En 1950, el editor Albin Michel publicó una colección de relatos – algunos muy cortos – titulados sencillamente “Chats de Colette” (Gatos de Colette). Dedicamos una entrada a la escritora en diciembre de 2018 (https://gatosyrespeto.org/2018/12/13/los-gatos-de-colette/) y hoy no hablaremos de ella. Pero hemos pensado que podríamos publicar, de vez en cuando, algún relato de este libro, ya que no está traducido al español.

Colette y gato

En el último párrafo del prólogo, la autora dice: “Pocas veces he dejado de cantar al gato y probablemente no deje de hacerlo hasta que llegue mi fin. Una gran ola, que nada tiene que ver con una ternura pusilánime, me lleva, me empuja hacia él; quizá porque a menudo el gato, por su predilección y su fidelidad, me ha parecido más preocupado por mí que yo por él”.

Esta frase, “Me ha parecido más preocupado por mí que yo por él”, va en contra de la reputación del gato, ya se sabe: independiente, egoísta… y muchas cosas más. Sin embargo, estamos de acuerdo con Colette, los gatos se preocupan por nosotros, están a nuestro lado aunque puedan dormir en un cojín en otro cuarto; nos echan de menos si nos vamos y algunos incluso nos retiran el saludo durante un día a nuestra vuelta. Lo hacen a su manera, pero sí, se preocupan por nosotros.

Los gatos de Bercy (Robert Doisneau, 1970)

Para esta vez hemos escogido tres relatos dedicados a los gatos negros. El primero, “Le petit Chat Noir (Paroles posthumes)” (El gatito negro, palabras póstumas), nos parece el más conmovedor de todos los del libro, y dice así:

“Viví la vida terrestre donde era negro. Negro del todo, sin una mancha blanca en el pecho, ni estrella blanca en la frente. Ni siquiera tenía esos tres o cuatro pelos blancos que les crecen en el hueco de la garganta, debajo de la barbilla, a los gatos negros. Pelaje negro, mate, tupido, rabo delgado y caprichoso, ojo oblicuo de color verde, un auténtico gato negro”.

“Mi más lejano recuerdo es de una casa donde vi, viniendo hacia mí desde el fondo de una sala larga y oscura, un gatito blanco. Algo inexplicable me empujó en su dirección y nos detuvimos frente a frente. Dio un salto hacia atrás, di un salto hacia atrás a la vez. Si no hubiera saltado aquel día, quizá aún viviría en el mundo de los colores, de los sonidos y de las formas tangibles…”

“Pero salté y el gato blanco pensó que era su sombra negra. De nada sirvió, luego, intentar convencerle de que yo tenía mi propia sombra. Quiso que fuera su sombra y que imitara sin recompensa alguna cualquiera de sus gestos. Si bailaba, yo debía bailar, beber si bebía, comer si comía, cazar sus presas. Pero bebía la sombra del agua, comía la sombra de la carne, y me aburría acechando bajo la sombra del pájaro…”

“Al gato blanco no le gustaban mis ojos verdes, que se negaban a ser la sombra de sus ojos. Los maldecía y apuntaba con su garra. Entonces los cerraba y me acostumbré a mirar únicamente la oscuridad que reinaba detrás de mis párpados”.

“Era una vida triste para un gatito negro. Las noches de luna me escapaba y bailaba débilmente ante la pared blanca con tal de alimentarme con la visión de una sombra mía, delgada y picuda, con cada luna más delgada, que parecía derretirse…”

“Así conseguí escapar al gatito blanco. Sin embargo, mi huida es una imagen confusa. ¿Trepé por el rayo de luna? ¿Me recluí detrás de mis párpados cerrados? ¿Me llamó uno de los gatos mágicos que emergen del fondo de los espejos? No lo sé. Pero ahora el gato blanco cree haber perdido su sombra, la busca y la llama sin parar. Aunque muerto, no descanso porque dudo. Poco a poco se aleja de mí la certeza de que fui gato de verdad, y no la sombra, la mitad nocturna, el negro reverso del gato blanco”.

El gato (Brassaï, 1945)

Otro relato, aún más corto, pero nada triste, se titula sencillamente “Noir” (Negro):

“Negro en negro. Más negro que negro. No me hace falta desaparecer para esconderme; sencillamente dejo de existir y apago mis dos faros. Incluso sé hacerlo mejor: dejo mis dos faros al ras de la alfombra, flotando en el aire, visibles e imposibles de atrapar, y voy a mis ocupaciones…”

“¿Magia preguntarán ustedes? Claro que sí. ¿O creen que se puede ser tan negro sin ser brujo?”

El tercero es “Au lion noir” (El león negro) y está lleno de humor:

“No puedo decir que me siento mal detrás de este cristal. Reto a los niños feroces y los perros estúpidos. El geranio huele bien y el sol me calienta. Pero una desafortunada inscripción, por dos veces repetida en la vitrina elogiando un producto de limpieza, me ofende… Hace unos días, mi blancura y mi gracia habían atraído a varios transeúntes. Apareció una joven y preguntó: ‘¿Qué hay en la vitrina?’ Y su hermanito le contestó: ‘Un león negro’.

Foto de Martine Franck

“Lion noir” (León negro) era una marca de betún y productos de limpieza creada el 16 de marzo de 1917 muy famosa en Francia. Desapareció en 1992.

Un gato negro que duda si existió realmente o fue la sombra de otro; un segundo que se sabe brujo, y un tercero que cree ser blanco… Colette siempre vivió rodeada de animales, los amaba a todos, pero los gatos eran sus predilectos.

Foto de Walter Chandoha

Dedicamos esta entrada a Ilias, Cringuta y Angelica.

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