Marge Piercy es una novelista, poetisa y activista estadounidense que ha vivido con uno o más gatos siempre que le ha sido posible. Nació el 31 de marzo de 1936 en una familia obrera que a duras penas había sobrevivido a la Gran Depresión. Su madre y abuela, esta última nacida en Lituania, eran judías, y aunque su padre no era creyente, fue criada como judía. Su abuelo materno era un sindicalista que murió asesinado mientras organizaba a los trabajadores de las grandes panaderías. La familia se mudó a Detroit, siendo ella todavía una niña, a una pequeña casa con jardín de un barrio obrero en el que cada manzana estaba ocupada alternativamente por negros y blancos, y que según Marge “parecía un tablero de ajedrez”.

Su primer gato fue un atigrado gris llamado Whiskers (Bigotes). En el libro “Sleeping with Cats” (Durmiendo con gatos) explica que los gatos de su infancia tuvieron vidas cortas. Todos eran machos sin esterilizar y solían dormir fuera de casa. Se peleaban con otros gatos, les atropellaban o los chicos les disparaban con carabinas de aire comprimido. Aunque su madre adoraba a los animales y los cuidaba muy bien, nunca se le ocurrió intentar proteger a un gato.

Durmiendo con gatos

El primer gato que ocupó un lugar importante era blanco y negro, y su madre le llamó Buttons (Botones). Le describe como un gato de patas largas, delgado y con ojos amarillos. Fue su gran amigo y su consuelo durante el verano en que contrajo la rubeola y fiebres reumáticas. Buttons siempre estaba con ella, excepto cuando desaparecía para pelearse con los gatos del barrio y Marge pasaba horas buscándole. Buttons desapareció cuando Marge tenía doce años; intentó encontrarle durante semanas, pero nunca encontró su cuerpo.

En esa época, los amigos de Marge Piercy eran negros y a menudo la protegían de los adolescentes blancos del barrio que no sentían un gran afecto por los judíos. El tercer gato de su vida fue Fluffy (Mullido), al que se llevaban cuando iban a una cabaña que estaba a una hora de Detroit en coche. En los años cincuenta, sus padres vendieron la pequeña casa de la ciudad a un médico afroamericano y los vecinos blancos no se lo perdonaron. Para vengarse, uno de ellos dio un trozo de carne envenenado a Fluffy, que tardó un día en morir en los brazos de Marge. Tenía quince años y entendió que el racismo era el peor de los crímenes.

En 1987

Ya en un nuevo barrio apareció un gato enorme que pesaba unos diez kilos, Noble Brutus (el Noble Bruto), llamado así porque Madge estaba estudiando “Julio César”, de Shakespeare. Sin que sus padres se enteraran, dormía con ella en la cama debajo de las mantas, algo muy de agradecer en la pequeña habitación helada. Cuando obtuvo una beca para la Universidad de Michigan, Brutus se quedó atrás y pasó a ser el gato de su padre, que le adoraba.

Vidas trenzadas

Marge Piercy no encajaba con la imagen de las mujeres de entonces; sus ambiciones y su sexualidad eran una fuente de asombro para sus compañeros y profesores, pero ya escribía muy bien y ganó varios premios Hopwood que le permitieron no tener que trabajar el último año de universidad e incluso ir a Francia después de graduarse.

Se divorció de su primer marido a los 23 años y vivió unos años en Chicago intentando escribir poemas y novelas, y sobreviviendo con trabajos de secretariado, de vendedora y de modelo de artistas. Fueron años muy duros en los que se sintió invisible. Nadie quería publicar lo que escribía. Sus novelas poseían una dimensión política, hablaban de mujeres cercanas a ella y de miembros de la clase trabajadora que no eran tan sencillos como se creía.

El cuerpo de mi madre

Conoció a Robert y se mudaron a San Francisco cuando le ofrecieron un trabajo en una pequeña empresa informática. Una amiga tenía una siamesa con mucho carácter que se quedó con ellos una temporada y decidió que solo comía en la mesa de la cocina y que dormía entre ellos dos. También en San Francisco conoció a Oscar, el siamés de un peluquero vecino que decidió adoptarlos. Por desgracia, el dueño no entendió que su gato se había enamorado y cuando Marge intentó robar a Oscar porque se mudaban de nuevo a la Costa Este, la pilló. Al parecer fue un momento muy desagradable.

Marge y Robert se habían casado en 1962, pero no era un matrimonio convencional, sino una relación abierta. No solo tenían relaciones extramatrimoniales, incluso llegaron a convivir con más personas. Marge seguía intentando encontrar un editor que publicara sus novelas y decidió cambiar de táctica. Siempre había escrito desde el punto de vista de la mujer, esta vez lo haría desde una perspectiva masculina. Hasta 1969 dedicó gran parte de su energía a la política. Se trasladaron a Brooklyn en 1965 y ayudó a fundar NACLA. Allí llegó una pequeña siamesa llamada Arofa, y Cho-Cho, un gato blanco y negro de pelo largo.

En 1971 dejaron Nueva York por Cape Cod y se compraron un terreno en Wellfleet donde se hicieron construir una casa muy sencilla. La escritora se adaptó inmediatamente al campo y empezó a plantar flores y verduras. Aunque Boston no quedaba lejos, Robert estaba acostumbrado a vivir en una ciudad y se sintió aislado. La relación acabó en 1976, pero tardaron mucho más en separarse. La casa de Wellfleet se convirtió en un paraíso para los gatos. Muy pronto aparecieron Jim Beam (según ella, un gato casi psicótico) y su hermana Colette. En 1976 conoció a Ira Wood, al que llama Woody, pero no se casaron hasta 1982. Juntos escribieron la novela “Storm Tide” y en 1997 fundaron la pequeña editorial Leap Frog Press.

El libro “Durmiendo con gatos” se publicó en 2002. En una entrevista realizada hace cuatro años, la autora dijo que vivían con cinco gatos, Malkha, de 14 años; Efi, de 11; un birmano llamado Sugar Ray; Puck, un abisinio azul de 8 años, y el joven Mindus, de año y medio.

Con Sugar Ray

Marge Piercy, además de poetisa y novelista, siempre ha defendido los derechos de la mujer: “Para mí, el feminismo significa que nadie se vea obligado a adoptar roles, que no se castigue ni limite a nadie según su género. El sexo masculino no define a la humanidad. Los cuerpos de las mujeres pertenecen a las mujeres y deben tener la autonomía de decidir si quieren o no quieren mantener relaciones sexuales con quien les plazca, dar o no a luz cuándo y cómo les plazca”.

“Debemos luchar contra los prejuicios arraigados en muchas personas desde su nacimiento que rebajan y dañan a las mujeres. Debemos repensar el sistema de salud para que atienda a las mujeres y a los niños. Debe haber más mujeres ocupando cargos públicos. Y debemos luchar contra el concepto de que la mujer ideal es un objeto de plástico con el cuerpo de un chico de catorce años”.

La luna siempre es mujer

Dedicamos esta entrada a Yolanda, amante de los gatos y gran feminista.

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