En el precioso libro titulado “Artful Cats”, de Mary Savig, publicado por la Smithsonian Institution, y al que pronto dedicaremos una entrada, se habla de la artista Beatrice Wood y de su amor por los gatos. Además de ser la “Mama of Dada” (Mamá de Dada), en referencia a su relación con Marcel Duchamp, el pionero del dadaísmo, también fue la madre de numerosos gatos durante su larguísima vida a los que consagró una serie de preciosos platos de cerámica.
Beatrice Wood nació en San Francisco el 3 de marzo de 1893 en el seno de una familia adinerada. A los cinco años se trasladaron a Nueva York. Su madre se esmeró en prepararla para su presentación en sociedad, y convertirla en una joven culta llevándola a museos y exposiciones. Pero las cosas no salieron como estaban planeadas. En 1912, Beatrice anunció que quería ser pintora.
Su madre la inscribió en la Academia Julian, en Giverny, el pueblo de Monet, un centro educativo muy de moda entonces, y la mandó a Francia con una institutriz, pero Beatrice se aburrió y se escapó para instalarse en una buhardilla. Ya en París, su madre no se rindió y la apuntó a clases de baile e interpretación con actores de la Comedia Francesa en un intento de alejarla de la vida bohemia.
Se acercaba la I Guerra Mundial y regresó a Nueva York. Con el nombre artístico de “Mademoiselle Patricia” y gracias a su perfecto francés, trabajó en el Teatro Francés de Repertorio Nacional. Un día, una amiga le dijo que un francés estaba hospitalizado con una pierna rota y no tenía a nadie con quien hablar. Era nada menos que el compositor Edgar Varèse, y este le presentó a Marcel Duchamp.
Beatrice, recordando esta época, dijo que era “una mujer monógama en un mundo polígamo”, pero acabó en un círculo de bohemios que no tenían el menor respeto por la moralidad burguesa. Marcel Duchamp la introdujo en el grupo dadaísta de Nueva York, que existía gracias al patrocinio de Walter y Louise Arensberg.
La artista empezó a pintar en broma, para demostrarle a Duchamp que cualquiera podía hacer arte moderno. El cuadro se publicó en una revista y él la invitó a trabajar en su estudio. En 1917 participó en la exposición “Independents”.
Un año después huyó a Montreal para trabajar en el teatro, harta de que su madre interfiriese en todos los papeles que le ofrecían. Paul, el director del teatro, le propuso casarse para que sus padres la dejaran en paz. Fue un matrimonio sin amor y nunca consumado; además, Paul, era un jugador empedernido.
De vuelta a Nueva York se enamoró del actor y director británico Reginald Pole y, aunque hubo más hombres en los años siguientes, siempre dijo que nunca había dejado de amarle. Pole la presentó a Annie Besant, de la Sociedad Teosófica, y al sabio indio Jiddu Krishnamurti. Cuando el actor se enamoró de una chica mucho más joven y le rompió el corazón, Beatrice se mudó a California, donde ya vivían los Arensberg, Annie Besant y Krishnamurti.
En un viaje a Holanda, compró un juego de platos esmaltados con un brillo muy especial. Al no encontrar una tetera a juego, quiso hacerla ella misma, y en 1933 se apuntó a un curso de cerámica. Reconoce que se convirtió en ceramista por casualidad.
Pero sus cerámicas se vendían fácilmente. A finales de los años treinta estudió con Glen Lukens y, posteriormente, con el matrimonio formado por Gertrud y Otto Natzler. Ambos eran autodidactas (Gertrud torneaba las piezas y Otto las esmaltaba), pero están entre los mejores ceramistas del siglo pasado.
El trabajo de Beatrice acabó siendo radicalmente diferente al de los Natzler. Aprendió a manejar los esmaltes a base de errores, sorprendiéndose siempre de los resultados al sacar las piezas de la mufla.
En 1947 se compró una casa en Ojai. Ya había expuesto sus cerámicas en el Museo de Arte de Los Ángeles y en el Metropolitano de Nueva York, además de recibir pedidos regulares de tiendas como Neiman Marcus, Gumps y otras. Su casa estaba en la misma calle que la de Jiddu Krishnamurti, al que admiraba profundamente.
En 1961, el Departamento de Estado organizó una exposición itinerante de su trabajo en catorce ciudades de India, país del que se enamoró. Regresó de nuevo en 1965, y por tercera y última vez en 1972, cuando compró una gran cantidad de arte popular que sirvió para aumentar su importante colección.
Dos años después, en 1974, invitada por su gran amiga Rosalind Rajagopal, hizo construir una casa y un estudio en los terrenos de la Fundación Happy Valley. La obra fue financiada en parte con la venta de un dibujo de Marcel Duchamp. Legó la casa, un gran número de obras, su biblioteca y su enorme colección de arte popular a la Fundación.
Beatrice tuvo muchos gatos y dedicó un cuento a uno llamado Picasso, “The cat who had his nose out of joint” (El gato cabreado), literalmente “El gato al que se le desencajó la nariz”. En el cuento, Picasso, un horrible gato amarillo con una elevada opinión de sí mismo, vivía con una vieja y un viejo que le adoraban y le dejaban hacer lo que quería.
La vieja le había llamado por un pintor al que no entendía, pero al que fingía comprender. El gato Picasso disfrutaba de la más pura felicidad hasta que un terrible día, la vieja apareció con un gatito salvado de la basura. Picasso no lo soportó y decidió que solo entraría para comer (era verano); total, su sitio favorito era el albaricoquero delante de casa.
Las cosas no acabaron ahí. Miró, pues así había bautizado la vieja al nuevo, salió, descubrió el albaricoquero y se apoderó de él. Y ocurrió algo peor. Dalí, el dachsund de la pareja con el que Picasso se llevaba muy bien, regresó de vacaciones y solo hizo caso a Miró. Picasso casi tuvo un ataque. Pasaron las semanas, llegó el otoño y el frío, la pareja encendió la chimenea, Dali y Miró disfrutaban del calor, pero Picasso seguía empeñado en no entrar.
Poco a poco – el frío ayudó –, Picasso comprendió que si quería volver a ser feliz, debía dar el primer paso. Y con toda la dignidad de la que era capaz, entró en casa, se frotó contra las piernas de la vieja, olió a Miró y descubrió que era un olor agradable, saludó a Dali y al viejo, y por fin se sentó delante de la chimenea.
Hemos hecho un brevísimo resumen del cuento, pero merece ser leído. Beatrice Wood demuestra conocer muy bien a los gatos cuando describe las reacciones de Picasso ante la llegada de una “intrusa”. No empezó a escribir seriamente hasta los 90 años, animada por su amiga, la escritora Anaïs Nin.
Murió el 12 de marzo de 1998 a los 105 años. Los últimos 25 años de su vida fueron los más productivos. Preguntada por el secreto de su longevidad y energía, solía contestar: “Se lo debo todo a los libros de arte, al chocolate y a los hombres jóvenes”. Su casa fue convertida en el Beatrice Wood Center y puede visitarse en Ojai, California.