En 2015 apareció un libro titulado “La vie plus un chat” (La vida más un gato), de Chantal Detcherry, con un cuadro de Vladimir Juncić ilustrando la portada.
El pintor realizó una larga serie de retratos de mujeres con gatos, hemos contado 24 (no los reproducimos todos aquí), entre los que también hay un hombre y un niño.
Vladimir Juncić, nacido en Čačak, Serbia, en 1957, es un pintor abstracto y figurativo. Se licenció en la Facultad de Bellas Artes en 1981, después de estudiar con el profesor Mladen Srbinović. Es miembro de ULUS (Asociación serbia de Bellas Artes) desde 1982. Vive y trabaja en Belgrado. Y no hay más información sobre él.
La escritora nació en 1952 en la ciudad de Bourg-sur-Gironde, no lejos de Burdeos, hija de un obrero agrícola natural de Las Landas y de madre austríaca. Estudió en el Instituto de Blaye, una ciudad cercana, antes de ingresar en la Universidad de Burdeos para llevar a cabo estudios de Letras e Historia del Arte. Después de obtener un doctorado en Letras, fue profesora e investigadora en la Universidad Bordeaux-Montaigne.
Tiene en su haber varios libros sobre India, el Sahara, Nepal, Tíbet y Grecia en los que describe la vida diaria en el campo, costumbres ancestrales, arte sagrado y popular, así como colecciones de poemas, relatos y varias novelas intimistas que transcurren en el mundo de su infancia, el estuario de la Gironda. Fue galardonada con el Premio al Relato 2020 de la Academia Francesa por la selección “Histoires à lire au crépuscule” (Historias para leer en el crepúsculo).
En el libro “La vida más un gato” (que no está publicado en español, de hecho ninguna de sus obras lo está), Chantal Detcherry describe cómo se enamoró perdidamente de un espléndido gato que apareció un día en el muro del jardín. En muchas ciudades de Francia, sobre todo del sur, las fachadas dan a la calle, y la parte trasera a un jardín rodeado de tres muros de unos tres metros de altura que lo separa de los dos vecinos colindantes y del vecino de atrás, cuya fachada, a su vez, da a otra calle.
El libro está dividido en capítulos muy cortos, casi todos ellos precedidos de una cita de algún escritor o filósofo dedicada a los gatos. Empieza así: “Albergo en mi corazón un rostro triangular color de nube, ojos uvas verdes, un pequeño cuerpo ágil y suave. El amor se adueñó de mí y nada ha cambiado desde el primer día. No hay alteración en el deleite que se apodera de mí cada vez que le veo”.
Y sigue diciendo: “Hace doce años que vivimos juntos él y yo. Doce años y no hemos discutido una sola vez. Quizá tenga cosas que reprocharme – alguna visita desagradable que me parece necesaria para su salud, por ejemplo –, pero en lo que a mí respecta, nunca he sentido el menor desacuerdo hacia él, tengo la suerte de compartir la vida de un ser perfecto. Llevamos doce años viajando en una pequeña nube, mi gato y yo”.
Al final de la primera página expresa una idea con la que estamos absolutamente de acuerdo: “Sin embargo, no pretendo, tal como dicen muchos, que un gato sepa comprendernos, que se acerque para consolarnos cuando estamos tristes. Nada de eso tiene que ver con el secreto de nuestra complicidad”.
La autora describe su encuentro y su vida con “Petit-Gris” (Grisito), aunque acabará teniendo muchos nombres, como suele ocurrir con los gatos. En uno de los capítulos, Petit-Gris vuelve herido de un largo paseo y ella le lleva corriendo al veterinario. Al ser una herida muy fea en el ojo, no le queda más remedio que llevar un cono de recuperación. Catástrofe. Petit-Gris no quiere salir de debajo de la cama, no quiere comer. Desesperación de la autora y de su marido Philippe.
Entonces se le ocurre comprar un arnés para llevar a Petit-Gris de paseo al jardín, su paraíso. Pero como no podía ser de otro modo, en un momento de despiste, el gato se escapa, salta por encima del muro y desaparece. Chantal hace lo propio, decidida a recuperar a su gato antes de que la correa quede atrapada en alguna parte.
Tres jardines más allá, descubre a una pareja de ancianos observándola con curiosidad y les pregunta si han visto a “un precioso gato gris claro de pelo largo con un cono y un arnés”. Le han visto, se ha refugiado en el tejado de un almacén abandonado que da a su jardín. Les pide permiso para entrar. Ni corta ni perezosa trepa de nuevo y llega al tejado en ruinas, donde efectivamente está Petit-Gris.
Su marido le ruega que baje, es peligroso. Llama a los bomberos, que le contestan que no se dedican a recuperar gatos (eso solo lo hacen los bomberos de habla inglesa), pero Philippe les corrige: “No se trata del gato, sino de mi esposa”. Gato y esposa acaban siendo rescatados por los bomberos.
A pesar del tono melancólico del libro, hay muchas anécdotas realmente divertidas, como la que acabamos de contar. Pero es un libro triste porque Petit-Gris muere de una enfermedad incurable y horrible que ataca a más gatos de lo que se cree, la estomatitis o inflamación de las cavidades bucales.
Aún no se sabe exactamente qué la causa, pero si un gato empieza a dejar de comer, si le huele el aliento, si deja de lavarse, debe verle un veterinario inmediatamente, sin esperar. La estomatitis es extremadamente dolorosa, produce llagas abiertas en la boca y mata. Puede tratarse con antibióticos y corticoides que aliviarán los síntomas – pero no curarán la enfermedad – durante meses, incluso años. En muchos casos no queda más remedio que optar por una solución drástica, sacar los dientes al gato enfermo. Incluso así, un pequeño número no mejora.
El último párrafo del libro dice así: “He querido escribir sobre mi gato vivo. Hablar de él tal como le veía cada día, rendirle homenaje porque existe, con sus ojos de hada y su pelo de plata. Regalarle un texto donde podría verse si supiera leer, e incluso corregirlo, deslizando entre líneas algún que otro comentario con su letra gatuna”.