A finales del siglo XVIII y hasta mediados del XIX surgió un pequeño fenómeno en Estados Unidos limitado sobre todo a la Costa Este y a algún estado del Sur como Luisiana y Tennessee. Nos referimos a los retratistas itinerantes. Algunos de estos artistas trabajaban a cambio de cama y comida, otros alquilaban una habitación y permanecían en la zona hasta pintar a todos los interesados.


Incluso comunicaban su llegada mediante pequeños anuncios en la prensa local y ofrecían servicios de otra índole, como pintar letreros, carros o cualquier otra cosa con tal de incrementar sus ingresos. También se adaptaban a las posibilidades económicas del cliente, algo que afectaba al producto acabado. Se sabe de artistas que llegaban a realizar entre dos o tres retratos diarios, dejando poco margen para corregir errores. La mayoría de ellos no firmaban las obras; como mucho escribían algún dato que otro acerca del modelo en la parte trasera de la tela o de la madera indicando nombre, fecha y lugar. Los cuadros firmados son muy escasos y suelen atribuirse a un autor basándose en el estilo, documentos o historias familiares.


Estos retratos «primitivos» son maravillosos por su imaginación, sencillez e increíble vitalidad. Su encanto y belleza se deben sobre todo al uso de la perspectiva y de los colores. En general, el modelo está retratado de frente o de tres cuartos; las sombras son casi inexistentes; las manos, las orejas y el cabello no están muy trabajados; la cara tiende a ser desproporcionada en relación al resto del cuerpo y las extremidades pueden adoptar posiciones poco cómodas. Muy a menudo los artistas se esforzaban más en reproducir detalles de la ropa que el rostro del modelo y en muchos casos no hay telón de fondo. Algunos de los pintores habían estudiado en una academia, pero la mayoría eran autodidactas.
Hay retratos de todo tipo: de familias, de hermanos, de parejas, de mujeres, de hombres, pero hemos descubierto que abundan los de niños con gatos. Como puede verse por las reproducciones que incluimos, en muchos casos el tamaño del gato retratado no tiene nada que ver con la realidad.


El pintor Amni Phillips (1788-1865) solía retratar a las modelos vestidas de rojo. Una de ellas tiene un claro estrabismo que no intentó corregir. Este pintor, como muchos otros de sus contemporáneos cayó en el olvido durante décadas hasta que el matrimonio formado por Barbara y Larry Holdridge, grandes apasionados del arte naíf estadounidense, con la ayuda de la historiadora Mary Black, se dedicaron a recuperar sus obras en los tres estados que había recorrido en vida, Connecticut, Massachusetts y Nueva York. En 1958 compraron uno de los pocos retratos firmados por el artista, y a partir de este momento intentaron reunir sus obras y saber más de él.
Otro famoso pintor itinerante, William Matthew Prior (1806-1873), de Boston, fue un fiel seguidor del predicador William Miller, que se empeñaba en la inminencia del fin del mundo, y escribió dos libros acerca de las enseñanzas de su maestro.

Se le atribuyen unos 1.500 retratos, pero su estilo era tan parecido al de Sturtevant J. Hamblen (1817-1884), del que se sabe muy poco, excepto que era el cuñado de Prior y probablemente su alumno, que muchas de las obras se describen como pertenecientes a la escuela «Prior-Hamblen», ahora muy buscadas por los coleccionistas.


Efectivamente, después una larga temporada en el olvido, estos cuadros alcanzan precios inimaginables para sus autores. Por ejemplo, el retrato «Niña con gato», de Amni Phillips, que reproducimos aquí, fue subastado hace diez años en Christie’s por 1.248.000 dólares.

Lo compraron los coleccionistas Allen y Kendra Daniel, que lo describieron como sigue: «Este cuadro reúne lo mejor del arte primitivo americano. Tiene un maravilloso sentido del dibujo y del color, además de una enorme presencia».
Algunos pintores usaban los mismos objetos, ropa y joyas en sus cuadros, «vistiendo» a la modelo. Zedekiah Belknap (1781-1858), que pintó retratos en los estados de Vermont, New Hampshire, Massachusetts y Nueva York, se fijaba mucho en los detalles de la vestimenta de sus modelos, pero es curioso que todas las niñas vayan vestidas igual.


Joseph Goodhue Chandler (1813-1884) era ebanista de profesión, pero empezó a retratar a su familia. Estaba casado con Lucretia Ann Waite (1820-1868), una conocida retratista que no tenía nada que ver con los «primitivos», y se cree que ella «acababa» los retratos de su marido.
Dentro de estos pintores estaban los especializados en retratos póstumos de seres queridos que acababan de fallecer. Incluimos uno, el único que encontramos con un gato. Este es fácil de identificar como retrato póstumo por el obelisco, el barco que se aleja hacia el horizonte, simbolizando el paso hacia la muerte, y el sauce llorón.


Sin embargo, muchos de estos retratos no contenían simbolismo alguno, y es imposible saber si pertenecen a esta categoría si no hay algo escrito en la parte trasera.


En total, buscando un poco, hemos encontrado 40 retratos con un gato, de los que publicamos solo una pequeña selección. Estamos seguros de que hay muchísimos más, lo que nos lleva a pensar que el gato formaba parte de los hogares de la Costa Este de Estados Unidos, por lo menos desde el estado de Nueva York al de Maine, y que poco importaba su color, incluso en Massachusetts, donde se encontraba la tristemente famosa ciudad de Salem y sus cazas de brujas. Es verdad que ya habían transcurrido más de 150 años desde ese horrendo episodio.
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