
El escritor y crítico de teatro francés Paul Léautaud, nacido en París el 18 de enero de 1872, firmó con el seudónimo de Maurice Boissard un sinfín de críticas mordaces y se dio a conocer por su espíritu subversivo y burlón. Su madre, cantante de opereta, le abandonó al poco de nacer, y su padre, actor y apuntador, un auténtico donjuán, tampoco se ocupó mucho de él. Dejó el colegio a los 15 años para trabajar y se autoeducó leyendo de noche a los grandes clásicos. Su colaboración con la revista literaria Mercure, cuya editorial le publicó una novela en parte autobiográfica, le dio a conocer en los círculos literarios, pero el gran público no le descubrió hasta el año 1950, gracias a sus charlas radiofónicas con Robert Mallet.


Era un hombre solitario que recogía a cualquier animal abandonado en su casa de Fontenay-aux-Roses, un pueblo cercano a París, donde vivió sin el menor lujo, dedicándose a escribir su «Journal littéraire» (Diario literario), en el que contaba, día a día, los acontecimientos que se sucedían a su alrededor. Falleció el 22 de febrero de 1956; sus últimas palabras fueron: «Y ahora, dejadme en paz».

De él se conserva la imagen de un viejo eremita desmedrado y desdentado, con mirada penetrante, carácter hosco y poco amigo de los seres humanos. Pero alguien dijo que «quien ama a los gatos amará a Paul Léautaud». Se comportó con ellos de forma ejemplar y totalmente desinteresada. Era capaz de dejarlo todo plantado para ir a socorrer a un gato necesitado. En los años cincuenta, cuando ya era muy mayor, no era raro cruzarse con él cerca de la estación de metro de Luxembourg con dos bolsas cargadas de comida para sus animales, aunque él fuera el hombre más frugal del mundo.
La autora Marie Dormoy, que fue su amante entre 1933 y 1939, y siguió siendo su amiga hasta que el escritor murió, cuenta que le dijo sin dudar que prefería la compañía de gatos y perros a la de cualquier bípedo, fuese masculino o femenino. En la introducción del libro que recoge su correspondencia con Paul Léautaud también dice que la primera vez que llegó a la casa de Fontenay, el olor a pis de gato era tan fuerte que tuvo que salir, respirar y volver a entrar.
Nos hemos permitido traducir algunos párrafos de «Le Chat», un breve ensayo de Paul Léautaud:
«¡Dios mío! Ya he escrito mucho acerca de los gatos. Aún puedo escribir más. He tenido tantos a mi alrededor. A día de hoy, cerca de trescientos, me parece. Cada uno con su fisionomía, sus modales, su carácter. Igual que nosotros los seres humanos, lo digo a menudo».
«Lo mejor es que no escogí a ninguno porque todos llegaron por las casualidades de la calle, pobres animales perdidos o abandonados por dueños carentes de conciencia, esa gente que un día acoge a un animal, gato o perro, por capricho, y una vez el capricho desvanecido, le dejan tranquilamente en la calle, expuesto a cualquier riesgo y a todas las necesidades».
«Mando al diablo a Descartes porque dijo que los animales solo eran máquinas – me parece que decía lo mismo de los seres humanos. Al diablo también Buffon, que tachaba a los gatos de traidores e hipócritas. Y al diablo la dichosa opinión de que el gato solo quiere a la casa y mucho menos al amo. Y yo, que escribo estas líneas y que, después de todo, aunque parezca presuntuoso, no soy más tonto que ellos, sé mucho más de lo que hablo. La razón no lo es todo a la hora de conocer y de juzgar. Un poco de corazón tampoco viene mal».

«Acabo de decir que alimento a los gatos abandonados. La mayoría de mis compañeros felinos proceden del jardín del Luxembourg, cerca de la revista Mercure. Me entristece cada abandono del que soy testigo, pero también me aporta un gran placer cada rescate. Mi querido Coco, por ejemplo. Qué aullidos dejaba escapar el día que le atrapé y le llevé en el cesto. (…) Qué miedo pasó al principio, escondido debajo del aparador donde le pasaba bocaditos especiales y leche. Pero si le vieran ahora, acostado conmigo, tumbado de lado como una persona, la nariz cerca de la mía, una pata sobre mi cuello. ¡Y pensar que unos sinvergüenzas pusieron en la calle a un animal tan encantador, a un ser tan afectuoso, que solo ofrece cariño y dulzura! Tristes imbéciles, crueles y malvados».

«Un poco después de que empezara la guerra de 14, me fui con cuatro perros y once gatos a una región a la que iba por primera vez. En la época aún era un lugar muy poco concurrido. Al atardecer salía a dar un paseo por el campo, siguiendo la costa y el mar. Los once gatos me seguían con los cuatro perros, y si me detenía, me tumbaba un momento en el suelo, todo el mundo se detenía, formando un círculo a mi alrededor».
«No soy, para todos estos animales, el ‘amo’, sino un compañero, como cada uno de ellos lo es para mí. Me considero un animal de otro tipo, sin saber muy bien cuál de los dos es mejor. Viendo la necedad, la grosería y la crueldad de los hombres, cabe preguntárselo».

Paul Léautaud tuvo unos trescientos gatos y unos ciento cincuenta perros. Todos ellos están enterrados en el jardín de su casa.
Muy bonita narración sobre este buen hombre y su amor por los animales. Un buen ejemplo para muchas personas.
Era un hombre bastante especial. Un día apareció una mona en un árbol de su casa y también la adoptó. Nunca se supo de dónde venía.