El escritor, periodista y gran amante de los gatos Carlos Monsiváis, fallecido hace ya diez años y sobre el que publicamos una pequeña entrada algunos meses después de nacer este blog (https://gatosyrespeto.org/2014/06/19/carlos-monsivais-amor-a-los-gatos/), fue un gran amigo de Francisco Toledo, probablemente el artista más importante de los últimos años en México.


En palabras del propio Monsiváis: “Toledo, dueño de una cultura plástica, es, en su obra, animista, racional, ferozmente sexual, reiterativo, original, autocritico, capaz de una sequedad alucinada y una ternura tímida. Y se asegura de la correspondencia obligada de temas y medios expresivos. En cuadros, gouaches, grabados, cerámica, la fábula es un despliegue de formas y las formas son momentos del relato interminable de Toledo, del peregrinar de una zoología fantástica.”

A Francisco Toledo le gustaba pintar animales poco convencionales, monos, murciélagos, iguanas, sapos, insectos y… algunos gatos. Extraños gatos poco tranquilizadores, como los retratos “felinos” que hizo de su gran amigo Monsiváis. En uno, el gato Monsiváis dormita, como si estuviera recostado en un sofá. y en el otro dibuja un círculo en un papel. Y la verdad, se parecen al escritor.

Pero hizo algo más para su amigo, le diseñó y fabricó una urna de cerámica, la “Gaturna”, que representa a un gato jugando con una pelota. Las cenizas del escritor reposan en la pequeña sala de lectura del Museo del Estanquillo entre más de tres mil libros. Y así, Carlos Monsiváis, que nunca pudo vivir sin un gato, está eternamente abrazado por uno.

Francisco Toledo nació el 17 de julio de 1940 en Ciudad de México, según él por accidente, en el seno de una familia de origen zapoteca procedente de Juchitán, estado de Oaxaca. De pequeño vivió en el sur del estado de Veracruz, viajando con frecuencia a la tierra de sus padres, donde su tía abuela le introdujo en la historia y las tradiciones de su región.

Dicen que su padre, al ver las habilidades artísticas del niño, le permitió pintar las paredes de la casa familiar. Después de estudiar en Oaxaca se trasladó a Ciudad de México a los 17 años para estudiar en la Escuela de Diseños y Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes.
En 1960, a los 19 años, obtuvo una beca para estudiar en París. Permaneció allí cinco años y conoció al poeta Octavio Paz y al pintor Rufino Tamayo, también oaxaqueño, que ejerció entonces una fuerte influencia sobre él. Le aconsejó, vendió su obra a conocidos suyos y le ayudó a exponer en espacios importantes de Ciudad de México. Incluimos aquí uno de los escasos cuadros de gatos que pintó Tamayo.

También pasó algún tiempo en Nueva York a finales de la década de los setenta y en 1984 volvió a Europa. Vivió sobre todo en París y en Barcelona trabajando en lienzos, litografías y esculturas. En 1987 se instaló en Ciudad de México y cinco años después se trasladó definitivamente a la ciudad de Oaxaca.
Es famoso por su producción artística, pero también por su activismo y constante denuncia social, además de ser un acérrimo defensor del patrimonio cultural de Oaxaca y de la naturaleza. Se opuso diametralmente al cultivo de transgénicos, a la construcción del Centro de Convenciones de Oaxaca en el Fortín, considerado el pulmón de Oaxaca, y a que se inaugurara un McDonald’s frente al zócalo de Oaxaca.

En 2006 fundó la Editorial Calamus, después de Ediciones Toledo, con el fin de abrir un camino diferente. Coeditó más de veinte libros junto al Instituto Nacional de Bellas Artes y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Impulsó la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO) en 1992, así como el Museo de los Pintores y el Museo del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo. En enero de 2015 donó a este último y al IAGO (Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca) alrededor de 125.000 objetos, entre las que se encontraban numerosas obras suyas.

Defendió la restauración del monasterio agustino, convertido en el actual Centro Cultural Santo Domingo, así como la creación de una fábrica de papel a partir de materiales orgánicos en Etla, Oaxaca, en la que trabajan personas de la región.
Se involucró totalmente en el apoyo a las familias de los cuarenta y tres estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos”, en el estado de Guerrero, desaparecidos en 2014, y creó la serie “Papalotes a volar”, unos cometas con sus rostros que se expusieron en el Centro Cultural Bella Época del Fondo de Cultura Económica y en otros muchos centros. Pero también dedicó tres “papalotes” a los gatos.
Nos ha sido imposible descubrir si vivía con algún gato, pero hay muchos en su obra, e incluso cuando ilustra el cuento de Pinocho, encuentra la forma de retratarle subido en un gato y fumando. Y en el libro también vemos a un gato enorme con una botella ¿de tequila? debajo de un hada.


Creo que podemos afirmar que Francisco Toledo debió tener gatos. Casi no puede ser de otro modo.
Francisco Toledo nunca dejó de luchar por el medioambiente y por defender la cultura oaxaqueña; a menudo se comparó su lucha a la de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, pero él decía que los tres muralistas «eran gentes de partido, con convicciones, con una ideología y yo, francamente, no tengo ni partido ni convicciones ni ideología”. Añadía que «les tocó un país que se estaba construyendo y a mí me tocó un país que se está destruyendo”. Pero su prestigio como artista y como activista no solo logró que la población en general, sino también parte del sector empresarial, se sensibilizara sobre los hechos que él denunciaba.
Tras el seísmo del 7 de septiembre de 2017, que se sintió en las comunidades del istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, Toledo financió de su bolsillo cuarenta y cinco cocinas comunitarias para los damnificados.

El 5 de septiembre de 2019, a la edad de 79 años, Oaxaca perdió a su mejor y mayor defensor. En el legado del artista constan más de 7.000 obras.