El autor del libro “Making Rounds with Oscar”, publicado en 2009 y cuya traducción podría ser “Pasar visita con Oscar”, es David Dosa, médico especialista en geriatría. En la portada aparece un subtítulo: “The Extraordinary Gift of an Ordinary Cat”, literalmente “El extraordinario don de un gato ordinario” o quizá sonaría mejor “El descomunal don de un gato común”.
Como puede verse en las decenas de fotos colgadas en Internet, Oscar era un gato común de pelo bastante largo, con pecho y patas blancas, y “abrigo” gris y negro rayado. Además de ser guapo, poseía un don extraordinario.
Oscar vivía en una residencia de ancianos llamada Steere House Nursing, en Providence, Rhode Island, el estado más pequeño de Estados Unidos, país donde es habitual que haya gatos y perros en residencias de ancianos, centros de convalecientes y hospitales psiquiátricos. Oscar no era el único gato en la tercera planta de Casa Steere, reservada a pacientes con demencia; le acompañaban Maya, Bilie y Munchie.
Sin embargo, ninguno de los gatos pasados y actuales de Casa Steere se ha comportado como lo hizo Oscar. Son amables, se dejan acariciar por los pacientes, duermen en sus regazos… Oscar no era especialmente amable, solo con quien le apetecía, pero siempre sabía cuándo iba a morir una persona.
Tenía unas semanas cuando llegó a la residencia en 2005 y no tardó en demostrar su don. Las enfermeras empezaron a darse cuenta de que solo subía a la cama de una persona si esta iba a fallecer en las horas siguientes. Se hacía un ovillo muy cerca del paciente y ronroneaba con fuerza; en muchas ocasiones no se iba hasta que llegaban las pompas fúnebres.
Mary Miranda, la enfermera jefe del turno de día, fue quien se lo comentó al Dr. Dosa, un escéptico que no sentía ninguna inclinación hacia los gatos, más bien le daban miedo. De hecho, durante uno de los primeros encuentros entre el Dr. Dosa y Oscar, este le mordió. Ni siquiera perforó la piel, y Mary, muy acertada, le dijo que todos los gatos reaccionan si se les tiene miedo.
Al principio, el doctor se rió de los comentarios de Mary, ¿cómo iba un gato a predecir la muerte? Casualidades, nada más. Pero pasaron meses y años. Él mismo fue testigo de casos sorprendentes, como el de una paciente a la que todos daban casi por muerta y Oscar no aparecía. Al cabo de varias horas, por fin entró Oscar, y la mujer falleció una hora después.
O cuando la familia de otra paciente moribunda no permitió a Oscar entrar y este armó tal jaleo en el pasillo que fue necesario encerrarle lejos de la habitación. David Dosa seguía sin rendirse ante la evidencia, pero quiso indagar y en sus pocos ratos libres habló con los hijos e hijas de personas con demencia o Alzheimer que habían fallecido en Casa Steere. Todos sin excepción confirmaron que Oscar había aparecido un poco antes del momento crucial.
Incluso había permitido que la persona no muriera sola. Las enfermeras, al verle acurrucarse en una cama, avisaban al cuidador o cuidadora si se había ido a casa a descansar unas horas. Los testimonios y sus propias experiencias acabaron por convencer al Dr. Dosa.
Pero Oscar no se limitaba a estar en la hora de la muerte; los parientes más cercanos de los pacientes reconocían que aparecía en momentos difíciles, cuando ellos se sentían mal. Se limitaba a quedarse cerca, sentado en el suelo. O pasaba un par de horas en el alféizar de la ventana, aparentemente observando el exterior.
David Dosa, reconciliado con los gatos, escribió un libro sobre Oscar en el que también habla con gran sensibilidad y cariño de los pacientes a los que atiende, de lo terribles que son la demencia o el Alzheimer, y de los estragos que causan, no solo en quien los sufre, sino en las personas más cercanas que cuidan al paciente. No es fácil ver el paulatino deterioro de un ser muy querido.
Es posible que a muchas personas les sorprenda – o incluso les choque – que en una residencia haya animales domésticos, pero ya se ha demostrado de sobra que la presencia de animales tranquiliza a los pacientes con demencia o problemas mentales, hace más llevaderas las estancias en residencias de ancianos y ayuda a los pacientes de centros de convalecencia.
En 2012, Dottie Rizzo, enfermera jefe del hospital para veteranos de guerra de Salem, Virginia, y Laura Hart, médica asociada, leyeron el libro del Dr. David Dosa y resolvieron que necesitaban un gato en su sección. Se les ocurrió pedirle a un veterinario que buscara al candidato adecuado y así apareció Tom, otro gato “común” rubio.
El personal y Tom saben que los gatos no gustan a todo el mundo y crearon una “zona sin gato” debidamente señalizada. Según Dotttie Rizzo hay gente, pacientes y empleados, que dicen no soportar a los gatos y todos acaban queriendo a Tom, aunque no se den cuenta.
Sigue diciendo: “También están los alérgicos, que a la semana ya le traen chucherías”. En cuanto a la ayuda ofrecida por Tom, recuerda a un paciente terminal que tenía dificultades para expresarse. “Con Tom en su regazo, le costaba mucho menos hablar. Acariciarle le calmaba, relajaba sus cuerdas vocales”.
Un ejemplo más sería Buckwheat, otro espléndido rubio afincado en la residencia Providence Mount St. Vincent, de Seattle, estado de Washington. Nunca se supo con exactitud la edad de Buckwheat porque se quedó después de que su humano, un paciente, muriera. De hecho, en la época ya había más gatos residentes: Baxter, un enorme gato con solo tres patas, Sunshine y Frank. Pero Buckwheat, como Oscar, predecía la muerte de las personas. Hablamos en pasado porque en 2010 se suponía que debía tener unos 10 años y probablemente ya no esté vivo.
Oscar, que se hizo famoso por el libro de David Dosa, murió hace nueve meses a los 17 años. Casa Steere anunció su fallecimiento en el Facebook de la residencia: “Nos entristece comunicar que nuestro Oscar nos ha dejado después de 17 maravillosos años. Oscar ayudó a los residentes, empleados y familiares ofreciendo consuelo y compañía. Muy querido por nuestra comunidad, falleció rodeado de sus amigos el 22 de febrero de 2022”.
¿Por qué Oscar y Buckwheat presentían la muerte? Algunos estudios han demostrado que los seres humanos, antes de morir, emiten un olor especial, apenas perceptible, y es posible que esos dos gatos lo detectaran. La explicación sería válida si Oscar y Buckwheat siempre hubiesen estado cerca de la habitación del paciente, pero no era así. La mayoría de veces acudían desde la otra punta de las residencias y ninguna de estas, por lo que hemos podido ver, eran pequeñas.