Albert Anker (1887)

Tove Irma Margit Ditlevsen, una de las escritoras más conocidas de Dinamarca, también fue una mujer torturada por sus numerosas identidades enfrentadas: artista soñadora, inadaptada, aunque totalmente enfocada en su trabajo, que nunca perteneció a los círculos literarios, esposa y madre ambivalente, drogadicta…

Gertrude Abercrombie

Ya era una conocida poeta con veinte y poco años a pesar de haber estado escolarizada solo hasta los catorce años. Entre 1939 y 1942 aparecieron cinco libros de poemas suyos. Para entonces había trabajado como criada en varias casas, de las que la echaron por el poco interés que demostraba en sus tareas, estaba casada con el primero de sus cuatro maridos, y tenía un amante que mandaba la misma carta a todas sus queridas encabezándola con “querida gatita”.

Bacchiacca

En 1967 publicó las dos primeras partes de su famosa Trilogía de Copenhague, “Barndom” y “Ungdom”, y cuatro años después la tercera, “Gift” (Infancia, Juventud y Dependencia). En estos tres libros, totalmente autobiográficos, no muestra un ápice de autocompasión, todo lo contrario, su lucidez es implacable. La tercera parte está considerada como una de las cinco mejores memorias en torno a la adicción. Por cierto, la palabra “gift” en danés puede significar matrimonio y adicción.

Boris Grigoriev

Tove Ditlevsen deja claro que desde pequeña estaba convencida de que algún día se convertiría en una “mujer poeta”, pero por muy fuerte que fuera esa sensación también creía que una mujer solo podía alejarse de la pobreza y de la vergüenza casándose, algo que le inculcó una madre muy dominante. Logró el sueño de vivir de sus obras, pero eso no le impidió casarse (y divorciarse) cuatro veces.

Tove Ditlevsen
Gertrude des Clayes

Su primer marido, Viggo Moeller, tenía treinta años más que ella y fue su primer editor. El matrimonio solo duro dos años. A continuación conoció a Ebbe Munk, profesor de Economía en la Universidad de Copenhague, con el que tuvo su primer hijo y una primera depresión. El tercero fue el doctor Kurt T. Rayberg, que la enganchó a calmantes opiáceos como el Demerol. Al cabo de cinco años, cuando por fin pidió ayuda, solo pesaba treinta kilos.

Suzanne Valadon (Miss Lily Walton, 1922)

Su cuarto marido, Victor Andreas, otro editor y, posteriormente, alto funcionario danés, quizá fue el más estable, dentro de lo que cabe. Criaron cuatro hijos, tres de estos de dos matrimonios anteriores, asistieron a numerosas recepciones diplomáticas y discutieron mucho durante los veintidós años de su vida juntos. Eso sí, Andreas solía engañarla regularmente con otras mujeres.

Henri Matisse (Su hija Marguerite, 1910)

A pesar de luchar toda su vida contra la depresión, de ingresar en varias ocasiones en hospitales psiquiátricos, Tove Ditlevsen publicó unos treinta libros entre colecciones de relatos, poemas, memorias y novelas, además de trabajar como periodista. Sus compañeros hombres a menudo se burlaban de ella por tener cuatro hijos y ser ama de casa. Después de su cuatro divorcio, la escritora se quitó la vida el 7 de marzo de 1976 a los cincuenta y nueve años.

Lotte Laserstein (Autorretato con gato, 1928)
Pierre Auguste Renoir

Sabemos que Tove Ditlevsen tuvo un gato, como se ve en esta foto, o mejor dicho, trozo de foto, ya que la completa no es de libre uso, pero el pie especifica: “La escritora Tove Ditlevsen en su casa con su gato”, sin mencionar fecha. Pero si le dedicamos un artículo es porque escribió un relato corto titulado “El gato” dentro de la colección de relatos “Den onde lykke”, publicado en español como “Felicidad perversa”. Es un cuento muy corto, algo más de dos mil palabras, cinco páginas, pero tremendo.

Tove Ditlevsen y su gato
Gwen John (1918-22)

Cada día, un matrimonio que probablemente vive a las afueras de Copenhague coge el tren para ir a trabajar. Pero nadie se fija en ellos, su aspecto delata “casados y oficinistas”, no tienen nada de misteriosos, son totalmente anodinos. Ella dormita, él lee el periódico de cabo a rabo y al llegar, lo dobla cuidadosamente y lo deja en el asiento. Lo único “extraño” es que ella falta unos días. Pero ha llegado el frío, quizá tenga gripe.

Eduard Manet (La Sra. Manet con gato, 1882)

La mujer parece cansada. Sin embargo, no trabaja más que otras amas de casa que trabajan; además, no tienen hijos, una carga menos. Camino de casa, el hombre pregunta si el gato sigue en casa y ella contesta que sí. No ha querido echarle con el frío. Aquí entendemos que el gato es la causa de un conflicto. Ella le dio un poco de leche una tarde, cuando se lo encontró delante de la puerta al volver del trabajo. Al día siguiente, el gato volvió y él le tiró una piedra. Por la noche, ella le dejó pasar y al día siguiente la casa olía fatal, el gato había marcado su terreno.

Miniatura, era victoriana

Había empezado el conflicto con el gato. Él lo echaba, le daba patadas, le tiraba piedras. Ella le dejaba entrar, le alimentaba, limpiaba sus marcas, le acariciaba y le quería. Mientras ha estado ingresada, el marido consigue que el gato no entre, pero en cuanto ella regresa, pregunta por el gato, lo llama y el gato viene corriendo. El hombre no lo entiende, en el fondo se alegra de que su mujer haya abortado, un niño habría perturbado una vida equilibrada.

Fernand Léger (1921)

Después de seis años de matrimonio tienen una casa propia, amistades adecuadas y el jefe cena con ellos una vez al mes. Con un niño, ella dejaría de trabajar, tendrían menos dinero, menos comodidades, pero la mujer no entraba en razón. Decía cosas como “Un niño nuestro, un ser vivo”. Había crecido en una casa con cinco hermanos y solo recordaba los gritos y los lloriqueos.

Nicolai Yarushenko

Un día, al ver al gato agazapado debajo del escritorio para que no le diera una patada, decide echarle de verdad. Cuando el hombre da un paso hacia él, arquea el lomo y bufa. Busca algo que tirarle y el gato aprovecha para escabullirse por la ventana. Cierra todas las ventanas, todas las puertas y va a la cocina: “Dónde está el gato”, pregunta Grete (ya sabemos que se llama así). “¿Cómo quieres que lo sepa?”, contesta él. “Lo has echado, encuéntralo”.

Pierre Bonnard (1912)

No es un ruego, sino una orden. El hombre obedece, consciente de la ira y del odio de su mujer. “Si vuelve, todo se arreglará”, piensa. Encuentra al gato en el cobertizo: “Gatito, ven, vamos a ver a mamá”, pero el animal sale corriendo y entra por la puerta abierta de la cocina. El hombre siente miedo, no entiende dónde está la sensata Grete con la que se casó.

George Dunlop Leslie

Cuando entra en el salón, ve a Grete sentada, llorando, con el gato en brazos. La llama y ella parece volver de un sueño. Suelta al gato precipitadamente y se levanta: “Voy a acabar de preparar la cena”, dice. Él quiere cogerla en brazos, consolarla, pero en ese momento se pregunta si los vecinos no le habrán visto a cuatro patas buscando al gato entre los matorrales.

Kyohei Inukai (Mujer con gato, 1978-1984)

Hemos ilustrado este artículo con cuadros de mujeres con gatos.

Franz Marc (1912)

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