«El gato del rabino» es un cómic escrito por Joann Sfar y coloreado por Brigitte Findakly, publicado por primera vez en 2002, del que se estrenó una adaptación cinematográfica de animación en 2011 dirigida por el propio Sfar y Antoine Delesvaux, basada en los volúmenes uno, dos y cinco del cómic.
La historia transcurre en el seno de la comunidad judía de Argel en el decenio de 1920 y gira en torno a un gato que obtuvo el don de la palabra después de tragarse a un loro. El gato está enamorado de Zlabya, la hija del rabino, pero este teme que sea una influencia nefasta para su hija, ya que el felino tiene una fuerte tendencia a decir todo lo que le pasa por la cabeza. El rabino decide enseñarle la Torá y el Talmud para volver a encaminarlo por la senda correcta. La única razón por la que el gato quiere convertirse en “un buen judío que no miente” es para que el rabino le deje reunirse de nuevo con Zablya. Aun así, no pierde ocasión para contradecir a su rabino, al rabino de su rabino y para hacer comentarios perspicaces sobre los otros discípulos del rabino.
Joann Sfar, que tiene un gran sentido del humor, dice en una entrevista realizada por Xavier d’Almeida:

“Mi esposa, que nunca ha sido prolija a la hora de hacer cumplidos, entró en mi despacho un día y me dijo: “Hay algo que no se te da mal dibujar, nuestro gato. Deberías contar una historia con él”. El autor sigue diciendo: “Quería escribir algo sobre un “shtetl”, una historia de Europa del Este, porque mi familia materna procede de Ucrania. (…) Pero el judaísmo de la familia de mi padre es muy diferente, son sefardíes del Magreb (…) Por un lado aprendí el judaísmo con mi abuelo materno, un judío anarquista y, por otro, en Niza con rabinos muy respetuosos de la ley exiliados de Argelia. (…) Mi abuela dejó Argelia a los sesenta años, mi padre a los veintisiete, pero hablaban de Argel como de un paraíso perdido. Se preguntaban por el carnicero, el peluquero, mencionaban en qué calles vivían. Acabé sabiendo mucho de ese mundo, pero carecía de imágenes. Cuando llegó el momento de escribir una fábula acerca de ese universo, empecé a encontrar imágenes a menudo bastante caricaturescas: postales de principios de siglo, cuadros de pintores orientalistas. (…) Lo que me hace más feliz es cuando me encuentro con una señora mayor judía que me dice: ‘Reconocí la sinagoga de la calle Random’. (…) Entonces siento que he sido el catalizador de algo”.