Se dice que los gatos tienen siete vidas, y Colette, que tanto amaba a los animales, sobre todo a los gatos y más aún a las gatas, quizá también las tuviera. Escritora, bailarina, crítica literaria, periodista, dueña de una tienda de productos de belleza, casada en tres ocasiones, amante de hombres y de mujeres, vivió en el efervescente París de finales del XIX y principios del XX.

Hablando de ella, Jean Cocteau dijo: “Hay que saludar en la Sra. Colette a la liberadora de una psicología femenina”. Colette era una mujer inteligente y admirada por sus contemporáneos. Escandalizó a la opinión pública alrededor de 1910 al aparecer en una pantomima con los senos desnudos. Henry de Montherlant, misógino por excelencia, llegó a reconocer que “es la única mujer a la que traté de genio”.

Sidonie-Gabrielle Colette nació el 28 de enero de 1873 en una pequeña ciudad de Borgoña. Se casó a los 20 años con Henry Gauthier-Villars, apodado “Willy”, catorce años mayor que ella. La llevó a vivir a París, y la introdujo en los círculos musicales y literarios del momento, donde no tardó en brillar.

Dos años después la contrató para redactar sus recuerdos de colegio, y el libro lo firmó él como era su costumbre. Colette escribió la serie de “Claudine”, aunque “Willy” figura como autor. Se separó de él cuando descubrió que este tenía una amante desde mucho antes de casarse con ella.

Colette y Ba-Tou, el gato tigre

Después de divorciarse en 1906 y hasta 1912, alentada por el mimo Georges Wague, presentó pantomimas “orientales” en el teatro Marigny, el Moulin Rouge y el Bataclan, entonces un café-teatro; en este último interpretó “La gata enamorada”. En esa época tuvo varias relaciones amorosas con otras mujeres.

«La gata enamorada»

En 1912 se casó con el político y periodista Henry de Jouvenel. Este la contrató para escribir en el diario “Le Matin”, del que era redactor jefe. Tuvieron una hija, Colette Renée, pero su esposo también la engañó, y Colette, cumplidos los cuarenta, tuvo un romance que duró cinco años con el hijo de este, Bertrand, de 16 años. Sin embargo, escribió la famosa novela “Chéri”, la historia de una mujer mayor con un hombre mucho más joven, en 1912, varios años antes de su relación con Bertrand. Se divorció en 1923 de su segundo marido.

Gran melómana, colaboró con Maurice Ravel entre 1919 y 1925. Presidió el premio literario “La Renaissance” hasta 1928. Conoció a su tercer marido, Maurie Goudeket, en 1928. Cuatro años después, necesitada de dinero, abrió un instituto de belleza que no tuvo el éxito esperado y se vio obligada a cerrarlo.

Durante la ocupación alemana residió en París con Maurice Goudeket, al que salvó de la Gestapo. Inmovilizada en el piso de la calle Beaujolais debido a la artritis que padecía en la cadera izquierda, siguió escribiendo mientras contemplaba el mundo desde las ventanas, “sus puertas al mundo”. En 1945 fue elegida por unanimidad para la Academia Goncourt y nombrada presidenta de la misma en 1949.

La última casa de Colette

Falleció el 3 de agosto de 1954. Debido a su pasado “escandaloso”, la iglesia le denegó un entierro católico. Fue la segunda mujer (después de la actriz Sarah Bernhardt en 1923) honrada con un funeral de Estado por la República Francesa. Está enterrada en el cementerio Père Lachaise de París.

Colette, desde muy pequeña, vivió rodeada de gatos y compartió con su madre Sidonie, a la que todos llamaban Sido, el amor por ellos. En el prefacio de “Chats de Colette” (Gatos de Colette), la escritora dice: “No hay gatos corrientes. Hay gatos infelices, gatos obligados a disimular, gatos a los que un incurable error humano entrega a manos indignas, gatos que esperan toda su vida una recompensa que jamás llegará, comprensión y generosidad. Pero a pesar de toda la miseria y la mala suerte, un gato no acaba siendo corriente”. Y sigue diciendo un poco más abajo: “Se merecía algo mejor el animal al que el creador dio el ojo más grande, el pelaje más suave, la nariz más delicada, la oreja móvil, la pata sin par y la uña curva que toma prestada del rosal; el animal más perseguido, el menos feliz y, como dice Pierre Loti, el animal más organizado para sufrir”.

Raro es el libro de Colette en que no menciona a un gato. En 1904 publicó “Sept dialogues de bêtes” (Siete diálogos de animales), varias conversaciones entre un perro, Toby-Chien (Toby-perro) y Kiki-la-doucette (Kiki-la-dócil), un gato macho a pesar de su nombre. En general, Kiki se mofa del pobre Toby, un bulldog francés, mientras comentan su vida cotidiana. Sido, la madre de Colette, le dijo en una carta: “Los gatos son animales divinos y por eso mismo, desconocidos”.

Ilustraciones de Jacques Nam para «Sept dialogues de bêtes»

 

 

 

 

 

 

 

En 1933, con la novela “La gata”, la escritora reinventó el triángulo amoroso. Un joven llamado Alain está a punto de casarse con Camille, pero nada puede convencerle de que se separe de Saha, su gata cartuja. Camille se da cuenta de que su marido ama profundamente a Saha y empieza a sentir celos del animal. La tensión crece y Colette describe a la perfección cómo Camille acaba por atentar contra la vida de Saha.

El segundo marido de Colette le decía: “Cuando entro en el estudio y te encuentro a solas con tus animales, tengo la impresión de cometer una indiscreción”. El tercer libro, “Gatos de Colette”, es una colección de fragmentos de otros libros suyos, especialmente de “La paix chez les bêtes” (La paz en los animales), escrito durante la Primera Guerra Mundial.

«Chats de Colette», Éditions Albin Michel, 1950

Como escritora, tiene el don de hacer surgir imágenes con unas cuantas palabras; es fácil ver a Fanchette y a Long-Chat (Gato largo) en el jardín de su niñez, casi puede olerse el heno recién cortado de los prados. Colette no humaniza a los gatos, no les presta los mismos sentimientos que a los seres humanos, solo imagina las conversaciones que podrían tener.

La mano de Colette

3 comentarios sobre “Los gatos de Colette

Deja un comentario