En 1903, la Srta. Frances Simpson publicó «The Book of the Cat» (El libro del gato),

Miss Frances Simpson con el persa plateado Camyses

compuesto por doce láminas a color y 350 ilustraciones y fotografías en 376 páginas repartidas en 32 capítulos que van desde el origen del gato hasta sus enfermedades y cómo tratarlas, además de un índice. Cabe preguntarse qué empujó a la Srta. Simpson a abarcar tal magna obra.

Bonny Boy, uno de sus gatos persas

Para hacer un brevísimo resumen de su vida, diremos que nació en 1857 en Haughton Le Skerne, Durham, Inglaterra, y que sus padres eran el reverendo Robert James Simpson y Mary Elizabeth Simpson. Tuvo tres hermanos y dos hermanas. Fue periodista, escritora, criadora de gatos, juez en concursos felinos y secretaria honoraria de la Sociedad de Persas Azules. Murió el 19 de enero de 1926 a los 66 años.

Tres entusiastas de los gatos no han desaparecido en el olvido, y estos son Louis Wain, Harrison Weir y «Miss» Frances Simpson, como siempre la llamaban. Los tres se conocieron bien, coincidieron como jueces en concursos felinos y estuvieron entre los primeros amantes de los gatos de la era victoriana. La vida de los dos primeros, Louis Wain y Harrison, es conocida, pero se sabe muy poco de Frances Simpson más allá de los artículos que publicaba en revistas.

Big Ben, otro de sus gatos persas

Su estilo literario es el de una mujer culta; no cabe duda de que defendía la ética victoriana y que creía en trabajar duro. Las fotos que acompañan los informes de los concursos felinos publicadas en la revista «Fur and Feathers» (Pelo y pluma) son las de una joven elegante de su época.

Posiblemente haya sido la escritora más prolífica del naciente entusiasmo por los gatos, y sus libros se consideran como auténticas fuentes de conocimiento de entonces. Se la cita como la escritora del famoso «Libro del gato», aunque en realidad actuó más bien como editora, recopilando información, encargando artículos a criadores, naturalistas y veterinarios. No fue sencillo reunir la enorme cantidad de material contenido en el libro y suponemos que debió andarse con pies de plomo para no herir las sensibilidades de las clases altas de la época eduardiana y victoriana a la hora de dar consejos acerca de cómo cuidar a los gatos.

Crystal, propiedad de la Srta. Frances Simpson

A finales del siglo XIX y principios del XX, lo habitual para una joven de su clase social antes de casarse, o si no se casaba, era convertirse en dama de compañía. Pero Miss Frances Simpson fue periodista y jamás se casó. Es muy probable que, de haberlo hecho, no habría podido dedicar el suficiente tiempo y energía al mundo de los gatos.

Frances Simpson juzgando a un persa

 

Frances Simpson y Louis Wain

El reverendo Simpson se trasladó a Londres con su familia en 1870. Un año después, a los 14 años, Frances Simpson visitó la primera exposición de gatos celebrada en el Crystal Palace de Sydenham, en Londres. Probablemente fue entonces cuando le contagió el virus del entusiasmo por los gatos que recorría entonces la sociedad londinense, debido en gran parte a la enorme labor de Harrison Weir, el primero en organizar una exposición felina. Si a Harrison Weir se le consideró «el padre fundador» del «Cat Fancy», Frances Simpson se ganó el apodo de «hada madrina». Defendió a capa y espada el bienestar de los animales, y a menudo regañaba a los criadores y exhibidores por transportar a los gatos en malas condiciones.

Frances Simpson y un persa azul

Crió persas azules, que estaban muy de moda, pero reconocía sentir debilidad por los atigrados; defendió a los siameses y premió a varios. En aquella época, los gatos callejeros no formaban parte del esquema de la clase alta. Sin embargo, personas más sencillas como Louis Wain y su esposa tenían un gato blanco y negro llamado Peter (https://gatosyrespeto.org/2015/09/10/los-gatos-psicodelicos-de-louis-wain/). Basta con leer algunos párrafos de la introducción al «Libro del gato» para convencerse de que Miss Frances Simpson los amaba a todos, fueran de pelo largo o corto, de raza o callejeros.

La introducción empieza así: «Hace tiempo que los amantes de los gatos sienten la necesidad de un libro que hable en un estilo popular de estos animales, por lo que ha sido un auténtico placer dedicarme a escribir ‘El libro del gato’ y plasmar los resultados de una larga experiencia de la forma más interesante y sencilla posible, para que el libro pueda interesar a los criadores, y para que también atraiga a esa parte de la comunidad que ama a los gatos porque sí, y no solo por sus premios y pedigrí. Es posible que las maravillosas reproducciones de esta obra consigan convencer a alguna que otra persona que declara odiar a los gatos para que se dé cuenta de su error y acabe por abrir su corazón al pobre minino».

Hacia la mitad del párrafo cuarto dice: «Mi mente vuela a lejísimos años del pasado, cuando el gato era un dios o un ideal, y se le adoraba. Mucho más tarde, ‘nuestro gentil Will’ lo llamó ‘el gato inofensivo y necesario’ (Shakespeare, El mercader de Venecia), y eso siempre lo ha sido, e incluso más para muchos. Cuán solitario es el hogar sin un gato;  por fin ahora, y espero que dure mucho, los gatos están de moda. Hace treinta años tenía muy claro que no se valoraba lo suficiente a los gatos y se me ocurrió sugerir un concurso felino. Dicen que la novedad encanta, pero pobre del que sugiere algo nuevo. Se rieron de mí sin compasión. Pero nada tiene tanto éxito como el propio éxito. Y si me permiten decir algo sobre las exposiciones actuales, creo que no han cumplido con mis expectativas».

Y sigue diciendo: «¿Por qué? Porque todo el mundo se ocupa y preocupa de ciertas razas felinas. ¿A qué viene hablar tanto de los gatos de pelo largo, sean azules o plateados? Eso no es criar gatos. Deseo y espero vivir para ver muchos más ‘gatos inofensivos y necesarios’ en nuestros concursos y exposiciones; un gato de pelo corto de categoría es uno de los animales más perfectos que jamás he contemplado».

La autora concluye con estas palabras: «Solo espero que las numerosas páginas que he dedicado al ‘gato inofensivo y necesario’, cuya amistad ante la chimenea he disfrutado durante toda mi vida, despierten el interés y la admiración por estas amables y complejas criaturas que devuelven un poco de comprensión con mucho amor».

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