“Los gatos forman mi primer círculo de amigos, mis amigos más próximos. Los quiero y me aportan la inspiración diaria. Los gatos son seres muy inteligentes, me parecen del todo fascinantes”. Así habla la pintora israelí Yael Maimon.
Nacida en Ascalón, Israel, el 22 de enero de 1980, su primera inclinación no fue la pintura. En 2003 se graduó en Psicología en la Universidad Bar Ilan y allí tuvo la idea de viajar a Roma para ver la Capilla Sixtina. Se compró un billete de avión, vio la Capilla Sixtina y abandonó la carrera de Psicología.
Se tomó el cambio de rumbo muy en serio y primero estudió dos años en Israel con el pintor Annon David Ar, que le enseñó la técnica del óleo; a continuación se trasladó a Francia para participar en los talleres de Margaret Dyer y de Eugen Chisnicean, antes de regresar a su ciudad natal, situada a unos 60 km de Tel Aviv.
Yael Maimon no solo pinta gatos, también paisajes y figuras humanas, pero todo indica que siente predilección por retratar a los primeros: “Llevo varios años trabajando en una serie felina, y tengo la sensación de que evoluciona. Conozco a los gatos como la palma de mi mano, pero con cada cuadro aprendo algo nuevo”.
“Es una pasión”, sigue diciendo. “Observo a los gatos durante horas, realizo estudios de colores, bocetos, analizo su anatomía e incluso he asistido a alguna cirugía en los refugios. Me parece esencial conocer bien a los gatos para comunicar su esencia a través de la pintura”.
Los gatos invaden su estudio, haciéndole compañía, dormidos en encimeras, escondidos entre cojines, sentados en el alfeizar de las ventanas observando el mundo exterior. Los hay de todos los colores, tamaños y edades. “Quiero que las personas que compren mis cuadros vean la magia de estos animales y entiendan por qué les tengo tanto cariño”, dice.
Para Yael Maimon, cada gato posee una energía y personalidad propias – en eso no se equivoca – y se esfuerza en plasmarlo en el lienzo trabajando con pasteles, carboncillo, óleo o acrílico. Pero no es fácil reproducir la fluidez de los movimientos de los felinos, ni el juego de la luz en su pelo.
Al parecer, siempre que un periodista le pregunta cuántos gatos tiene, elude dar una respuesta concreta y se limita a decir cosas como: “¿No le han dicho que trae mala suerte contar gatos?” (Lo que ya implica muchos). O también: “Ya lo decía Hemingway, ‘Un gato trae a otro’”. Todas las personas que tengan más de cinco gatos estarán de acuerdo con esto último. Curiosamente, sin que se sepa por qué ni cómo, siguen llegando.
Si se insiste, acaba por reconocer que “muchos viven en casa, en el taller, y están los que alimento en la calle”. Acaba diciendo: “Los gatos siempre son bienvenidos. Descubrí que me unía algo especial a ellos cuando trabajé como voluntaria en refugios felinos”. Pensamos que ya debían gustarle los gatos si colaboraba en refugios.