
El caracal es un gato salvaje de tamaño mediano que habita en África, Oriente Próximo, Oriente Medio, Asia Central y parte de India. Tiene las patas largas y fuertes, cara corta, orejas desmesuradas acabadas en mechones y caninos muy pronunciados. El pelo es rojizo a excepción de la tripa, mucho más clara con marcas también rojizas. Un adulto macho suele medir entre 40 y 50 centímetros de altura desde el hombro al suelo, entre 105 y 120 centímetros de largo (sin contar el rabo), y puede llegar a pesar hasta 20 kilos.

El naturalista alemán Johann Christian Daniel von Schreber lo describió por primera vez con detalles científicos en 1776 después de capturar uno en Montaña de la Mesa, cerca de Ciudad del Cabo. El británico John Edward Gray introdujo el nombre “caracal” en 1843. La palabra viene del turco “kara kulak”, que significa “oreja negra”.


El caracal, también conocido como “lince del desierto” (aunque no tiene nada que ver con el lince), fue declarado especie bajo preocupación menor por la IUCN en 2002 al ser relativamente común, aunque se le considera amenazado en Sudáfrica y escasea en Asia Central e India. Se le clasificó como lynx y felis en el pasado, pero las pruebas moleculares demuestran que pertenece a un género monofilético muy cercano al serval y al gato dorado africano.

Dependiendo de la zona, el apareamiento ocurre todo el año, aunque en el Sahara tiene lugar especialmente en invierno. El celo dura unos cinco o seis días y las hembras pueden copular con varios machos empezando siempre por el más fuerte. También se ha podido observar que algunos machos permanecen con la hembra durante el celo para impedir que otros se acerquen.

La gestación dura de 69 a 81 días, y nacen entre una y seis crías que pesan de 200 a 250 gramos. Las hembras dan a luz en grutas, agujeros en los árboles e incluso madrigueras. Las crías abren los ojos al cabo de unos seis días y empiezan a salir alrededor del mes, pero no dejan de mamar hasta cumplir diez semanas. Los caninos salen alrededor de los cuatro o cinco meses y los demás dientes, en los siguientes seis meses. Las crías se quedan con la madre hasta el año, cuando alcanzan la madurez sexual.

El hábitat del caracal es muy diverso, desde zonas semidesérticas, pasando por la sabana y áreas de matorrales, hasta bosques húmedos y de montaña, como ocurre en Sudáfrica. También viven en las zonas montañosas del Sahara y de la península arábiga, sin adentrarse mucho en los desiertos de arena.

Al norte, el mar Caspio, la meseta de Ustyurt y el mar de Aral limitan el territorio del caracal, y al este apenas sobrepasa el río Amu Daria, la frontera natural entre Afganistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Más al sureste se encuentran en Irán, Baluchistán (Pakistán), el Punyab y el centro de India hasta Uttar Pradesh. Resumiendo, hay caracales desde Sudáfrica a la India.

La mayor amenaza a la que se enfrentan es la destrucción de su hábitat debido a la agricultura y a la desertificación, sobre todo en el centro, oeste, norte y noreste de África, donde cada vez hay menos. Lo mismo pasa en Asia. Además, los caracales a menudo se alimentan de pequeños animales de granja, por lo que se les mata.

Son animales nocturnos, tímidos, difíciles de observar, territoriales, que viven en pareja o solos. Se alimentan de pequeños mamíferos, pájaros y roedores. Son capaces de dar saltos de cuatro metros y cazar a un pájaro en el aire. Se acercan silenciosamente a las presas hasta una distancia de cinco metros antes de lanzarse a gran velocidad. Su esperanza de vida es de unos doce años en libertad y de dieciséis en cautividad.

Al observar fotos de los caracales, nos sorprendió su parecido con el felino del Papiro de Hunefer, una versión del Libro de los Muertos egipcio realizada hacia 1300 a.n.e., ahora en el Museo Británico, que simboliza al Dios Sol en forma de gato cortando la cabeza a la serpiente, y con otra representación egipcia de un gato guiando a seis gansos fechada en 1120 a.n.e. Por el color del pelo, los dos se asemejan más al serval, pero las orejas corresponden al caracal. Se han descubierto caracales embalsamados y se cree que guardaban las tumbas de algunos faraones.


En los siglos XIII y XIV, los emperadores chinos de la dinastía Yuán compraban habitualmente caracales y otros felinos a los mercaderes musulmanes y todo indica que la dinastía Ming siguió con la práctica. Hasta principios del siglo pasado, los gobernantes indios los usaban para la caza menor. También se colocaba a varios caracales entre palomas en un lugar cerrado y se apostaba por el gato que más pájaros mataría.
Desde siempre el hombre ha sentido la necesidad de domesticar a los animales salvajes privándoles de su libertad. En 1998, por ejemplo, al zoológico de Moscú se le ocurrió cruzar un caracal con un gato salvaje, en nuestra opinión una auténtica aberración. Pero así se crean nuevas especies “domésticas” criadas para su venta, como ocurre con el Savannah, fruto del cruce entre un serval y un gato doméstico.
Ser el dueño de un animal salvaje parece simbolizar poder, pero en realidad solo demuestra una falta de respeto absoluta hacia el animal, al que se obliga a vivir en un hábitat totalmente ajeno sin la compañía de los suyos. Es egoísmo puro y simple.
Los félidos como el caracal y el serval, por su elegancia, su pequeño tamaño y su menor agresividad, son los objetivos predilectos de estas personas. Al buscar en Internet “gato caracal en venta”, en inglés o en español, aparecen ocho enlaces solo en la primera página ofreciendo crías por 1.200 a 2.500 dólares USA. Todos los criadores especifican que son animales “legales” y que tienden a comportarse como gatos domésticos.
Pero basta con ver a un caracal con la boca abierta para saber que no es un animal doméstico y que no se merece que le conviertan en una posesión o un juguete más. No entendemos cómo los gobiernos no prohíben estas prácticas vergonzosas.