
A una hora y poco en coche al norte de París, en una bonita región llena de ríos y valles, se encuentra un célebre castillo llamado Pierrefonds. Erigido en el siglo XII, Carlos VI se lo regaló, dos siglos después, a su hermano Luis, duque de Orleans, que le encargó la reconstrucción a Juan el Negro, arquitecto de la corte.

En marzo de 1617, durante el reinado de Luis XIII y su lucha contra el feudalismo instigada por el cardenal Richelieu (otro gran amante de los gatos, ver https://gatosyrespeto.org/2015/01/13/los-gatos-del-cardenal-richelieu/), fue tomado por el príncipe de Condé y su eminencia ordenó su destrucción al ser uno de los bastiones del “Partido de los descontentos”. Esta no se llevó a cabo completamente debido a la enormidad de la tarea, pero arrasaron las murallas, destruyeron los tejados y perforaron los muros del enorme edificio.

Durante los dos siglos siguientes, las inclemencias del tiempo se encargaron de seguir la lenta destrucción. Napoleón I lo compró en 1810 por menos de 3.000 francos de entonces. Considerado una ruina romántica muy de moda en el XIX, fue clasificado monumento histórico en 1848. El famoso pintor Corot pintó las ruinas en varias ocasiones entre 1834 y 1866.

Luis-Napoleón Bonaparte visitó el castillo en 1850, antes de convertirse en Napoleón III, y se quedó subyugado por la ruina. Ya emperador, le pidió al famoso arquitecto Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc que restaurara el monumento. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver este monumental castillo con el tema que nos interesa. Muy sencillo, Viollet-le-Duc adoraba a los gatos. Su pasión era tal que distribuyó nada menos que 36 estatuas de gatos (algunos dicen que 80, pero nos parece algo exagerado) por las alturas del castillo entre un bestiario alucinante.

Puede que una de las representaciones más sorprendentes ideadas por el arquitecto sea la de una gata llevando un gatito en la boca. La mayoría de los gatos parecen estar decorando los laterales de las ventanas de las buhardillas, y no deben ser fáciles de ver dada la altura del castillo.
Viollet-le-Duc decía: “Restaurar un edificio no es consolidarlo, repararlo o rehacerlo, sino restablecerlo en su totalidad a un estado que quizá no haya existido jamás”. Esta frase resume, en cierto modo, el gusto romántico del XIX, sobre todo a partir de los años treinta. El arquitecto no intentaba restablecer los edificios tal como habían podido ser, sino plasmar lo que imaginaba que habían podido ser. De ahí los gatos de Pierrefonds.

El gato no fue un animal muy representado en el románico ni en el gótico, pues se inclinaban por un bestiario fantástico, mucho más simbólico. Dudamos que Juan el Negro en siglo XIV se hubiera dedicado a decorar las aristas del castillo con gatos, perros o pelícanos. Con eso no estamos diciendo que no se “decoraba”. Al contrario, los interiores de castillos, iglesias y edificios civiles estaban completamente cubiertos de frescos y la piedra no se veía.
Pero Viollet-le-Duc amaba a los gatos y aprovechó para plasmarlos en Pierrefonds. Habría podido hacer lo mismo en su restauración de las murallas de la famosa ciudad de Carcasona, al sur de Francia, cuya reconstrucción tampoco tuvo mucho que ver con el original, pero allí se limitó a una arquitectura mucho más supuestamente “medieval”, más austera, sin apenas decoraciones. Debemos reconocer que las fortificaciones no dan para tanto.
Nació en París el 27 de enero de 1814, en el seno de una familia acomodada; su padre era un alto funcionario. Se le considera en gran parte autodidacta, y su formación se debe a varios viajes que realizó por Francia e Italia entre 1835 y 1839, y también porque trabajó como adjunto en Edificios Civiles con el arquitecto Achille Leclère. En 1840, Próspero Mérimée – sí, el autor de la novela corta “Carmen” que escribió después de un viaje a España -, inspector general de monumentos históricos, le confió la restauración de la basílica de Santa Magdalena de Vézelay, lo que marcó el comienzo de una brillante carrera.
Dos años después se ocupó, con Jean-Baptiste Lassus, de la restauración de la catedral de París, que estaba en un estado lamentable. Al contrario de lo que pasó en Pierrefonds, fue de lo más respetuoso y no se permitió la más mínima libertad con las estatuas que habían sido destruidas. Basándose en obras similares de catedrales de la época, consiguió restituir la mayoría de la decoración.

No empezó a reconstruir Pierrefonds hasta 1858, y a pesar de la enormidad de la tarea encontró tiempo para diseñar varias casas particulares e iglesias, así como vidrieras, monumentos funerarios y muebles.

En 1874 se le encargó la renovación de la catedral de Lausana, Suiza. Fue su última obra, ya que falleció el 17 de septiembre de 1879 en esta ciudad.

Viollet-le-Duc interpretaba los monumentos según una racionalidad científica poco acorde a la invención creadora de los constructores medievales, lo que le valió ser muy criticado en el siglo XX, pero gracias a él y a la atracción que sintieron los intelectuales del XIX por la arquitectura románica y gótica, se consiguió salvar numerosos monumentos que probablemente habrían desaparecido. Además, ¿a quién no le apetece visitar un castillo “medieval” con unas cuarenta bellas representaciones de gatos? ¿Qué importa si la arquitectura no es exactamente lo que fue en realidad?

