
Madame D’Aulnoy acuñó el término “cuento de hadas” (contes de fées) alrededor de 1690 con la publicación de “L’Île de la félicité (La isla de la alegría), el primer cuento de este género en Francia. Después del éxito de “Contes de ma mère l’Oye” (Cuentos de mi madre la oca), de Charles Perrault, la baronesa (o condesa según algunos) publicó en 1697 los cuatro volúmenes de “Cuentos de hadas”, a los que siguieron “Nuevos cuentos o Las hadas de moda” en 1698.

Hoy en día siguen siendo famosos los cuentos de Perrault (El gato con botas https://gatosyrespeto.org/2019/11/21/el-gato-con-botas/, Caperucita, Pulgarcito…), pero Madame d’Aulnoy ha caído en el olvido. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XVIII sus relatos fueron reeditados cinco veces, una más que los de Perrault. Es hora de redescubrir sus fantásticos, imaginativos y novelescos cuentos de hadas.
Auténticas obras maestras de la literatura feérica, muchos de sus cuentos nacen de la tradición oral y supo trasladarlos a un género literario destinado a lectores adultos y aristocráticos. La revista “Mercure galant”, fundada en 1672 para informar y publicar poemas e historias cortas, fue una gran defensora de la calidad literaria de los escritos de Madame D’Aulnoy.

Sus cuentos incluso dejaron el círculo mundano al que pertenecían y fueron reeditados por la Biblioteca Azul, como ocurrió con el cuento que nos sirve de excusa hoy para hablar de esta singular mujer. La colección fue creada a principio del XVII en Troyes por el impresor Nicolas Oudot y estaba compuesta por obras cortas encuadernadas en rústica, impresas en papel de mala calidad y con tapas de color azul grisáceo. Los ejemplares eran baratos y estaban destinados a la clase popular mediante la venta ambulante.

Pero antes de seguir hablando de la autora, resumiremos el precioso cuento titulado “La gata blanca”. Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Temeroso de que el mayor quisiera hacerse con el trono, decide mandar a los tres en busca del perrito más maravilloso del mundo y darles un año para encontrarlo. Entregará su corona al ganador. Los tres emprenden la marcha, pero al cabo de unos días una terrible tormenta sorprende al benjamín en un bosque desconocido. Por suerte, atisba unas luces a lo lejos, se acerca y descubre un magnífico palacio. Llama a la puerta y le abren varias manos sin cuerpo.
Después de asearse y cambiarse de ropa, las manos le guían hacia un comedor donde una pequeña orquesta gatuna toca sus instrumentos. La música no es del gusto del príncipe y se tapa los oídos con las manos. Entonces entra en la sala una pequeña figura espléndidamente vestida cuyo rostro está tapado con un velo negro, flanqueada por dos gatos de luto y seguida por muchos otros llevando jaulas con ratas y ratones. La figura se alza el velo y el príncipe descubre a la gata blanca más bella que jamás pisó y pisará la tierra.


Cenan juntos. En un momento dado, el príncipe (nunca sabemos su nombre) ve que la gata lleva un diminuto retrato atado a la muñeca y pide verlo. Es el de un joven apuestísimo parecido a él como dos gotas de agua. A pesar de sentirse muy intrigado, no se atreve a preguntar por miedo a herir los sentimientos de la bella felina. Después de una representación teatral interpretada por gatos y monos, ambos se retiran a descansar.


Al día siguiente, la gata blanca organiza una partida de caza. Ella va montada en un mono y él, en un caballo de madera más rápido que cualquier corcel. Y así transcurre un año sin que el príncipe se dé cuenta. Salen de caza, juegan al ajedrez, algo que se le da muy bien a la gata, pasean, conversan. Esta le recuerda que solo faltan tres días para la cita con su padre. El joven príncipe se desespera, pero la gata le consuela: el caballo de madera recorrerá las quinientas leguas que le separan del palacio de su padre en doce horas y, además, le entrega una bellota que contiene el perro más pequeño que existe.

Como era de esperar, el Rey queda maravillado ante las habilidades del minúsculo perrito, pero no le apetece deshacerse de la corona y esta vez se le ocurre mandar a sus tres hijos en busca de una pieza de tela tan ligera y fina que pueda pasar por el ojo de una aguja de bordar. Los tres hermanos se ponen en marcha y el benjamín regresa al castillo de la gata blanca. Al llegar, la encuentra triste y algo desarreglada, pero en cuanto le ve, la gata blanca se alegra y parece revivir.

Transcurre otro año. De nuevo, la gata le avisa con tres días de antelación y le entrega una nuez que no debe romper hasta llegar delante de su padre. Le manda en una carroza tirada por doce caballos blancos como la nieve seguidos por mil guardas gatunos portando las armas de la gata blanca. Cuando el Rey rompe la nuez, aparece una almendra, dentro de la almendra, una avellana, y así hasta un grano de mijo donde está la tela.

No cabe duda de quién ha ganado, pero el Rey sigue sin estar dispuesto a entregar la corona y les pide una última cosa: dentro de un año deberán volver con la más bella de las princesas. Dará el reino al hijo con la novia más guapa. El joven príncipe regresa al castillo de su querida gata. El tercer año transcurre como los dos anteriores. Cuando ella le avisa de que solo quedan tres días, el príncipe no quiere partir, prefiere su compañía a cualquier reino. La gata blanca le dice que se llevará a la más bella de las princesas, pero para conseguirlo debe cortarle la cabeza y el rabo antes de tirarlos al fuego.

El príncipe, horrorizado, se niega a hacerlo, pero ella acaba convenciéndole porque ha llegado el momento de romper el hechizo. Por fin, él alza la espada con mano temblorosa y obedece. El cuerpo sin vida de la gata blanca se transforma en una joven maravillosa, y en ese momento entra toda la corte de la gata transformada en seres humanos. Esa noche, la gata le cuenta su historia a su amigo. Continuará la semana próxima.
Qué intriga, gracias por el artículo!!!
El desenlace la semana que viene…
Estoy deseando conocer como sigue el cuento.