El pasado 31 de marzo, a la 7:15 de la mañana, Happy Cat Sanctuary empezó a arder. A las 8:35, los bomberos habían controlado el incendio, pero Chris Arsenault, el fundador del santuario, ya había fallecido intentando salvar a sus amados gatos. Con él, se calcula que murieron cerca de cien felinos. Al menos otros ciento cincuenta sobrevivieron; de estos, unos treinta sufren quemaduras en las patas, otros han perdido los bigotes o han respirado humo. Algunos están muy graves.
No todo el mundo en la zona estaba de acuerdo con el trabajo que realizaba Chris para salvar a los gatos e incluso se sospechó que el incendio podía haber sido intencionado. Sin embargo, al cabo de tres días la policía y los bomberos aclararon que el fuego se había declarado en el interior de la casa y que no había nada sospechoso. Por desgracia, la instalación hecha en la casa para acomodar a los gatos ayudó a que el incendio se propagara con gran rapidez.
Chris Arsenault fundó Happy Cat Sanctuary (Santuario del gato feliz) en 2007 después de que su hijo Eric muriera a los veinticuatro años en un accidente de moto. Algún tiempo después encontró una colonia de gatos con treinta gatitos enfermos a los que rescató y cuidó. Entonces se dio cuenta de que había encontrado su destino y decidió abrir un santuario felino. En 2012, el refugio se convirtió oficialmente en una ONG. Hace mucho, en una entrevista dijo: “Conseguí hacer algo positivo con mi vida después del accidente de mi hijo. El santuario está dedicado a Eric, adoraba a los animales”.
Todos sus esfuerzos se centraban en rescatar a gatos en situaciones extremas o de zonas donde sus vidas corrieran peligro por envenenamientos y maltrato. Hablamos de gatos ciegos, sordos, enfermos, heridos, a los que ofrecía un refugio, comida, cuidados y libertad. En el condado de Suffolk, Long Island, Nueva York, Chris intentó adoptar a todos los gatos que nadie quería. Pero no contento con eso, también se encargaba de esterilizar a numerosas colonias que no estaban en peligro.
En otra entrevista de hace cinco años dijo que solo en comida se gastaba unos 2.000 dólares al mes, lo que no nos sorprende porque llegó a tener 300 gatos en el santuario. Además de la comida, estaban los cuidados veterinarios, toda la instalación requerida para que tantos gatos estuvieran cómodos, durmieran sin pasar frío y, lo que quizá olvidamos, el enorme trabajo que suponía mantener el limpio santuario.
El proyecto empezó en la casa de Chris, que se convirtió en hogar para gatos, quedándose solo con un dormitorio de unos 20 metros cuadrados para su uso personal. Con el paso del tiempo compró más terrenos colindantes con el fin de que sus queridos rescatados pudieran pasear y dormir cómodamente. Chris decía que los gatos le habían devuelto la vida después de la muerte de su hijo.
Nelly Mendoza, la vecina que avisó a los bomberos, se despertó a eso de las siete de la mañana al oír una explosión. Se levantó y vio la casa de su vecino en llamas. Después de llamar, agarró una manguera para ayudar a Christopher. “Chris entró y volvió a salir sacando a gatos, volvió a entrar, pero ya no salió”. Y añade: “Era la persona más tierna y genuina del mundo, un humanitario, un gran hombre”.
Frankie Floridia, uno de los voluntarios que echaba una mano a Chris en el santuario, dice: “Chris habría dado su vida por los gatos y acabó muriendo por ellos, todos los que le conocíamos sabemos que era capaz de eso. Salvar a los animales era toda su vida”.
A partir del jueves 3 de marzo, una empresa puso a disposición un almacén para albergar a los gatos. Se calcula que el rescate de todos los supervivientes durará semanas. De momento, los que están en buena salud son llevados al almacén o distribuidos en otros refugios con la esperanza de que muchos sean adoptados.
John DeBacker, activista animalista y gran amigo de Chris Arsenault, sabe que el santuario fue objetivo de varias campañas de acoso en medios sociales. Chris también fue denunciado alguna vez por tener a los gatos en “condiciones deplorables de suciedad e inseguridad”, pero nada de eso era verdad. Los inspectores sanitarios visitaban regularmente el santuario y toda la documentación estaba en regla.
Chris Arsenault solo tenía 65 años. En menos de veinte años salvó a cientos de gatos, cuidó de ellos, los quiso, y seguro que los miembros de su enorme familia felina le devolvieron el cariño. ¿Qué será de ellos ahora? Gracias, Chris, descansa en paz.














