Este cuento japonés forma parte de “Japanische Marchen und Sagen”, publicado en Leipzig por el profesor David Brauns en 1885. El poeta, escritor, crítico literario y antropólogo escocés Andrew Lang (31 de marzo de 1844 – 20 de julio de 1912), conocido sobre todo por sus recopilaciones de cuentos de hadas y cuentos folclóricos, lo hizo traducir al inglés y lo incluyó en el volumen de color rosa, el quinto de una colección de doce libros, cada uno de un color diferente.
El cuento dice así:
Érase una vez un gato de una belleza sin par, con la piel suave y brillante como la seda, y unos grandes ojos verdes llenos de saber con los que podía ver en la oscuridad. Se llamaba Gon y pertenecía a un profesor de música que le quería y que por nada del mundo se habría separado de él.
No muy lejos de la casa del profesor de música vivía una dama que tenía una maravillosa gatita de nombre Koma y de una delicadeza poco común. Parpadeaba con elegancia y, cuando acababa de comer, se lamía cuidadosamente la nariz rosa. Era perfecta y la dama no se cansaba de repetir: “Koma, Koma, ¿qué haría yo sin ti?”
Un atardecer de primavera los dos salieron a dar un paseo, se conocieron bajo un cerezo en flor y se enamoraron perdidamente. Ya hacía tiempo que Gon pensaba que era hora de tomar esposa, pero le intimidaba mucho que todas las damas gatunas del vecindario coquetearan con él. Además, la verdad sea dicha, ninguna le atraía realmente.
Pero ahora, antes de que pudiera reaccionar, el amor se había apoderado de él y solo podía pensar en Koma, que le correspondía con la misma pasión. Sin embargo, con total lógica, la gatita era consciente de las dificultades que se interponían en su camino y se las comunicó tristemente a Gon. Este habló con el profesor para que comprara a Koma, pero la dama rehusó separarse de ella. A su vez, la dama ofreció comprar a Gon, pero el profesor no quiso entrar en razón y los enamorados siguieron separados.
Su amor fue creciendo y decidieron poner remedio fugándose. Se escaparon una noche de luna, adentrándose en un mundo desconocido. Anduvieron parte de la noche antes de descansar un poco. Reemprendieron la marcha al amanecer y siguieron bajo el sol ardiente hasta estar muy alejados de sus antiguos hogares.
Cansados y acalorados, los dos viajeros pararon a descansar en un prado cubierto de suave hierba, debajo de unos árboles que ofrecían una sombra tentadora. En ese momento apareció un ogro bajo la forma de un perro enorme. Se abalanzó hacia ellos enseñando los dientes. Koma, asustada, aulló y trepó rápidamente a un árbol, pero Gon le hizo frente con valentía.
Pero de poco le habría servido su coraje ante un enemigo tan fuerte, poderoso y feroz. Desde la rama donde estaba, Koma se dio cuenta y lanzó aullidos desgarradores con la esperanza de que alguien la oyera. Y así fue: un criado de la princesa a la que pertenecía el maravilloso parque se acercó y ahuyentó al temible perro. Sin fijarse en Koma, recogió al tembloroso Gon y se lo llevó a su señora.
La gatita Koma se quedó sola. Gon, sumido en una profunda tristeza, no sabía qué hacer. Todas las atenciones de la princesa, que quedó prendada por su belleza, no conseguían distraerle. Pero no se puede luchar contra el destino; solo le quedaba esperar y ver qué le deparaba el futuro.
La princesa era una mujer de gran corazón y todos la querían; su felicidad habría sido completa si no fuera por la presencia de una serpiente que se había enamorado de ella y no paraba de molestarla. Los criados tenían orden de echarla en cuanto apareciera, pero eran algo descuidados y la serpiente, muy astuta, por lo que a menudo se plantaba ante ella cuando menos lo esperaba.
Un día, mientras la princesa tocaba su instrumento favorito, sintió algo deslizándose por los pliegues de su precioso kimono y vio que su enemigo estaba a punto de besarla. Gritó al tiempo que se echaba hacia atrás. Gon, que dormía a sus pies, se despertó, entendió la intención de la serpiente y se tiró sobre ella, agarrándola por el cuello.
Hundió sus dientes en el enemigo de la princesa antes de tirarlo al suelo, de donde ya no se movió. Jamás volvería a molestar a la princesa. Esta agradeció a Gon su valor y se aseguró de que siempre comiera los mejores trozos y durmiera en los tapetes más mullidos. Gon no podía desear nada más, pero su único anhelo era volver a ver a Koma.
Pasaron los meses. Un día, Gon se estiró en el jardín para tomar el sol cuando vio a lo lejos a un enorme gato maleducado maltratando a otro más pequeño. Furioso, se levantó de un salto y corrió a echar al bravucón antes de volverse hacia el gatito. Al hacerlo, su corazón dio un vuelco al descubrir que se trataba de Koma. La gatita no le reconoció inmediatamente; Gon había crecido en tamaño y majestuosidad. Cuando por fin vio que era él, su regocijo no tuvo límites. Ronroneando de placer, frotaron sus cabezas y narices.
Regresaron juntos ante la princesa y le contaron su triste historia. La princesa no pudo contener las lágrimas, les prometió que jamás volverían a separarse y que siempre vivirían con ella. Liberada de la horrible serpiente, la princesa se casó y trajo a su esposo a vivir en el palacio del parque encantado. Le contó la historia de sus dos gatos y cómo Gon había podido con su enemigo. El príncipe juró que siempre vivirían con ellos y que seguiría a la princesa allá donde ella fuera. Gon y Koma tuvieron muchos hijos, como también la princesa y el príncipe. Todos jugaron juntos y su amistad nunca se quebró.
Es muy probable que el original japonés fuera mucho más largo y menos edulcorado, pero esta es la única versión que hemos encontrado.
Dedicamos esta entrada a Elena Gabriel (Muti).