Paul Gauguin no hizo muchos cuadros que incluían gatos. El primero, titulado “Gatito”, fue pintado en 1884, durante su estancia en Rouen, ciudad en la que pasó diez meses con su familia. ¿Vivía ese gatito en casa con ellos? Es muy posible que tuvieran una gata y que diera a luz.
No volvemos a encontrar más cuadros con gatos hasta cuatro años después, en 1888, cuando está instalado en Bretaña, concretamente en Pont-Aven, sin su familia. En estas dos obras, el gatito es negro y parece ser el mismo. Siguiendo con nuestras conjeturas, podría tratarse de un gato que vivía en la posada de Marie-Angélique Satre, a la que inmortalizó en el cuadro “La bella Ángela”.
Pero dejémonos de imaginaciones y volvamos a lo que sí sabemos. Paul Gauguin nació en París el 7 de junio de 1848, hijo de Clovis Gauguin, periodista republicano, y de Aline Chazal, hija de Flora Tristán, escritora, pensadora, militante socialista y feminista. Huyendo de las persecuciones de Napoleón III, se trasladaron a Perú, país en el que tenían parientes cercanos por parte de Aline. Su padre falleció en 1951 durante la travesía y Paul vivió en Lima hasta los siete años, cuidado por niñeras y criados.
Después de graduarse en el instituto, se alistó en la Marina. Fue nombrado teniente y luchó en la guerra franco-prusiana de 1870 participando en la captura de seis barcos alemanes. Al cabo de un año dejó la Marina y trabajó como corredor de Bolsa de gran éxito durante once años. Llevaba una vida burguesa con su esposa danesa, Mette-Sophie Gad y sus cinco hijos. En 1874 conoció al pintor Camille Pissarro, descubrió a los impresionistas y empezó a pintar. Expuso por primera vez con estos en 1879.
Tres años después, con la caída de la Bolsa francesa, abandonó su profesión y se trasladó a Rouen, la capital de Normandía, donde ya estaba su mentor Camille Pissarro. Dedicado en cuerpo y alma a la pintura, realizó unos cuarenta cuadros en solo diez meses, pero no ganaba lo suficiente para alimentar a sus hijos. Decidieron mudarse a Copenhague con la familia de Mette, y allí vendía lona alquitranada sin mucha convicción.
Regresó a París en 1885, dejando a su mujer e hijos en Dinamarca. En 1887 se fue a Panamá con el pintor Charles Laval para trabajar en las obras del Canal. Debido a las durísimas condiciones laborales, se marcharon en cuanto reunieron bastante dinero y se detuvieron en Martinica. En esa isla, que le dejó un recuerdo imborrable, permanecieron siete meses.
De vuelta en París, y ya con cuarenta años de edad se unió a un grupo de pintores más jóvenes conocidos como la Escuela de Pont-Aven. Entonces realizó “La lucha de Jacob con el ángel”, obra admirada por Pablo Picasso, Henri Matisse y Edvard Munch. En el verano de 1888 cruzó Francia para reunirse con Vincent Van Gogh, que le había invitado a Arlés. Entre otras obras pintó “Café de noche en Arlés”, con un gato blanco y negro sentado al lado de la mesa de billar.
La relación entre los dos pintores acabó mal después de que Gauguin hiciera el retrato “Van Gogh pintando girasoles”, que le hará decir a este último: “Soy yo, pero estoy loco”. Todo terminó con el famoso episodio de la oreja cortada el 23 de diciembre de 1988.
En 1891, sin dinero, vivió algún tiempo en París. Después de vender varios cuadros gracias a un artículo entusiasta del crítico de arte Octave Mirbeau, zarpó para la Polinesia y optó por quedarse en Tahití con la esperanza de huir de la civilización occidental, sus artificios y convencionalismos.
Allí conoció a Teha’amana, también llamada Tehura, de 13 años. Al principio fue su modelo, pero el pintor, que tenía entonces 43 años, la convirtió en su “vahiné”. Pintó unos setenta lienzos en pocos meses, pero la dicha no duró. Pidió que se le repatriara en 1893.
De nuevo en París, Paul Gauguin conoció al famoso marchante Ambroise Vollard (https://gatosyrespeto.org/2018/04/26/un-gato-sin-nombre-y-el-marchante-ambroise-vollard/) e intentó venderle algunos de sus cuadros tahitianos, pero Vollard no estaba entusiasmado. Durante una breve estancia en Bretaña, le rompieron una tibia durante una pelea, quedando cojo para el resto de su vida.
Desesperado por regresar a Tahiti, se vio obligado a ceder a muy buen precio cerámicas y obras de la época de Pont-Aven, así como unos lienzos de Van Gogh a Ambroise Vollard, algo que nunca le perdonó. El 3 de julio de 1895 volvió a embarcarse para la Polinesia. Vivió unos años felices con Pau’ura, su nueva “vahiné”, de 14 años.
Puede que la muerte de Aline, su hija favorita, en 1897, le empujara a pintar el cuadro “¿De dónde venimos, qué somos, adónde vamos?”, de cuatro metros de largo y que debe mirarse de derecha a izquierda. Casi en el centro de este cuadro muy simbólico se encuentran dos gatos blancos al lado de una niña comiendo una fruta.
A pesar de sus reticencias, el pintor acabó firmando un contrato con Vollard, que le mandaba 300 francos al mes, además de lienzos y pinturas, a cambio de veinticinco cuadros anuales, la mayoría de ellos naturalezas muertas. Este acuerdo permitió a Gauguin vivir sin demasiadas preocupaciones a partir de 1898.
Sus problemas de salud se agravaron – la herida en la pierna nunca se curó del todo, contrajo sífilis – y empezó a usar morfina, láudano y arsénico para aliviar los dolores. Después de un intento de suicidio, se mudó a las Marquesas. Llegó a las islas el 16 de septiembre de 1901, se instaló en Atuona y, al principio, creyó haber encontrado el paraíso terrenal.
Pero no tardó en cambiar de opinión al descubrir los abusos de la administración colonial. Intentó luchar para aliviar la situación de los indígenas y los incitó a dejar de pagar impuestos. Su condición física no le impidió tener una nueva “vahiné”, Marie-Rose Vaeoho, de 13 años, a la que dejó embarazada.
Muy debilitado por su herida, ahora convertida en un dolorosísimo eccema purulento, carcomido por la sífilis, murió el 8 de mayo de 1903 en una cabaña miserable. Reposa en el cementerio de Atuona, el mismo en el que setenta y cinco años después sería enterrado Jacques Brel unos metros más allá.

Los cuadros de Paul Gauguin demuestran que los gatos (y los perros) formaban parte de la vida de los polinesios, al menos en Tahití y la isla de Hiva-Oa. El gato está cerca de los seres humanos, forma parte del hogar. Es curioso, pero todos los gatos incluidos en los lienzos son blancos, excepto en “Madre con niños y gato”, pintado en 1901 ya en Atuona.
El arqueólogo y explorador Thor Heyerdahl, en el libro “Fatu-Hiva – De vuelta a la naturaleza”, describe su estancia de quince meses en Fatu Hiva, isla de las Marquesas, entre 1937 y 38, y hablando de los gatos, dice: “En Fatu-Hiva, a los gatos se les llama ‘poto’. El hecho de que estos animales parezcan tener un alto grado de inteligencia probablemente hizo que los nativos llamaran a los recién llegados ‘poto’, cuyo significado real en polinesio es ‘listo’”