El gato siberiano es una raza de gato doméstico que existe desde hace siglos en Rusia. Fue añadido a finales de los ochenta a la larga lista de gatos de raza reconocidos oficialmente. Tal vez sea el antepasado de todos los gatos modernos de pelo largo y está emparentado genéticamente con el Bosque de Noruega. También se dice que es hipoalergénico porque produce menos Fel d1, una proteína secretada por las glándulas sebáceas, que otros gatos, aunque de momento no está demostrado. Generalmente hablando, las hembras producen menos Fel d1, tanto si son de raza como callejeras.
Son gatos grandes y fuertes, con poderosos cuartos traseros, patas bien redondeadas y un hermoso rabo. Al tener las patas traseras algo más largas que las delanteras, su espalda está un poco arqueada. Las orejas son grandes y los ojos ligeramente oblicuos. Los machos pesan entre 6,5 y 8 kilos, y las hembras entre 4,5 y 6 kilos.
Para resguardarse del frío tienen tres capas de pelo, la primera es una especie de pelusa contra la piel, a continuación un pelo intermedio y, finalmente, el pelo que vemos y tocamos. En realidad, esas capas de pelo forman el pelaje de la mayoría de gatos, pero están mucho más desarrolladas en el gato siberiano. Mudan dos veces al año; a finales del invierno, no debido tanto al cambio de temperatura como a la creciente luz solar, y a finales del verano en mucha menor medida.
Incluimos unas fotos del gato Syoma, un residente de Siberia, concretamente de la reserva natural de Kronotsky en la península de Kamchatka.


Cuando un zorro se acercó a la zona, Syoma le echó sin dudarlo. Pero Sergei Krasnoschekov, que hizo estas fotos, dice que más que alejar al zorro, los dos parecían estar jugando: «Me dio la impresión de que el zorro provocaba a Syoma y que los dos se lo pasaban muy bien».
Añade que Syoma no es muy simpático con los desconocidos y que su primer contacto acabó con escupitajos, gruñidos y un arañazo. Al cabo de un tiempo, le aceptó y se dejó acariciar.
Alla Lebedeva vive con su marido Serguei en una granja del distrito de Prigorodny, en Osetia del Norte, muy lejos de Siberia.

Empezaron a tener gatos siberianos hace unos trece años cuando llegó la gata Babushka. Tuvo una camada de cinco en 2004 y entonces empezó todo. Alla dice, riendo, que vive en Koshlandia (el país de los gatos). Han acomodado un gallinero dividiéndolo en tres «habitaciones» aisladas y con el suelo elevado para que puedan dormir dónde y cómo les apetezca. La granjera añade que los gatos protegen a los pollos y a los conejos de los roedores.


Sigue explicando que en verano, los gatos se dividen en dos grupos. Algunos, como Ryzhik, Rych y Ludwig, desaparecen durante semanas y sobreviven cazando, mientras que otros, como Pukh, Papych y Tema, nunca se alejan mucho. Las hembras son muy tranquilas y se quedan en casa. Por lo que se ve, los gatos se llevan muy bien con el perro Nikki e incluso con los gallos.

Muchas de las fotos que Alla Lebedeva toma regularmente de sus gatos aparecen en Internet e incluso algunas se han convertido en virales. Casi nunca mencionan a la fotógrafa y aún peor, describen a los gatos como Bosques de Noruega.
En 1929, en Estocolmo, Sigurd Agrell recopiló una serie de leyendas eslavas y las hizo imprimir bajo el título de «Mitos e historias eslavas». Una de estas historias tiene como protagonista al gato siberiano y hemos querido resumirla aquí, se titula «El gato y el zorro».
Érase una vez un granjero que tenía un gato muy travieso. El granjero se hartó, lo puso en un saco y lo abandonó en el bosque. El gato consiguió salir y encontró una casita vacía. Se instaló en el desván y sobrevivió cazando ratones y ratas. Un día se cruzó con una señorita zorra, que se quedó sorprendida al ver a un gato en el bosque y le preguntó quién era. A lo que el gato contestó muy ufano que se llamaba Kotofey Ivanovich y que le habían enviado desde los bosque siberianos para ser el edil del bosque. La zorrita le invitó a su madriguera y no tardaron a casarse.
Al día siguiente, la zorrita salió a cazar y el gato se quedó en casa. La zorrita se encontró con un lobo y le anunció que se había casado. «¿Con quién te has casado, Lizaveta Ivanovna?», le preguntó, y ella respondió: «¿No lo sabes? Ha llegado el edil Kotofey Ivanovich de los bosques siberianos, y ahora soy su esposa». El lobo quiso conocer a su marido, pero ella le avisó: «Tiene muy mal genio, y si alguien le molesta, se lo come en dos bocados. Pero si te empeñas, lo mejor será que le lleves un presente, una oveja, por ejemplo, y la dejes sin hacer ruido delante de nuestra madriguera. Escóndete bien o irá a por ti». El lobo se fue corriendo a por una oveja, y la zorrita se encontró con un oso al que le contó lo mismo, pero esta vez le pidió un buey.
Poco después, el lobo Levon y el oso Mishka coincidieron delante de la madriguera. Ambos hablaron en voz baja, temerosos de molestar al gato edil, intentando decidir cuál de los dos llamaría a la puerta. En ese momento llegó una liebre y le dijeron: «Hermana liebre, ve a la madriguera y di al honorable edil que sus hermanos Mishka Ivanovich y Levon Ivanovich esperan para presentarle sus respetos y que le han traído una oveja y un buey». La liebre se alejó a dar el recado. El oso trepó a un árbol y el lobo se metió detrás de un matorral debajo de unas hojas secas.
El gato y su joven esposa salieron con la liebre. El oso, al ver al edil, pensó que era muy pequeño, pero el gato arqueó la espalda, hinchó el rabo y se lanzó sobre el buey, desgarrando pedazos de carne con sus afiladas uñas mientras gritaba: «¡Más, más!» El oso se quedó impresionado, pero el lobo no veía nada debajo de las hojas y decidió moverse. El gato oyó un ruido y convencido de que era un ratón, se lanzó y clavó las uñas en el morro del pobre Levon. Este, desesperado, echó a correr. El oso se tiró del árbol, despavorido. La zorrita aprovechó para gritar: «¡Sí, corred, corred si no queréis que os pille!»
A partir de ese momento, todos los animales del bosque temieron al terrible gato. Durante el largo invierno, ni Kotofey Ivanovich ni Lizaveta Ivanovna salieron a cazar, pues todos les traían carne. Tuvieron una vida maravillosa. ¿Quién sabe si no siguen comiendo?
En ruso, al igual que en polaco, «gato» es «kot», y «kotofey» es una forma cariñosa de llamar a los gatos.