Cada mañana, haga sol o llueva, Gil Goller empuja un cochecito de bebé cargado de comida seca y botellas de agua por una estrecha calle de un barrio arbolado de Jerusalén. Poco a poco aparecen gatos de debajo de los coches aparcados. Al llegar a un muro de piedra, él y Charlotte Slopak Goller, su esposa, llenan cacharros con croquetas y agua rodeados por una docena de gatos.
Charlotte, una psicóloga de 71 años y Gil, un abogado de 75, ambos jubilados, llevan casi 20 años saliendo cada mañana para dar de comer a algunos gatos callejeros de Jerusalén. Los gatos les conocen y ellos conocen a los gatos, incluso les han puesto nombres. Algunos, como “Mantequilla”, prefieren las caricias a la comida.

Ciudad Santa para tres religiones, judía, cristiana y musulmana, Jerusalén vuelve a verse dividida por un tema que nada tiene que ver con creencias religiosas, sino con gatos. Se calcula que en Israel hay casi un millón de gatos callejeros, una de las densidades más elevadas del mundo. Nunca se ha realizado un estudio serio sobre el número de gatos callejeros en Jerusalén, pero las estimaciones oscilan entre cien y doscientos mil por 865.700 habitantes humanos en un área de 125,1 kilómetros cuadrados.
Hasta ahora, gran parte de la población felina de la ciudad se alimentaba en los cubos de basura abiertos en las esquinas, pero están siendo sustituidos por contenedores soterrados dejando a los gatos sin una de sus principales fuentes de comida. Moshe Lion, el primer alcalde de Jerusalén de ascendencia sefardí, ocupó el cargo el 4 de diciembre de 2018 y a finales del pasado enero anunció que la municipalidad gastaría cien mil shekels (el equivalente a algo más de 27.000 euros) anuales en la compra de comida de gatos para repartirla en comederos autorizados.
La noticia no ha sido bien recibida por una parte de los habitantes, convencidos de que esto solo ayudará a la proliferación de la población felina. El Ayuntamiento se ha defendido diciendo que no incrementará, sino que hará posible reducirla al concentrar a los animales en zonas concretas. Consecuentemente, será más fácil atraparlos para aplicar el programa CES (Captura-Esterilización-Suelta). Durante los últimos años, el Consistorio ha esterilizado a una media de 2.500 gatos anuales. Sin embargo, estas campañas no se realizan de forma sistemática, sino centrándose en zonas donde los vecinos se quejan o con animales que han sido atrapados por personas que los alimentan.
Al ser una ciudad con tantos gatos, el problema alcanza proporciones sorprendentes y afecta emocionalmente a mucha gente. Según Idit Gunther, veterinaria y conferenciante en la Universidad Hebrea de Jerusalén, hay “personas que se gastan todo lo que ganan en alimentarlos, pero hay otras que no soportan a los gatos y a quienes les dan de comer”. Y añade: “Hay que hacer algo para solucionar el problema”.
El Dr. Assaf Brill, jefe de los Servicios Veterinarios municipales, está totalmente a favor del programa. Explica que se repartirán carnés de cuidadores y alimentadores, como ya se hace en muchas ciudades de Europa, y está convencido de que el bienestar de los gatos mejorará y que la ciudad ganará en limpieza.
El clima relativamente suave de Israel, así como las grandes cantidades de basura en zonas altamente pobladas en la ciudad hacen posible que los gatos sobrevivan sin grandes dificultades, aunque miles mueren cada año de hambre, enfermedades o atropellos. Sacrificar a los gatos, como se hacía antes, fue totalmente prohibido en 2004. Israel es el único país de Oriente Próximo que posee una legislación contra la crueldad hacia los animales que también regula su bienestar, a excepción de Egipto, que incluyó en la Constitución de 2014 el principio de “trato humanitario a los animales”, y donde el maltrato animal está considerado ilegal desde 1937.
Muchos guías turísticos y residentes de la ciudad acusan a los británicos, que gobernaron Jerusalén entre 1917 y 1948, de ser los responsables de introducir a los gatos en la ciudad, pero se ha demostrado que llevan miles de años allí y que descienden directamente del gato africano domesticado por los antiguos egipcios. En el ADN de los gatos de Jerusalén no hay rastros de genes de especies salvajes europeas.
Tova Saul, un residente en la parte antigua de Jerusalén que ha atrapado y esterilizado a más de 700 gatos desde 2009, cree que la idea del Ayuntamiento es buena, pero que debe verse reforzada por una campaña CES bien planificada y seria. Charlotte y Gil Goller apoyan la iniciativa, aunque saben por experiencia propia lo controvertido que puede llegar a ser alimentar a colonias. Charlotte recuerda que su marido incluso llegó a ser agredido por una mujer que se puso furiosa porque alimentaban a gatos cerca de su vivienda.
El alcalde Moshe Lion anunció el proyecto diciendo: “Cuando entendí la magnitud del problema y el sufrimiento que conllevaba, decidí encontrar una solución cuanto antes”. Por eso, la municipalidad se encargará de “ofrecer apoyo a aquellos que realizan la sagrada tarea de alimentar a los animales de la ciudad”, añadió.
Los 27.700 euros anuales servirán para comprar 210 bolsas de comida semanales, unas 2.500 anuales, lo que quizá no sea mucho para la enorme población felina de la ciudad. Pero también se está estudiando la forma de reembolsar lo que se gastan las personas que ahora alimentan a los gatos.
Desde esta página queremos felicitar al Ayuntamiento de Jerusalén por su decisión. Ojalá más municipios – grandes y pequeños – instalaran comederos “oficiales” y se hicieran cargo de la comida, aunque solo fuera en parte. Pero también es verdad que esta idea debe apoyarse con un programa CES muy serio. Solo así, alimentando regularmente y esterilizando, pueden controlarse las colonias felinas para disfrutar de gatos sanos y felices en nuestras calles. Y por mucho que los alimentemos, seguirán ahuyentando a las ratas en las ciudades.
Existen dos organizaciones que se ocupan del bienestar de los gatos en Jerusalén, Jerusalem Society for the Welfare of Street Cats y Jerusalem Society for the Prevention of Cruelty to Animals.
Y para acabar, dedicamos esta entrada a Elena Gabriel, una persona que siempre ha amado a los gatos.