Durante los años sesenta, en plena Guerra Fría, unos miembros de la CIA tuvieron una gran idea – según ellos, claro – para espiar a miembros de embajadas, sobre todo la soviética, que estuvieran hablando en un sitio público o en los jardines de dichas embajadas y residencias del embajador sin levantar sospechas.

Estas mentes brillantes, científicos de la División de Servicios Técnicos, se habían dado cuenta de que se veían gatos en calles y parques sin que llamaran la atención, ni siquiera al espía más prudente. Ya se sabe, los gatos son libres, y nadie se sorprendería de que uno estuviera sentado a un par de metros, limpiándose las patas. Dedujeron que bastaba con encontrar una forma para que el gato les transmitiera la conversación del sujeto espiado. Había nacido la Operación “Acoustic Kitty” (Gatito acústico).

Acoustic Kitty

A partir de este momento empieza una misión que durará cinco años con el fin de entrenar a un gato y convertirlo en espía. La palabra mágica en este caso era “entrenar” o, mejor dicho, “domar”. Cualquiera que tenga un gato sabe perfectamente que no son los animales más apropiados para ser “domados”. Sin embargo, en un ambiente cerrado y conocido por los gatos, consiguieron que estos se desplazaran a pequeñas distancias y se quedaran quietos en un punto dado durante un tiempo.

Semejante hazaña les convenció de que podían seguir adelante con el proyecto. El paso siguiente era diseñar un artefacto lo bastante pequeño como para pasar desapercibido y no molestar al gato. A una persona sensata se le hubiera ocurrido ponerlo en un collar; en esa época, en Estados Unidos, numerosísimos gatos caseros llevaban collar con cascabel. Pero no, ¿por qué simplificarlo si puede ser complicado?

Implantaron un transmisor de ¾ de pulgada (1,9 cm nada menos) en la base del cráneo del pobre gato. El micro se colocaría en el canal auditivo y la antena se enrollaría alrededor del rabo, entre el pelo, para que no se viera. Quedaba el problema de las baterías, que debían ser muy pequeñas y no darían una gran autonomía al “gato espía”.

Acoustic Kitty

Tengamos en cuenta que en los sesenta no existían los sistemas de captación de sonido de ahora, ni mucho menos. Estos “expertos” convirtieron a un gato en ciborg. Una vez diseñada y fabricada la tecnología, les bastaba una operación de una hora para implantar el equipo. Luego no solo quedaba “entrenarle”, sino también asegurarse de que estaba cómodo y que se movía exactamente como antes. Escogieron a una gata gris y blanca de la que no tenemos fotos y tampoco sabemos su nombre.

Como hemos dicho antes, dentro de un ambiente controlado, generalmente la gata respondía bien a las órdenes, pero en el exterior era otro cantar. Había múltiples distracciones y no tardaba en abandonar la posición indicada para ver qué ocurría a unos metros más allá o si había algo interesante para comer. Los científicos de la CIA solucionaron el problema del hambre con otra operación, pero nada podían hacer para evitar las distracciones.

Cuando ya llevaban cerca de 20 millones de dólares invertidos en el proyecto y todo parecía indicar que era una locura, decidieron seguir adelante. Pero ya se sabe, a cualquier servicio secreto le encanta creer que puede hacer posible lo imposible. Una tarde de primavera, una camioneta blanca aparcó al otro lado de la calle de la Embajada soviética. En la acera de enfrente, dos hombres rusos conversaban. La puerta trasera de la furgoneta se abrió, una gatita bajó de un salto, miró a su alrededor y empezó a cruzar la calle con paso resuelto. Los “expertos” no tomaron en cuenta que en las calles de Washington había tráfico.

El proyecto “Acoustic Kitty” se abandonó en 1967. La CIA llegó a la brillante conclusión de que no era una buena idea soltar agentes en la calle sobre los que se tenía muy poco control. Tampoco ayudó el hecho de que el micrófono recogía absolutamente cualquier sonido, pisadas, cláxones, cantos de pájaros, haciendo imposible oír la conversación del objetivo.

A pesar del rotundo fracaso, los científicos y “expertos” encargados del proyecto fueron felicitados por su investigación pionera demostrando que “era posible entrenar a gatos para que recorrieran distancias cortas” (Cita textual).

El proyecto salió a la luz en 2001 cuando se desclasificaron algunos documentos de la CIA. En 2013, Robert Wallace, antiguo director de la Oficina de Servicios Técnicos, afirmó que se había abandonado el proyecto debido a las dificultades que representaba y que lo de la furgoneta blanca no era verdad. Se le habían extirpado los artefactos a la gata y “había tenido una larga vida feliz y tranquila”.

Puede que la primera versión del triste final de la gatita se deba a Victor Marchetti, agente de la CIA en los años cincuenta y sesenta que acabó siendo muy crítico con la agencia y no dudó en describir el proyecto como “una monstruosidad”, opinión que compartimos. El respeto a los animales en los años sesenta no era boyante; de hecho, sigue sin serlo. Wallace tal vez quiso lavar un poco la imagen de la CIA con su versión en 2014.

Tristemente, los seres humanos creen tener derecho a utilizar a otros seres vivos para sus investigaciones, experimentos y otras brillantes ideas. Faltar al respeto a los animales es faltarnos al respeto a nosotros mismos. Ojalá acabemos por comprenderlo.

L. Prang & Co. (Biblioteca del Congreso de Estados Unidos)

Feliz año 2024

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