
Hernando Tejada, al que todos llamaban cariñosamente “Tejadita”, nació el 1 de febrero de 1924. Fue un reconocido pintor y escultor colombiano que se empeñó en donar un gato a la ciudad de Cali. Pero no se trata de un gato cualquiera, sino de una estatua de bronce de 4,50 metros de alto y de 3,5 toneladas de peso. El 3 de julio de 1996 tuvo lugar la inauguración del monumento y durante dos años, hasta su muerte el 1 de junio de 1998, el artista pudo visitar a su gato a las orillas del río Cali.


El Gato del Río le costó 30 millones de pesos colombianos a Hernando Tejada y lo pudo financiar mediante 250 pequeñas réplicas del Gato fundidas en el taller de su sobrino, Alejandro Valencia Tejada, para poder donar la estatua a la ciudad de Cali. Se tardó siete meses en realizar una escultura en cera perdida de semejantes dimensiones, algo nunca hecho antes en Colombia.


Al cabo de unos diez años, Julián Domínguez, entonces presidente de la Cámara de Comercio de Cali, Lucy Tejada, hermana del escultor, y Alejandro Valencia, el hijo de esta, pensaron que el Gato no podía seguir solo en la Avenida del Río. Además, desde la muerte de Hernando Tejada, la ciudad lo había descuidado al Gato y presentaba un aspecto deplorable, con las placas conmemorativas arrancadas, varios bigotes rotos, cubierto de pintadas y otros horrores.


El proyecto se inauguró en octubre de 2006 y no solo sirvió para recuperar el monumento, sino también sus alrededores, mediante la realización de quince esculturas que se instalaron alrededor del Gato del Río en un parque debidamente adecuado. Todas las esculturas tienen el mismo diseño estructural, obra de Alejandro Valencia, y fueron decoradas por quince artistas diferentes.


Se unieron al proyecto, llamado “Las novias del Gato” o también “Las gatas del Gato”, reconocidos artistas como Maripaz Jaramillo, encargada de la Gata Coqueta, y Omar Rayo, de la Gata Presa. Las gatas son de mucho menor tamaño que el Gato del Río, están hechas de fibra de vidrío y cada una cuenta con un panel explicativo donde se indica su nombre, el porqué de dicho nombre y una biografía del autor. Poco a poco se fueron sumando gatas y hoy son muchas más que las quince originales.


En un principio, solo habría una gata haciendo compañía al Gato del Río, mientras las catorce restantes se distribuirían por diversos puntos de la ciudad. Se pidió a los habitantes de Cali que eligieran a la novia del Gato y parece ser que el número de votantes fue muy superior al registrado en las elecciones municipales anteriores. La escogida fue la Gata Fogata, obra de Roberto Molano González. Sin embargo, mucha gente se opuso al traslado del resto de las gatas y se acabó adecuando el parque para que se quedaran.

Hay gatas distinguidas, como la Ilustrada, obra de Lucy Tejada, que homenajea a Hernando Tejada, o la Gata Annabella, una superestrella, como lo demuestra su traje. Gracias a la iniciativa de la Cámara de Comercio, el Gato del Río está ahora mucho más cuidado y la Avenida del Río se ha convertido en la mayor atracción turística de Cali. Incluso se dice que es el monumento más visitado de Colombia.


Wilson Díaz llamó a su gata No Hay Gato porque no encontró una sola referencia a los gatos en el Antiguo Testamento. A Rosemberg Sandoval se le ocurrió comprar tres mil diminutos muñecos de plástico para el pelo de la gata. Perforó la escultura para ver el efecto, pero no quedó nada convencido. Entonces la rayó con grafito y la bautizó Sucia, lo que nos hace pensar que quizá este señor no sea muy amante de los gatos.


Una de las favoritas es la Gata Siete Vidas, y el autor, Melqui David Barrero Mejías, firmó en la pata delantera enyesada de la pobre y su nombre no necesita explicación. Quizá una de las más increíbles sea la Gata Gachuza, de Ángela Villegas, llena de pinchos para protegerse de los gatos machos que la persiguen, según reza el cartel. El día de la inauguración en 2006, Alejandro Valencia vio a una señora sentada en el zócalo de la Gata ocupada en intentar sacarle una de las púas…


También está Engállame la Gata, de nombre curioso, cubierta de calcomanías para motos, un medio de transporte muy apreciado en Cali. Esta última, al igual que la Gata Dormida Aquí y Allá, de Adriana Arenas Ilián y la Gata Frágil, de Juan José Gracia Cano, llegó a la orilla del río en abril de 2014. Ninguna sigue el modelo diseñado en 2006, dos están sentadas y otra, dormida. Las nuevas gatas que hacen compañía al Gato del Río están financiadas por donaciones de particulares.



El Gato del Río es probablemente el felino más querido de la ciudad. Dicen que hasta los niños de muy corta edad dejan de llorar y empiezan a reír cuando están en su presencia. No fue el único gato obra del escultor Hernando Tejada, que sentía una gran predilección por ellos. En el taller de su sobrino Alejandro están los moldes de una pareja gatuna que el escultor no tuvo tiempo de acabar antes de fallecer.


El Gato del Río se fundió en el taller de Rafael Franco, en Bogotá, y la realización está plagada de anécdotas. Por ejemplo, se fundió por secciones que fueron soldadas posteriormente, y Alejandro, director del proyecto, se percató de que el felino estaba abollado. Rafael le confesó que había usado silicona blanda para acabar el molde. La solución: convencer a alguien para que se metiera dentro de la estatua con protectores auditivos y corrigiera los defectos. Los vecinos amenazaron con denunciarlos por el estruendo…


También se le cortó la cabeza al Gato. Una vez acabado, Alejandro vio que la cabeza no estaba correctamente proporcionada y llamó a su tío para que le autorizara a descabezarlo. Cuenta que, al igual que la Reina de Corazones en Alicia en el País de Las Maravillas, pronunció la frase: “¡Que le corten la cabeza!” Y por último, hubo que desmontar el tejado del taller para sacar al Gato y llevarlo a Cali.