Patas largas, cuerpo delgado, pelaje moteado, orejas grandes y cabeza pequeña para su tamaño, así es el serval (Leptailurus serval), la única especie del género Leptailurus. Según su ADN comparte antepasado común con el león, y otros estudios indican que se encuentra próximo al caracal (https://gatosyrespeto.org/2020/02/27/el-gato-caracal/). Fue descrito en 1776 por el naturalista alemán Johann Christian Daniel von Schreber.
Mide entre 85 y 112 cm de largo, incluido un rabo de entre 30 y 50 cm. Las hembras suelen pesar de 9 a 16 kilos y los machos de 12 a 26 kilos. Las orejas, muy desarrolladas, y el cuello largo le permiten oír y ver por encima de la alta hierba de la sabana. La gran mayoría ostenta puntos o manchas por todo el cuerpo, aunque algunos solo tienen unas pocas marcas encima de los ojos y anillas en la cola. Son animales longevos que alcanzan los 20 años.
Hay servales totalmente negros debido al melanismo (https://gatosyrespeto.org/2019/03/21/los-gatos-negros-y-el-melanismo/), pero no abundan. Y menos aún los servales blanquecinos, que padecen de leucitismo causado por el gen mutante chinchilla, un inhibidor del depósito de pigmentos. Esto es más común en leones, pero en servales solo se conocen cuatro casos en cautividad en Norteamérica.
Es un carnívoro que se alimenta de roedores, pájaros, insectos, ranas y lagartijas. No suele atacar a presas de un tamaño superior a los 200 gramos. Es el felino con las patas más largas con relación al cuerpo y llega a correr a 80 kilómetros por hora. Puede permanecer hasta 15 minutos perfectamente inmóvil, con los ojos cerrados, escuchando a los roedores moverse debajo de tierra.
Es un cazador eficaz con un éxito del 50% en sus intentos, comparado al uno de diez de la mayoría de felinos. Realiza saltos hasta de cuatro metros de largo y de más tres metros de alto. Si la presa es grande se come la carne y los huesecillos, dejando la pluma o la piel, los intestinos, las patas o el pico.
El periodo de gestación oscila entre 8 y 10 semanas, y la hembra tiene camadas de dos a cuatro crías una o dos veces al año. El gato serval, bastante común en África, vive principalmente en sabanas húmedas. Necesita agua y no se le encuentra en zonas desérticas o estepas áridas. Sabe escalar y nadar, aunque prefiere evitarlo.
Su gran depredador es el hombre. Fueron cazados sin piedad por su piel y siguen siendo abatidos en zonas con granjas, aunque ataquen a las aves domésticas en contadísimas ocasiones. Han desaparecido completamente de la provincia del Cabo, en Sudáfrica, pero parece que algunos ejemplares aún subsisten en Marruecos, donde se le daba por extinguido.
Un caso curioso es el de la planta petroquímica Secunda Synfuels Operations, a 140 km al este de Johannesburgo, con una superficie vallada de 85 km cuadrados. La densidad de población de servales es la mayor de todas las zonas estudiadas. Puede haber tres razones que lo expliquen. Primera, que la planta está rodeada de marismas, hogar de numerosos roedores, la presa favorita del gato. Segunda, la valla que cierra toda la zona impide que entren otros carnívoros, anulando la competencia. Y tercera, no les caza el hombre.
Los servales, al igual que los guepardos, no rehúyen al ser humano y son fáciles de domesticar. No todos los felinos ronronean, pero el serval sí. Maúlla, gruñe y escupe como cualquier gato que se precie. Comparte más aspectos de su comportamiento con el gato doméstico y, además, no es muy grande. En otras palabras, el animal perfecto para los amantes del exotismo.
Desgraciadamente, estas personas no se dan cuenta de que el serval es un animal salvaje que puede adaptarse momentáneamente al ser humano – porque no le queda más remedio –, pero que necesita mucho espacio, también necesita cazar y no está hecho para complacer a un dueño egoísta al que solo le interesa tener a un “gato” diferente.
La escritora francesa Colette (https://gatosyrespeto.org/2018/12/13/los-gatos-de-colette/) cuenta cómo le regalaron a Bâ-Tou y se la llevó a casa. Le dijeron que era una onza y que venía de Chad, pero por la descripción que hace Colette: “Era del tamaño de un spaniel, patas largas y musculosas…” y la foto, lo más probable es que fuera una serval hembra. Tenía veinte meses entonces. Aceptó dormir en una cesta, supo usar la bandeja con serrín, incluso se asomaba a la bañera cuando la escritora estaba en su interior.
Pero una mañana, Bâ-Tou apretó demasiado el brazo de Colette y esta la empujó. La gata serval dejó escapar un maullido terrible y se lanzó de nuevo contra la escritora, que pudo agarrarla por el collar. Pero “Bâ-Tou optó, en el momento crucial, por la paz, la amistad, la lealtad, y se acostó, lamiéndose la nariz”.
Con el tiempo, Colette se dio cuenta de cómo miraba a los otros gatos que entraban en el jardín, o al perrito que un día tuvo en su regazo. Acaba el capítulo dedicado a Bâ-Tou del libro “Les chats de Colette” (Ediciones Albin Michel) diciendo: “El cielo romano te protege ahora y un foso, demasiado ancho para tu impulso, te separa de aquellos que van al jardín zoológico a burlarse de los felinos; espero que me hayas olvidado a mí que, a sabiendas de que eras inocente, acepté que se hiciera de ti un animal en cautividad”.
Como Bâ-Tou, la inmensa mayoría de felinos salvajes “adoptados” para el placer y diversión de algunos ignorantes acaban en refugios. Con un poco de suerte, contarán con algo de espacio, pero muchos vivirán el resto de su vida en una jaula porque tuvieron la mala suerte de ser escogidos para satisfacer a seres caprichosos.
Y no hablemos de los cruces entre felinos salvajes de pequeño tamaño y gatos domésticos, algo que debería estar totalmente prohibido. El gato Savannah es el ejemplo perfecto, resultado de un cruce entre una siamesa hembra y un serval macho. Desde nuestro punto de vista, una auténtica aberración.