John Henry Dolph nació el 18 de abril de 1835 en el estado de Nueva York, pero su familia se trasladó a Ohio cuando él tenía seis años. En 1849 ingresó como aprendiz en el taller de un pintor de carruajes en la ciudad de Columbus. A partir de 1855 trabajó como retratista en Cleveland y Detroit.

John Henry Dolph

Se trasladó a la ciudad de Nueva York en 1864, tres años después de fallecer su primera esposa, y no tardó en convertirse en un conocido paisajista especializado en escenas con granjas. En los setenta viajó a Europa para estudiar con el famoso pintor de caballos Louis van Kuyck. Hasta su regreso a Estados Unidos no se le ocurrió pintar un gato. Tenía un pequeño marco vacío y la idea del gatito era perfecta.

No esperaba gran cosa al mandar el cuadro a una casa de subastas y se quedó atónito cuando le dieron cien dólares. Pintó otro gato, luego otro, y se vendieron inmediatamente. Muy pronto se le conocía solo por sus cuadros de gatos, todos habían olvidado que antes había sido retratista y paisajista.

Por suerte, al pintor le gustaban mucho los gatos y necesitaba modelos. Los niños del barrio lo sabían y le traían gatitos a cambio de unas monedas. Si eran demasiado pequeños y aún no sabían comer solos, Dolph hacía el papel de madre gata alimentándolos con un pincel empapado de leche. Cuando todos estaban alimentados, les lavaba la cara con una esponja y agua tibia. Una vez al día les lavaba desde la punta del rabo hasta los nacientes bigotes.

En una entrevista que dio al periodista W. Lewis Fraser para la revista “St. Nicholas” dijo: “Lleva tiempo alimentar a una familia así, pero necesito modelos, por lo que también debo cuidar de ellos”. Y añadió: “Es mucho más fácil darles de comer que mantenerlos limpios”.

Tanto su estudio en el edificio YMCA de la calle 23 como su casa de verano en Bellport, Long Island, estaban llenos de gatos. Según el periodista W. Lewis Fraser, el estudio de Dolph parecía sacado de un cuento de hadas. “Una vez dentro, tuve la impresión de estar en un viejo palacio de Europa. Preciosas alfombras persas en el suelo, sillas italianas, curiosos instrumentos musicales, un maravilloso baúl que había pertenecido a un noble veneciano…”.

Casa de verano en Bellport

Y gatos… Gatos que se hacían las uñas en las alfombras, ocupaban todas las sillas y organizaban conciertos gatunos nocturnos que, según Dolph, “eran algo molestos para los vecinos”. No tardó en darse cuenta de que era imposible tener a tantos gatos en su estudio y regaló unos cuantos a los numerosos clubes a los que pertenecía (durante el siglo XIX y principios del XX, en los clubes privados, hoteles, teatros, comisarías, cuarteles de bomberos, oficinas de correos e incluso el Ayuntamiento de Nueva York había gatos residentes para deshacerse de las ratas, y dichos gatos solían estar muy bien cuidados).

Muchos otros fueron trasladados a Bellport, donde vivió con su segunda esposa, Mary Heaney, desde 1875 a 1903, concretamente a su estudio de verano, una antigua carpintería. La sala era grande y, al contrario del estudio de la ciudad tenía pocos muebles aparte de unos cuantos sillones muy cómodos, sillas y mesas. Allí, los gatitos podían jugar a sus anchas mientras les hacía rápidos dibujos al carboncillo.

Hizo construir un porche semicubierto en la parte trasera del estudio y pidió que se abriera una gatera en la puerta para que los gatos pudieran entrar y salir con total libertad. Dibujar gatitos no era tarea fácil y recurría a todo tipo de trucos para conseguir las poses deseadas. En esa época, ninguna cámara era lo suficientemente rápida como para capturar sus travesuras, y Dolph solo podía contar con sus bosquejos. Cuando los gatos crecían, su esposa y él se esforzaban en “encontrarles un buen hogar cristiano”.

Pero muchos se quedaban porque no podía separarse de ellos. Y eso ocurrió con Princess, una magnífica gata blanca y uno de los modelos favoritos de los clientes de Dolph. Según el pintor, Princess siempre comía con él sentada en sus rodillas o en una silla y solo aceptaba la comida que él le ofrecía.

También tuvo dos gatos persas que había traído de París. Un vecino disparó a uno confundiéndole con una mofeta, o al menos eso dijo. La otra era Josephine, una cazadora empedernida que, además, tenía la manía de dar recitales de canto felino en plena noche. Ante las quejas de los vecinos, los Dolph intentaban cogerla al atardecer, pero se escondía hasta que se rendían para poder dedicarse al bel canto.

En 1900, Mary Dolph falleció durante una estancia en el estudio de Nueva York. Tres años después, el 28 de septiembre de 1903, el pintor murió de un infarto en el piso de Sarah E. Grenner, una prima lejana que anunció a la prensa que iban a casarse. Dolph había vendido la casa y el estudio de Bellport unos días antes.

No sabemos qué fue de sus numerosos gatos, pero siguen vivos en cuadros en los que, a veces, se colaba algún que otro perrito. Tampoco sabemos dónde acabaron los perros “modelo”. No dudamos de que le gustaban los animales, pero tampoco podemos reprimir cierta tristeza pensando en el destino de todos los que le sirvieron de modelo.

Hoy en día, algunas pinturas de John Henry Dolph se venden en subastas por 5.000 dólares.

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