No estaba en el guion y me contó la secuencia antes de que empezáramos a rodar, la del gato y la comida, y me dijo: ‘Es el tema de la película’.
En otra entrevista, Robert Altman subrayó la importancia del gato en el guion: “Podría decirse que el auténtico misterio de ‘El largo adiós’ es saber dónde se ha metido el gato de Marlowe. Rodé la película secuencialmente y creo que lo más importante es la escena del gato al arrancar. Le ndica al espectador que no verá a Humphrey Bogart. No va a ir de mujeres ni de puñetazos. En este tipo de cine es casi una obligatoriedad arrancar con una secuencia de acción, e hicimos exactamente lo opuesto”.
Sigue diciendo: “Marlowe no sentía afinidad por los perros, era hombre de gatos. Tenía un gato, un gato veleidoso que no quería quedarse con él. Siempre que vuelve a casa, busca al gato. Pero tengo la sensación de que no volverá a verlo, porque al no haberle dado lo que quería, se fue”.
Esta última frase tiene una explicación: La película abre con Marlowe en un supermercado a las dos de la mañana buscando la marca de comida felina favorita de su gato, pero no queda. Regresa a casa con otra, y el gato – que no tiene nombre –, muy ofuscado, decide irse por “el porto del gato” (textual, como lo demuestra la foto).
Pero queda otro misterio por aclarar, ¿a qué gato vemos en “Un largo adiós”? Algunos dicen que es Morris (https://gatosyrespeto.org/2019/11/07/el-gato-morris-una-estrella/), aunque nos extrañaría mucho porque ya tenía bastante con los anuncios de la comida felina 9Lives. Es muy posible que fuera uno de los gatos de Frank Inn, el domador del famosísimo Orangey de “Desayuno con diamantes”.
El papel del gato sin nombre es muy breve, pero aparece en casi todos los carteles publicitarios en diferentes países y, no contento con eso, también es parte de la última frase de la película. Marlowe encuentra por fin a Lennox (el asesino y su amigo, que le ha engañado desde el principio), que le dice: “¿Qué más te da? A nadie le importa”. Marlowe: “A nadie excepto a mí”. Lennox: “Allá tú, Marlowe, nunca aprenderás, naciste para ser un perdedor”. Marlowe: “Sí, incluso he perdido a mi gato”. Y mata a Lennox de un tiro.
No sabemos qué habría pensado Chandler del papel del gato en la película basada en su novela, pero creemos que Altman lo hizo para rendir homenaje a un gran escritor. Raymond Chandler llegó a Los Ángeles en los años veinte con Cissy, Se habían casado en 1924, después de la muerte de su madre, que se oponía a la boda porque Cissy tenía diecisiete años más que el escritor. Chandler la amó profundamente – a pesar de engañarla con otras mujeres – y se derrumbó cuando ella falleció en 1954. Para entonces, hacía mucho que Taki también se había ido. Raymond Chandler, que hizo un poco de todo en su vida antes de empezar a dedicarse a la novela “pulp” a los cuarenta y cuatro años, murió a los setenta el 26 de marzo de 1959.



















