Este cuento islandés fue publicado por el escocés Andrew Lang  (31 de marzo de 1844 – 20 de julio de 1912), conocido por sus compilaciones de cuentos de hadas. Se cree que lo encontró en el “Islandische Marchen und Volkssagen” (Cuentos de hadas y dichos populares de Islandia) y lo incluyó en “El libro carmesí de las hadas”. En inglés se conoce como “The Cottager and His Cat” (El campesino y su gato), pero nos hemos tomado la libertad de llamarlo “El gato que cantaba”.

Cuentos de hadas y dichos populares de Islandia

Érase una vez un anciano, su mujer y su hijo que vivían en una cabaña miserable, más parecida a una pocilga que a una casa; sin embargo, el viejo era riquísimo gracias a su tremenda avaricia y a menudo prefería pasarse un día sin comer antes de gastar una de sus preciadas monedas de oro conseguidas engañando a sus congéneres.

Libro carmesí de las hadas

Un buen día enfermó – probablemente por mal comer – y murió. Esa noche, su hijo soñó que le visitaba un desconocido y le decía: “Tu padre ha muerto, tu madre pronto seguirá el mismo camino, y eres su único heredero. Obtuvo la mitad de su fortuna empobreciendo a muchos, y debes devolverla. Tirarás la otra mitad al mar. Asegúrate de que se hunde, y si vieras algo flotar, cógelo, aunque sea un trocito de papel”.

Autor desconocido

El muchacho despertó angustiado. No quería deshacerse del dinero, había pasado hambre y miserias toda su vida, pero era bueno y honrado, y no podría disfrutar del dinero sabiendo que su padre se lo había procurado a costa de otros. Gastó la mitad ayudando a los más pobres del pueblo y tiró el resto al mar. Inmediatamente apareció un papelito flotando en las olas; el joven estiró el brazo y lo cogió. Lo desplegó y se encontró con seis monedas.

Fred Aris (Reino Unido)

Pensó que tener seis monedas era mejor que no tener nada y las guardó. Trabajó en el huerto y consiguió bastante comida para él y su madre, pero esta no tardó en fallecer. La enterró y, sin saber qué hacer, se adentró en el bosque. Anduvo bastante tiempo antes de empezar a sentir hambre. Al ver una casita, llamó a la puerta y preguntó si podían darle un trozo de pan.

Jacek Frackiewicz (Polonia)

La anciana le invitó a pasar y a compartir su comida. En la casa había otra mujer y tres hombres que le hicieron sitio en la mesa sin hablar. Después de comer, el muchacho se fijó en un animal desconocido sentado delante de la chimenea: era de tamaño más bien pequeño, de color gris, con ojos grandes y brillantes. Pero sobre todo le extrañó que cantara en voz muy baja; nunca había oído nada igual.

Martti Lehto (Finlandia)

“¿Cómo se llama esta curiosa criatura?”, preguntó. A lo que la anciana le contestó: “Nosotros lo llamamos Gato”. “Gato”, repitió el joven. Y añadió: “Me gustaría comprarlo si no es muy caro, su canto me haría compañía”. Le pidieron seis monedas. Sacó su papelito, lo abrió y les entregó todo lo que tenía. Al día siguiente se despidió con Gato metido en su chaqueta; y Gato cantaba.

Martin Leman (Reino Unido)

Al atardecer llegaron ante una casa. El joven llamó a la puerta y le preguntó al anciano que abrió si podía albergarle, pero que no tenía dinero. “Siendo así serás mi huésped”, contestó el hombre, al tiempo que abría la puerta dejando ver a dos hombres y dos mujeres a punto de empezar a cenar.

Martti Lehto (Finlandia)

El muchacho colocó al Gato en la repisa de la chimenea y todos se acercaron a examinar al extraño animal; Gato les tendió la pata y se frotó contra sus manos mientras cantaba. Las mujeres quedaron maravilladas y le dieron de comer hasta saciarlo.

Sedef Yilmabasar Ertugan (Turquia)

Después de oír la historia del chico, el anciano le aconsejó que fuera a ver al Rey, un hombre bondadoso y generoso. Al día siguiente, Muchacho y Gato emprendieron el camino hacia el palacio, que distaba pocos kilómetros. Al llegar, rogó ser recibido, y al poco le indicaron que pasara al Gran Salón, donde Su Majestad estaba comiendo.

Anónimo

Al verle entrar, el Rey le indicó que se acercara. El joven se inclinó ante el soberano y, al enderezarse, preguntó sorprendido qué eran esos pequeños animales marrones oscuros que correteaban por el suelo e incluso la mesa llegando a robar comida del plato del mismísimo Rey. Todos alrededor de la mesa intentaban espantarlos sin éxito, arriesgándose a ser mordidos.

El Rey, que había oído la pregunta, contestó: “Se llaman ratas. Hace años que intentamos deshacernos de ellas, pero no lo conseguimos”. En ese momento, una bola gris voló por los aires y aterrizó en la mesa. Le bastaron dos o tres movimientos para matar a varias ratas; durante algunos minutos solo se oyó el ruido de las demás huyendo despavoridas. El Rey y su corte quedaron atónitos.

El Rey preguntó entonces qué clase de animal era capaz de realizar semejante truco de magia, y el muchacho contestó que era un Gato por el que había pagado seis monedas. El Rey, gozoso, le dijo: “Has librado al palacio de la plaga que me ha atormentado durante largos años; para agradecértelo, podrás escoger entre dos cosas, convertirte en mi primer ministro o casarte con mi hija y heredar el reino a mi muerte.

En general se cree que los gatos llegaron a Islandia entre 870 y 930 con los primeros colonos (vikingos) procedentes de Escandinavia, aunque hay investigaciones que indican que ya había monjes irlandeses en la isla. Estudios genéticos recientes han demostrado que el 62% de la ascendencia matrilineal de los islandeses es irlandesa o escocesa, y que el 75% de la ascendencia patrilineal es escandinava. Por lo tanto, es posible que los gatos (y las ratas) llegaran incluso cien años antes a la isla.

Gato islandés

Islandia es el país europeo con menos gatos per cápita, uno por cada diez habitantes. Un recuento realizado hace tres años por un comité especializado estima el total en 20.000 animales.

Gato islandés

Dedicamos esta entrada a Samantha, a la que le gusta mucho Islandia (y los gatos).

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