¿Quién no sabe que a Aldous Huxley le gustaban los gatos? En una ocasión dijo: “Si quieres escribir, ten gatos”. Nacido el 26 de julio de 1894 en Surrey, Inglaterra, en el seno de una familia famosa por sus biólogos y antropólogos, es conocido sobre todo por su quinta y distópica novela “Un mundo feliz” (Brave New World), publicada en 1932, prohibida ese mismo año en Irlanda por ser “sexualmente explícita” y traducida posteriormente a un sinfín de idiomas. Escribió más de cincuenta libros, entre novelas, ensayos y poesía.
Estudió en la Facultad Balliol de Oxford, donde se licenció en Literatura Inglesa y publicó sus primeros relatos. Se trasladó a California en 1937 con su primera esposa, la belga Maria Nys, y su hijo Matthew, nacido en 1920. Fue guionista de Hollywood gracias a la escritora y actriz Anita Loos, y se rumorea que llegó a ganar 3.000 dólares semanales, lo que equivaldría a unos 50.000 actualmente.
Aldous Huxley estuvo nominado al Nobel de Literatura en nueve ocasiones, pero nunca lo ganó, a pesar de ser reconocido en vida como uno de los grandes intelectuales de su época. La Real Sociedad de Literatura del Reino Unido le nombró miembro en 1962. Al declararse pacifista nunca se le concedió la nacionalidad estadounidense. Se interesó por el misticismo y las experiencias psicodélicas, recogidas en el ensayo “Las puertas de la percepción” (1954).
Falleció el 11 de noviembre de 1963, el mismo día del asesinato de John F. Kennedy, por lo que la noticia tuvo muy poca repercusión. Era muy amigo del compositor Igor Stravinsky, residente en California y amante a los gatos, que le dedicó su última composición orquestal, “Variaciones: Aldous Huxley in memoriam”, terminada en octubre de 1964 y estrenada por la Sinfónica de Chicago en abril de 1965.
En 1931, Aldous Huxley escribió una colección de ensayos recogidos bajo el título “Música en la noche” (Ed. Kairos) que abarcan diferentes temas, como el arte, la literatura, la música, la ciencia, la filosofía, una defensa de su amigo el escritor D.H. Lawrence, y las similitudes entre el comportamiento humano y el gatuno, este último lleno de humor mordaz titulado “Sermones de gatos”.
Todo empieza cuando un joven le preguntó a Huxley qué debía hacer para que el sueño de ser escritor se hiciera realidad, a lo que contestó que debía comprar papel, tinta y una pluma. Pero el escritor en ciernes parecía tener la impresión de que existía “una especie de libro de cocina esotérico, lleno de recetas literarias que bastaba con seguir al pie de la letra para convertirse en Dickens, Henry James o Flaubert”.
Al ver la desilusión del joven, Huxley le aconsejó que se matriculara en una buena universidad, pero tampoco le satisfizo y empezó a bombardearle con preguntas estrambóticas a las que intentó responder sin comprometerse demasiado, pero no convenció al joven. Ante esto, le dio un último consejo: “Mi joven amigo, si desea ser un novelista psicológico y escribir acerca del ser humano, lo mejor que puede hacer es tener una pareja de gatos”.
Es probable que el joven se lo tomase a broma, pero era un buen consejo porque, en palabras de Huxley: “Los niños y animales son como personas civilizadas a las que se les ha quitado la tapa (…). Por eso le sugerí que se hiciera con un par de gatos, siameses si era posible, pues no cabe duda de que, de todas las razas de gatos, son los más ‘humanos’”.
Y aquí Huxley se lanza a una admirable descripción de los siameses: “De todos, son los más extraños, si no los más bellos, y desde luego los más sorprendentes y fantásticos. Unos inquietantes ojos azules claros nos observan desde la máscara negra de su cara (…) Sus colas, cuando tienen cola – y siempre recomendaría al escritor incipiente comprar la variedad con cola, pues la cola en un gato es el principal órgano de expresión; los manx son el equivalente a una persona sin habla –, sus colas son serpientes negras dotadas, incluso cuando descansan cual esfinge, de una vida espasmódica e intranquila”.
A continuación habla de las voces de los siameses que pueden parecerse a “los agonizantes y furiosos lamentos de almas en pena”. Y sigue diciendo que “ya en posesión de dos gatos, al futuro novelista solo le queda observarlos para aprender y digerir las lecciones sobre naturaleza humana que pueden enseñarnos (…) Consideremos alguno de estos instructivos sermones de gatos que tanto pueden enseñarnos acerca de la psicología humana”.
A partir de ese momento, Aldous Huxley pasa a reseñar la vida amorosa de sus gatos siameses con claros paralelismos con el comportamiento del ser humano, sobre todo del ser humano masculino: “Después de ser testigo de una boda gatuna, ningún joven novelista puede contentarse con las falsedades y banalidades aceptadas en la ficción actual como descripciones del amor. (…) Nos dicen lo que, por desgracia, ya sabemos, y es que los maridos se cansan pronto de sus esposas, sobre todo cuando están embarazadas o amamantan”. La comparación sigue describiendo el comportamiento masculino de una forma muy poco halagadora.
Recalcando su idea, añade que “por desgracia, muchas de estas verdades se ven ilustradas por los gatos con una ausencia de disfraz casi cómica”. También describe a su gata implorando los favores de su compañero, y como este, aburrido, desapareció durante veinticuatro horas. La gata, lamentándose – según Huxley como Melisande en la ópera de Debussy – parecía repetir sin cesar “Je ne suis pas heureuse ici” (No soy feliz aquí) yendo de un lado a otro sin dejar de mover el rabo.
Había regalado todos los gatos excepto uno de su anterior camada, y este solo tenía una idea, hacerse con el rabo de su madre y morderlo. El escritor dice: “Era como si un cómico se entrometiera en las lamentaciones de Melisande sin la menor intención de maldad (…), sencillamente por total incomprensión”.
Acaba diciendo: “Cada uno cumplía su pena en aislamiento, sin comunicación entre celda y celda. Ni la menor comunicación. Estos sermones de gatos pueden ser sumamente deprimentes”. Aldous Huxley es un gran escritor, incluso podría ser considerado un visionario, pero discrepamos completamente de la conclusión de este pequeño ensayo. Hay una gran comunicación entre las “celdas” gatunas, pero no se parece en nada a la de los seres humanos.



















