Época romana

El 14 de julio de 2017 publicamos una entrada titulada “Mike, el gato del Museo Británico” (https://gatosyrespeto.org/2016/07/14/mike-el-gato-del-museo-britanico/). Ese mismo año, el 12 de abril de 2017, Nick Harris publicó un artículo en el que hablaba de los gatos de este museo en una época muy posterior a la de Mike, casi 50 años después.

Mike

Al parecer, cuando llevaba tres años trabajando en el museo, Nick Harris encontró un cartel pegado a una pared de la cantina que rezaba así: “Se prohíbe terminantemente alimentar a los gatos en esta zona. El punto de alimentación se encuentra en la esquina noreste del M. B., cerca del Builder’s Skip”.  Aclararemos que un “Builder’s Skip” no es otra cosa que un contenedor de gran tamaño donde dejar escombros.

Lo que más le sorprendió fue el hecho de que jamás se había topado con una lata de comida para gatos en el museo, y menos aún con un gato de carne y hueso. Movido por una insaciable curiosidad empezó a preguntar a los miembros más antiguos del personal si sabían algo acerca de los gatos del museo. Descubrió que entre 1970 y 1990 el museo tuvo entre cuatro y siete gatos residentes encargados de ahuyentar a ratas y ratones.

Calendario ‘Un año de gatos’

A finales de los años cincuenta del siglo pasado, una colonia de gatos callejeros sin esterilizar decidió establecerse en el Museo Británico. Los trabajadores y los visitantes les llevaban comida, se multiplicaron y se estima que llegaron a ser unos cien gatos gordos y en buena salud.

Momias de gatos (Tebas, Egipto, 30 a.C)

Los archivos del museo contienen documentos en los que se habla de camadas nacidas en los muelles de carga que conseguían entrar en la biblioteca y pasearse felizmente entre los libros. La invasión alcanzó tales proporciones que los responsables del museo decidieron que no podía seguir y optaron por la solución más sencilla, el exterminio. Aquí es cuando aparece un limpiador llamado Rex Shepherd, apodado “el hombre de los gatos”, que se opuso rotundamente.

Portavelas (China, 1690-1722)

Pero no bastaba con oponerse, debía hacer algo. Creó la “Cat Welfare Society” (Sociedad para el bienestar gatuno) y, con la ayuda de algunos benefactores, hizo esterilizar a los gatos y les encontró hogares. Hemos buscado hasta la saciedad, pero no hemos encontrado nada más sobre Rex Shepherd; sin embargo, habría merecido pasar a la posteridad. Encontrar fondos  para esterilizar a cien gatos no nos parece tarea fácil.

Suponemos que el museo debió aportar algún dinero. El cartel de la Sociedad lleva el nombre del museo y dice así: “El control de la población felina consigue una colonia saludable – gracias a la esterilización y a un entorno saludable”. Desde luego, esto demuestra una vez más que los británicos estaban muy adelantados al resto del mundo en cuanto a la estrategia de captura y esterilización.

Rex Shepherd convenció al museo de que se quedaran con algunos gatos para mantener a raya la población de roedores. Durante los veinte años siguientes, entre seis y siete gatos fueron los dueños y señores del espléndido museo. Entre otros estuvieron Suzie, que solía pasar la mayoría del tiempo entre las cuarenta y cuatro columnas jónicas diseñadas por el arquitecto Robert Smirke en 1820, esperando a cazar palomas en pleno vuelo.

Maisie

También estaba Wilson, llamado así en honor al director Sir David Wilson, que no soportaba a los gatos. Curiosamente, un gato macho anaranjado se llamaba Belinda, quizá debido a un error de asignación de género cuando era pequeño…  Maisie era la madre de Pippin, Poppet y Pinkie. Los dos primeros aprendieron a tumbarse y a rodar cuando oían la palabra “sayonara”. Luego llegó Suzie Segunda, que prefería estar en la Sala de Control con el personal y acabó sus días con una familia.

Pippin, Maisie y Poppet

Durante dos décadas, los gatos del Museo Británico saltaron a la fama gracias a varios artículos publicados en periódicos nacionales. Incluso el New York Times habló de ellos y de su cena de Navidad. Ya no hay gatos escondiéndose entre las imponentes columnas, ni tampoco en la ahora inexistente garita del guarda, y es una lástima. Si quieren ver un museo con gato, tendrán que ir al Museo de Londres de las Aguas y Vapor, donde reside el gato Piper.  Entre sus numerosos cometidos está el de influencer y coach de bienestar.

Piper, del Museo de Aguas y Vapor

Aunque por el museo ya no pasean gatos, sus paredes albergan numerosas representaciones del pequeño felino. Entre estas, la más famosa quizá sea el gato de Gayer-Anderson, una figura de bronce de la diosa Bastet, donada al museo por el coleccionista  Robert Grenville Gayer-Anderson. La estatua de bronce, de 42 centímetros de alto y 13 de ancho, tiene un escarabajo en la cabeza y está fechada más o menos en el año 600 a. C.

Lleva un amuleto protector uadyet y está decorada con joyas, aunque es posible que los aros de las orejas y de la nariz fueran añadidos en una fecha posterior. Tan solo alguien poderoso y rico podía permitirse encargar una ofrenda tan magnífica para la diosa. Una copia de la estatua puede verse en el Museo Gayer-Anderson de El Cairo.

A pesar de su aspecto exterior, la estatua no está tan bien conservada como parece. Los rayos X han revelado grietas alrededor del centro del cuerpo del gato. Fue necesario colocar refuerzos internos para impedir que la cabeza se cayera. El propio Gayer-Anderson se encargó de restaurar el magnífico gato en los años treinta. Cuando lo compró, él mismo escribió que la superficie estaba “cubierta de cardenillo y escamas de una pátina rojiza” que retiró con sumo cuidado.

Se realizó con un vaciado a la cera perdida (un molde de cera se cubre con arcilla y se cuece en un horno hasta que la cera se derrite y sale). A continuación se llena el molde “vaciado” con metal fundido; en este caso, una mezcla de cobre al 85%, estaño al 15% y arsénico al 2%, con un 0,2% de trazas de plomo. Los artesanos de la época eran capaces de crear colores, y los aros del rabo se deben a metales de diferente composición. Los ojos debían estar tallados en piedra o cristal.

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