Este cuento fue recopilado por los hermanos Grimm, que incluyeron únicamente relatos de origen germánico o nórdico en sus colecciones. Sin embargo, en “La gata y el hijo del pobre molinero” hay muchos parecidos con “La gata blanca”, de Madame d’Aulnoy (https://gatosyrespeto.org/2020/12/10/la-gata-blanca-un-cuento-de-hadas-de-madame-daulnoy-parte-1/), publicado entre 1690 y 1695, mientras que la primera edición de los hermanos data de 1812, más de cien años después.
Siempre se ha dicho que los hermanos Grimm no edulcoraban sus cuentos; efectivamente, los monstruos son más terribles que los encontrados en Hans Christian Andersen, y no hablemos de lo que queda del cuento cuando cae en manos de la fábrica Disney. Pero parece ser que entre las primeras ediciones (1812 y 1815) y las siguientes, retocaron bastante los relatos para que fueran más populares y vender más…
Este cuento empieza como todos: Érase una vez un viejo molinero que no tenía esposa ni hijos, solo tres aprendices que trabajaban con él. Después de varios años, les dijo: “Ya soy mayor, quiero dejar de trabajar y sentarme cerca del fuego. El que me traiga el mejor caballo se quedará con el molino; a cambio, deberá cuidar de mí hasta que muera”.
De los tres aprendices, el más joven no tenía muchas luces y se llamaba Hans. Sus compañeros intentaron convencerle de que no se uniera a ellos, pero él insistió. Partieron en busca de caballos; cuando cayó la noche, se refugiaron en una cueva. Los otros dos esperaron a que Hans se durmiera y se fueron, creyéndose muy listos.
Al despertarse, Hans no sabía dónde estaba, pero echó a andar, decidido a conseguir un caballo. Al poco se cruzó con una pequeña gata atigrada que le preguntó amablemente dónde se dirigía. Hans, tristemente, le respondió que no podía ayudarle, pero la gata insistió; sabía que deseaba tener un caballo y le propuso un trato: “Acompáñame, sé mi fiel criado durante siete años y tendrás el caballo más bello que jamás hayas visto”.
“Qué gata tan maravillosa”, pensó Hans, muerto de curiosidad, y la siguió hasta su castillo encantado, donde solo habitaban gatos para servirla. Cenaron mientras tres gatos tocaban, uno el fagot, otro el violín y el tercero, con las mejillas muy hinchadas, la trompeta. La gata hizo apartar la mesa e invito a Hans a bailar con ella, pero Hans se negó, nunca había bailado con una gatita.
Los sirvientes le llevaron a la cama y le ayudaron a desvestirse. Al día siguiente, le despertaron y ayudaron a vestirse. Después de lavarle la cara, uno de los gatos le secó la cara con su rabo y Hans pensó que nunca había sentido un paño tan suave.
Hans debía servir a la gata; cada día le mandaba cortar la leña con un hacha y una sierra de plata. Otro día tuvo que cortar la hierba de una pradera con una guadaña de plata y una piedra de afilar de oro. Y siempre, Hans devolvía las preciadas herramientas preguntando si ya podía tener su recompensa, pero aún no había pasado bastante tiempo.
Por último, la gata le pidió que le construyera una pequeña casa de madera con sus herramientas de plata, y así lo hizo Hans. Al acabar, la gata le dijo que habían transcurrido siete años, pero para Hans apenas habían pasado seis meses. Le preguntó si quería ver sus caballos y él accedió, feliz.
La gata abrió la puerta de la pequeña casa que Hans había construido, le enseñó doce magníficos caballos relucientes y le dijo: “Ahora comerás, beberás y volverás al molino. No te llevarás el caballo, yo misma lo traeré dentro de tres días”. Le enseñó qué camino debía seguir y Hans se puso en marcha.
Cuando llegó al molino, los otros dos aprendices se mofaron de él: llevaba la misma camisa que cuando se había ido y ahora se encontraba en un estado deplorable. Además, ellos habían traído dos caballos, aunque uno era tuerto y el otro, cojo. Le preguntaron dónde estaba el suyo y Hans contestó: “Llegará dentro de tres días”.
Volvieron a reírse de él. El molinero no le permitió sentarse a la mesa porque estaba demasiado andrajoso y comió solo en el patio. Tampoco pudo dormir en su cama, sino en la cabaña de los gansos, en un montón de paja. Transcurrieron tres días, y una espléndida carroza tirada por seis espléndidos caballos se detuvo delante del molino. Un criado traía un séptimo, el más bello de todos. Una preciosa princesa bajó y preguntó por el último aprendiz del molinero.
El molinero contestó que le habían prohibido vivir en la casa: “Está demasiado sucio, vive en la cabaña de los gansos”. La princesa – no es otra que la gatita atigrada – mandó traer a Hans. Cuando llegó, tenía que sujetarse los jirones de la camisa para cubrir su desnudez, pero los sirvientes – que ya no eran gatos – le asearon y vistieron con ropas caras. Acabado esto, ningún príncipe podría haber sido más apuesto.
La princesa pidió ver los caballos que habían traído los otros dos aprendices, a la vez que un criado se acercaba con el séptimo caballo. “Este es el caballo del tercer aprendiz”, dijo. Al verlo, el molinero reconoció que en su patio nunca había habido un caballo tan magnífico y decidió dar el molino al pobre Hans.
La princesa dijo que se quedara con el caballo y el molino; se llevó al fiel Hans, que no regresó nunca. Primero fueron a la casita que le había construido con las herramientas de plata, pero ahora era un palacio y todo lo de dentro era de plata y oro. Hans y la princesa/gata se casaron y fueron felices. Que nadie diga que los tontos no pueden llegar a ser personas importantes.
Aquí acaba el cuento. Todas las versiones que hemos encontrado son idénticas, pero este “cuento de hadas” es algo diferente de los de su estilo. En primer lugar, no se explica por qué la princesa es gata. ¿Ha sido embrujada por un hada malévola? Y en segundo lugar, Hans no parece muy inteligente, pero es bueno, fiel, honrado… No es un héroe, no tiene conciencia de lo que hace, obedece. Ninguna de las dos cosas encaja del todo.
Los hermanos Grimm hicieron un trabajo extraordinario al recoger todos sus cuentos de fuentes orales. Sin ellos, muchos habrían desaparecido para siempre.



















