
Kiyoshi Saito nació el 27 de abril de 1907 en el pueblecito de Aizubange, prefectura de Fukushima, en el seno de una familia pobre. A los cuatro años se trasladaron a Yubari, en Hokkaido, donde su padre trabajó en las minas de carbón. Su madre falleció cuando Kiyoshi contaba con trece años y fue enviado como cuidador a un templo budista a 1.500 kilómetros de su casa. Intentó huir comprando un billete de tren, pero no tenía bastante dinero. Un monje se apiadó de él y pagó el billete para que regresara a su hogar.


No tardó en empezar a trabajar de aprendiz de un pintor de letreros en Otaru y se estableció por su cuenta a los veinte años. Decidido a no vivir en la pobreza como sus padres, pensó que el diseño de letreros era su salvación, pero la atracción por la pintura fue más fuerte y se mudó a Tokio en 1931. Siguió trabajando mientras estudiaba la pintura occidental con Okada Saburosuke y se unía al grupo de Munakata Shiko, uno de los pintores más importantes del movimiento “sosaku hanga” (grabados creativos).

Expuso oleos en varias sociedades artísticas sin conseguir el esperado éxito, por lo que experimentó con los grabados en madera. Al principio producía una sola impresión con cada bloque, pero pronto descubrió que no solo podía lograr varios grabados con un bloque, sino usar varios bloques en el mismo grabado. En 1956 dijo: “Disfruto sobre todo creando el diseño, no tanto trabajando con los materiales, aunque cuando busco un complicado efecto nuevo, no me queda más remedio que hacerlo yo mismo”.
Empezó a crear sus grabados en 1936. Dos años después regresó a su pueblo natal y creó la serie “Invierno en Aizu”, que establecería su estilo único y fácilmente reconocible. En el transcurso de su vida realizó más de cien grabados sobre este tema, algunos numerados y otros en edición abierta. Cuando las consecuencias negativas de la II Guerra Mundial llegaron a Japón en otoño de 1942, Kiyoshi Saito lavó las telas para que su esposa pudiera hacer ropa para ellos, pero no se deshizo de los bloques de la serie Aizu. “Daba igual lo mal que lo pasáramos”, dijo, “ni cuántas veces tuvimos que mudarnos para tener un techo, no me deshice de los bloques”.

En 1944 encontró trabajo en el periódico Asahi, probablemente como ilustrador, y permaneció en el puesto hasta 1954. Allí conoció a Onchi Koshiro, otro grande del movimiento “sosaku hanga”, que le abrió las puertas del mercado occidental de posguerra. Los estadounidenses llegados a Japón fueron los primeros en comprar sus grabados en una exposición en el hotel Imperial en 1945.


En 1951 fue galardonado en la Bienal de Sao Paulo por el grabado “Mirada tranquila”, en el que se ve a un gato hierático. En el mismo certamen también fue premiado su compatriota Tetsuro Komai por un aguafuerte, algo que dejó atónito al mundo artístico japonés, que siempre había despreciado todo lo referente al “sosaku hanga”. De golpe le empezaron a llegar pedidos de Occidente. En 1956 expuso en varias ciudades estadounidenses. El año siguiente viajó a París, Nueva York, Australia, India y Canadá para mostrar sus trabajos.


Su fama creció y numerosas revistas le pidieron ilustraciones. Uno de sus grabados más populares quizá sea el del primer ministro japonés Eisaku Sato aparecido en Time en 1967. Sin embargo, el editor de la revista quiso explicar que a pesar de ser la primera vez que Time usaba un grabado en madera, ya habían publicado varias ilustraciones de Kiyoshi Saito. “La primera fue en 1951 cuando publicamos su famoso Gato”. En realidad, el editor se refería a “Mirada tranquila”. El artista no esperaba el efecto que tendrían esas palabras: “En cosa de días nos vimos inundados con pedidos del grabado, del que no quedó ni uno en Japón”.


En 1970 pudo permitirse comprar una casa en Kamakura, a las afueras de Tokio, y diecisiete años después, otra cerca de Aizu, el pueblo donde solo vivió cuatro años, pero al que siempre volvió.

Por fin fue reconocido en su propio país cuando, a los 74 años, el gobierno le concedió la Orden Tesoro Nacional de Cuarta Clase, y a los 88 años fue nombrado “Bunka Korosha” (Persona de Mérito Cultural), un honor otorgado por el Emperador a hombres y mujeres cuya contribución al desarrollo de las ciencias y las artes haya sido notable.
La obra de Kiyoshi Saito puede dividirse en tres periodos: El primero dominado por los grabados de escenas nevadas en Aizu; un segundo más realista desde 1945 dedicado sobre todo a los retratos, y hacia 1950, con una clara tendencia a la simplificación. En este último mezcló elementos del cubismo, la abstracción y el impresionismo con la tradición japonesa dejándose influir por pintores como Mondrian, Picasso, Matisse, Kandinsky, Gauguin y Munch.


Sus temas eran muy variados, desde edificios, paisajes campestres, figuras en calles, escenas de sus viajes al extranjero, plantas y animales con una fuerte inclinación por los gatos. Gatos estilizados, con amplias manchas de un solo color, con textura, en todas las posturas posibles, solitarios, en grupo. Gatos que representan su constante búsqueda de lo esencial.


Kiyoshi Saito creó más de mil grabados a lo largo de su vida. A medida que crecía el número de obras, no le quedó más remedio que tener ayudantes, sobre todo para la impresión de grandes ediciones. Kazuyuki Ohtsu, nacido en 1935 y ahora un grabador independiente, trabajó con él durante más de cuarenta años hasta la muerte del artista, el 14 de noviembre de 1997, a los noventa años.

Poco antes de fallecer se había clausurado una gran retrospectiva de sus obras en los grandes almacenes Wako de Tokio e inaugurado el Museo de Arte Kiyoshi Saito en Yainazu, que alberga 850 creaciones suyas. Kiyoshi Saito dijo una vez: “Siempre he hecho el trabajo que me apetecía hacer”. No hay mejor epitafio para tan larga y prolífica carrera.

